La Náusea

Ahí siguen, como ondas gravitacionales que me sujetan al pasado, los trémulos subrayados a lápiz de los años universitarios. Comienzan pocas páginas después de la dedicatoria "Al Castor" -Sartre llamaba así a Simone de Beauvoir porque la veía "trabajadora como un castor"- en el amigable libro de bolsillo de la Editorial Losada:

"'¿Qué toma usted, señor?' Entonces me dio la Náusea. Me dejé caer en el asiento , ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar lentamente los colores a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Y desde entonces la Náusea no me ha abandonado, me posee... La Náusea no está en mí; la siento allí en la pared, en los tirantes, en todas partes a mi alrededor... Soy yo quien está en ella".

Mi último brote sucedió el martes al revisar atónito los comprobantes de los doce ingresos bancarios del PP que permiten reconstruir el 'pitufeo' de aquella mañana, un 11 de marzo de 2004 como otro cualquiera. Todos con cantidades razonables, casi modestas, entre mil y tres mil euros. En unos pone FUNDESCAM con mayúsculas. En otros, Fundescam con minúsculas. Todos "en efectivo", en metálico, en billetes. Igual que la vez anterior, igual que la siguiente.

La Náusea¿Qué pensarían los administrativos de la sucursal de Caja Madrid de Genova 10 al contarlos, mientras ululaban las sirenas? ¿Y los administrativos del PP de Madrid de Génova 13 al entregarlos, mientras se sucedían los llamamientos a donar sangre? Ellos eran los pitufos. Los bajitos que hacían cola ante la ventanilla. Sólo cumplían órdenes. Era su trabajo. También ese día. Algo había que hacer con las bolsas de dinero que entraban en la sede. Blanqueando en el día más negro. Ingreso a ingreso, verso a verso. Blanqueando la mañana de los 193 cadáveres. Golpe a golpe, muerto a muerto.

Fundación para el Desarrollo Económico y Social de Madrid: Fundescam. La Filesa del PP regional. La financiación ilegal, la trampa permanente. Granados, como tantos otros. López Viejo, el Albondiguilla, Nacho González y su ático, Sepúlveda y su Jaguar, las fiestas en el jardín de Ana Mato con Mariano y Viri, Javier Arenas y los Bárcenas. Se empieza robando para el partido y se sigue robando para uno mismo. Unos meten la mano en la caja, otros mandan SMS de aliento. Al menos Esperanza ha dimitido por su falta de vigilancia. Otros ni siquiera eso. De repente una imagen inesperada se cruza en la memoria y provoca la convulsión. ¿Cómo puede lo blanco ser tan negro? La Náusea "te arroja hacia adelante como un acantilado sobre el mar". Pero luego todo rebota en el recuerdo y la diástole de la última arcada me devuelve 23 años atrás.

El 6 de junio de 1993 no era un día cualquiera en la vida de España. Tampoco fue para mí una jornada anodina. Eran las sextas elecciones generales de la democracia, pero por primera vez los españoles acudían a votar indignados por la corrupción. Concretamente por dos grandes escándalos destapados en sus balbuceos por El Mundo, "un nuevo periódico para una nueva generación de lectores": los casos Filesa e Ibercorp, la financiación ilegal del PSOE y los chanchullos de la "beautiful people".

Aznar enarbolaba la bandera de la regeneración democrática, frente a la podredumbre de una izquierda que cobraba mordidas a las grandes empresas mediante informes ficticios e impulsaba la cultura del pelotazo. Había arrollado a Felipe González en su primer debate en Antena 3 y aunque en el segundo en Tele 5 cambiaron las tornas, la victoria electoral no era una quimera.

Para millones de españoles las siglas del PP eran una referencia de integridad y lucha contra la corrupción pero yo las escribía con minúscula y significaban pádel y periodismo. Nuestra común afición a un deporte de raqueta aun muy poco extendido y la feliz instalación de la sede del periódico al lado de las mejores pistas del momento, me había permitido establecer con Aznar una relación estrecha en la que pocas veces salía de vacío. Pese a su natural hermetismo, no había día en el que en la charla de antes y después de los partidos no cayera una reflexión estratégica, una noticia sobre iniciativas parlamentarias o un nombramiento clave. Todos los competidores chupaban rueda de nuestra información sobre el partido de la oposición.

Aquella mañana Aznar se trajo la noticia puesta. "Como hoy vamos a ganar las elecciones quiero que conozcas a dos personas con un gran porvenir en el PP". Y ahí estaban, raqueta en ristre para completar el dobles, el concejal Ignacio del Río y el diputado autonómico Pio García-Escudero, con un inmaculado atuendo de tenista a lo Fred Perry. No recuerdo quien formó pareja conmigo, pero sí que Aznar sufrió dos derrotas aquel día.

Los caminos de los dos valores emergentes fueron muy distintos. El uno llegó a teniente de alcalde pero tarifó con Gallardón, dejó la política y ejerce hoy de escéptico observador desde las páginas de República. El otro tuvo, en efecto, una carrera meteórica, convirtiéndose ese mismo año en presidente del PP de Madrid y escalando en 2011 hasta la presidencia del Senado. Mientras Ignacio del Río representa, como muchos otros desencantados de su generación, el PP que pudo haber sido, Pío García-Escudero encarna, por su responsabilidad política en lo ahora descubierto, toda la podredumbre en la que ha devenido.

Ni tengo nada contra él, ni casi le he tratado desde entonces. Fernando Baeta ha explicado que la presidencia del Senado le viene como "anillo al dedo" porque practica la "ley del mínimo esfuerzo", cosechando con "poco ruido, muchas nueces". Pero es la tercera autoridad del Estado y todos sabemos ya que un estigma indeleble mancha los pliegues de su pantaloncito blanco y aquel polo fruncido de minúsculos copos de nieve a lo Fred Perry.

