La naturaleza del alacrán

Tras el fracaso de las negociaciones entre el Gobierno y ETA, frustradas por el atentado en la T4, el amigo, profesor de ciencia política y senador por el PSOE, Imanol Zubero, intentó explicarse dicho fracaso rememorando una fábula que con anterioridad otros muchos habíamos utilizado repetidamente: la del alacrán y la rana. La fábula, que seguro la conocen, consiste en que un alacrán quiere pasar un río y le pide a una ingenua rana que le cruce llevándole sobre su lomo bajo la promesa de que no la va a matar, pero una vez hecho el traslado el escorpión le pica mortalmente exculpándose ante la queja del batracio: “¿pues no me prometiste que no me ibas a matar?”, “ya, pero esto va en mi naturaleza”. La ingenua era la rana.

Aquel senador descubría en la más que conocida naturaleza de ETA, y no tenía ningún pudor al explicarlo tan cándidamente, el fracaso de la negociación, aunque de ello podía haber avisado antes de que el Gobierno se enfrascara en aquel enredo. Hoy, posiblemente se escandalice, como lo han hecho todos los partidos democráticos, incluso los que apostaron por la legalización de la antigua Batasuna, ante las recientes declaraciones de su líder, Azier Arraiz, cuando dice: “reivindicamos lo que fuimos y lo que somos, lo que hicimos y lo que hacemos”. Escandalicémosno de nuevo, pero ya sabíamos que estaba en su naturaleza.

La mayoría de la sociedad vasca, que pervive en esa amable ingenuidad, esperaba, al menos, que el legalizado mundo de Batasuna no intentara ocultar su pasado trágico, pues de su conocimiento y reflexión debe surgir la necesaria catarsis que permitiera disfrutar un futuro en convivencia. En este sentido el profesor Ludger Mees, en este diario, el 20 de julio de 2011, bajo el título La digestión del pasado, les demandaba enfrentarse a él: “Bildu no debería rehuir estas preguntas, empezando por la que está en la boca de todos, incluso de muchos de sus votantes: ¿por qué tardaron más de 800 muertos hasta darse cuenta de que el ciclo de la violencia política se había acabado? ¿Quién es el responsable de la ‘pedofilia política’ (X. Aierdi) que ha destruido la vida de tantos jóvenes que mataban creyéndose héroes de la patria?”.

Sin embargo, no hay riesgo de que oculten el pasado sino que lo reivindican. A pocas fechas de aquella interpelación un antiguo militante de ETA y parlamentario de HB, Juan Carlos Ioldi, en este mismo diario, el 24 de octubre de 2011, contestaba: “Si hubiéramos visto otros cauces por la vía política, la lucha armada no hubiera existido. Pero toda lucha tiene un porqué. [...]Indudablemente ha merecido la pena. Estamos a punto de conseguir nuestros objetivos políticos, ¿cómo no va a merecer la pena?”. Evidentemente, no vieron otros cauces por la vía política porque prefirieron la violenta, obviando que la gran mayoría, y en esta un importante número de miembros de ETA, optaron por la política. Pero no hay que desdeñar que no lo hicieran porque son evidentes los éxitos que recientemente les han otorgado una sociedad y unas instituciones excesivamente ingenuas por optar hoy por cambiar a la vía política cuando no les quedaba más remedio. Porque si a ETA, después de haber sufrido un tremendo acoso policial, le hubiera quedado un hálito de vida sus serviles mesnadas de Batasuna no hubieran dado el salto a la política dejando de jalear el terror.

No sólo la sociedad vasca ha acabado aceptando, ni siquiera como un mal menor, que el nacionalismo de ETA impongan el olvido del pasado —previsto por Reyes Mate tras la indiferencia mostrada por la sociedad vasca ante las víctimas del terrorismo—, sino que está asumiendo el discurso legitimador del terrorismo a cambio de tener la fiesta en paz, con tal de que no maten, curiosamente cuando gracias a la eficacia policial ETA está amortajada. Aunque hay que comprenderlo, porque el saber popular, prudente y medroso hasta la comprobada cobardía, sabe que con el actual discurso dominante en Euskadi su vuelta estaría ideológicamente avalada, que si no lo hace es porque el dejar de matar, tras el palo policial y la vigilante actitud de la Guardia Civil, le ha dado unos triunfales éxitos electorales.