García-Escudero era el presidente tanto del PP de Madrid como de Fundescam ese 11 de marzo de 2004 como otro cualquiera, esa mañana en que el 'pitufeo' de los pequeños muleros que hacían legales los donativos ilegales siguió inexorable mientras crecía el horror y comenzaba el misterio. Aguado, el líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, no ha podido decirlo más claro: "Si yo fuera él, dimitiría de todos mis cargos". Pero a "Pío, Pío, que yo no he sido", como decía Esperanza, no se le ve la menor traza de vestigio, de atisbo, de esbozo, de intención de entregar la cuchara de plata. Ha tiempo que es marianista de pro.

Al otro lado de la red, Aznar todavía no se ha recuperado del shock que para él supuso la abúlica indiferencia con que la dirección del PP acogió el 21 de diciembre su propuesta de convocar "un congreso abierto" para examinar los desastrosos resultados de la víspera y tratar de enderezar el rumbo del partido. Hiciste muchas cosas bien, compañero de raqueta, pero ahí tienes el fruto de una de las que hiciste muy mal. Es tu yermo de las almas. El debe de no haber democratizado el partido.

Ni el felipismo fue una plaga de langostas que cayera aleatoriamente sobre España, ni la metamorfosis del campeón regeneracionista en la purulenta sentina en la que, corregidos y aumentados, han hecho metástasis todos los vicios que decía combatir procede de la fatal confluencia de un inesperado cupo de villanos. Son las reglas del juego, estúpidos.

Sólo eso explica que trece años después del dedazo, alguien como Rajoy siga siendo el amo de la tienda. Listas cerradas y bloqueadas, congresos amañados, ningún control, ningún contrapeso interno, nula reflexión, cero debate, ignota autocrítica. Sólo los brindis al sol de la retórica huera y las leyes sin contenido: del "hasta aquí hemos llegado" al "no pasaremos ni una".

Rajoy también siente la Náusea. Este mismo sábado se lo confesó al presidente del PP de Vizcaya que dijo "estar hasta los cojones" de la corrupción de sus compañeros: "No te voy a explicar hasta dónde estoy yo". ¿Cómo no iba a sentir la Náusea al enterarse -después de lo de Valencia, después de lo de Púnica, después de lo de Esperanza mostrándole la salida- de lo de aquel 11-M como otro cualquiera, en el que los muleros de Génova cruzaban la acera para continuar con su billeteo rutinario en el banco de enfrente, mientras todo zozobraba alrededor? Pero las arcadas de Rajoy son como los golpes de pecho de su paisano el marqués de Bradomín cuando en la Sonata de Otoño se arrodilla sobre el frío suelo del dormitorio de su prima Concha, la "dama de la piel blanca", para extraer de su arrepentimiento la fuerza necesaria para seguir fornicando con ella.

Es una Náusea autoinducida y regulable, Rajoy vomitándose a sí mismo, una Náusea onanista y nutritiva que le convierte en el Antoine Roquentin por antonomasia de la política española. Cuando le saquen de la Moncloa, a nadie le sorprenderá encontrar abandonado un diario con anotaciones como las del anti-héroe de Sartre. Por ejemplo esta: "Mastico penosamente un trozo de pan que no me decido a tragar. Los hombres. Hay que amar a los hombres. Los hombres son admirables. Tengo ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea... Pero me da lo mismo. Es extraño que todo me dé lo mismo".

O esta otra: "Yo estaba allí, inmóvil y helado, sumido en un éxtasis horrible. Pero en el seno mismo de ese éxtasis yo comprendía la Náusea, la poseía... Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente... Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar".

O esta otra: "Me aburro, eso es todo. De vez en cuando bostezo tan fuerte que las lágrimas me ruedan por las mejillas. Es un aburrimiento profundo, profundo, el corazón profundo de la existencia, la materia misma de la que estoy hecho".

O no digamos esta otra, resumen perfecto del origen, utilidad y destino de su difunta mayoría absoluta: "Los árboles flotaban... No tenían ganas de existir pero no podían evitarlo. Cansados y viejos, continuaban existiendo de mala gana, simplemente porque eran demasiado débiles para morir... Todo lo que existe nace sin razón y muere por casualidad... La existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar".

Disiento de este Rajoy-Sartre al constatar desde que tengo uso de razón que es el arte el que imita a la vida. Por eso siempre me sentí más idealista que existencialista. Imaginemos que alguien escribiera una novela sobre la corrupción política, en la que trenes cargados de viajeros explotan por causas desconocidas, dejando regueros de restos humanos desperdigados por los andenes, mientras los funcionarios del partido gobernante prosiguen sus operaciones de lavado de dinero negro a través de una fundación presidida por una alta autoridad, retratada en su impoluto atuendo blanco de tenista. Ay del autor: sería tachado de truculento e inverosímil.

Tiene razón Sartre en que "hay que escoger: o vivir o contar" porque "cuando uno vive, no sucede nada" y en cambio "al contar la vida, todo cambia". No estoy de acuerdo sin embargo en que ese sea "un cambio que nadie nota". Vaya que si hay quiénes lo notan. Aquí tenemos, como último ejemplo, la situación política de Rajoy. Como aspirante que continua siendo a la investidura, lo propio sería que sus vivencias transcurrieran "entre la ciudad sí y la ciudad no" de Evtuchenko. Sin embargo lo que dice la última entrada de ese diario apócrifo que encontraremos en Moncloa es muy distinto:

"Estoy entre dos ciudades: una me ignora, la otra ya no me conoce".

Para dos Españas, esas, al fin simétricas en algo.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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