Después de que el Tribunal Constitucional legalizara a Bildu sin la condena del pasado terrorista, primer peldaño en el olvido y por consiguiente en la etapa legitimadora de la existencia del nacionalismo radical, no hay más que mirar el Plan de Paz presentado en el Parlamento vasco por el lehendakari Urkullu, a pesar de muy recientes correcciones, para descubrir que nos encontramos en el estadio de su legitimación institucional. Pues en dicho documento las culpas se reparten por igual entre ETA y el Estado, entre víctimas y victimarios, pues todos somos víctimas y también todos somos culpables, y donde si algo queda claro es la existencia del conflicto con España, que excusa, debido a su opresión, cerrazón e inmovilismo, la necesidad de la existencia histórica de ETA. Los que creyeron de nuevo ingenuamente que ETA iba esconder el pasado se han vuelto a equivocar, porque la gran coartada interna en el seno del nacionalismo radical para que exista Sortu es sacarle la cara a ETA, cosa que está haciendo a la perfección siguiendo una estrategia política de la que carecen nuestros oxidados partidos democráticos.

Para evitar que mis compatriotas se escuden en la ingenuidad y la sorpresa tras repetidas actuaciones que han tenido la virtud de prestigiar el proyecto político de ETA precisamente cuando hoy está muerta —gran victoria digna de El Cid—, llevo ya un tiempo investigando en su legado. Y lo he hecho, además, por evitar, otra ingenuidad, que los errores se sigan dando. El más reciente desde la prestigiosa plataforma que supone la Fundación Fernando Buesa, pues uno de sus más conocidos miembros acaba de publicar en este diario un artículo encaminado a ofrecer “convivencia por presos”, como si un silogismo mecánico, carente de racional lógica, basado de nuevo en la ingenuidad y la buena voluntad, nos fuera a traer la convivencia por presos y no precisamente lo contrario. Una propuesta de tamaña envergadura que coincide precisamente con la declaración del representante de Sortu reivindicando su pasado, y cuando la sensibilidad de las víctimas están a flor de piel por las recientes excarcelaciones. La ingenua sigue siendo la rana.

Quizás haya sido necesario demasiado espacio para explicar lo que sería obvio en cualquier democracia vecina asentada. Pues en un sistema político estable se admite sin más que cuando un Gobierno negocia con delincuentes políticos en mayor o menor medida los legitima, que si esa negociación es pública y duradera les hace, además, propaganda, que si a la negociación invita a observadores gubernamentales extranjeros y a mediadores internacionales —el más conocido experto en un caso tan parecido al de España como la superación del Estado racista sudafricano— acaba por internacionalizar el problema y asimilarlo a situaciones del Tercer Mundo o coloniales, que si se negocian cuestiones políticas de cierta importancia se puede abrir con los delincuentes un proceso constituyente, y que si hay algo que se parezca a un proceso constituyente los terroristas pueden acceder a la amnistía sin demasiado esfuerzo. Es decir, en mi trabajo reflexiono sobre cuestiones de sentido común en otras latitudes políticamente civilizadas, por ello no tiene mucho mérito. Aunque puede ser polémico, a pesar de que sea un respetuoso aviso sobre los errores y disparates que puede suponer la ingenuidad, el exceso de voluntarismo y, sobre todo, la irresponsabilidad. Pero tengo que reconocer, finalmente, que, efectivamente, es polémico por meterme en el terreno vedado y minado del que únicamente pueden hablar, pero no lo hacen, los partidos. Los cuales, ante todos los males que está acarreando este largo velatorio de ETA, deben de partir de la gran ventaja de que está muerta. Créanselo.

Eduardo Uriarte Romero (Teo Uriarte) es doctor en Ciencias de la Información y exgerente de la Fundación para la Libertad. Acaba de publicar Tiempo de canallas (Ikusager).

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