En Europa esta Navidad no será particularmente alegre. Será forzosamente triste para aquellos a los que la crisis económica ha dejado en la cuneta de la pobreza y de la desesperación del empleo. Triste para los que aun no habiendo sufrido el zarpazo de la bestia, no deberían dejar de sufrir por las víctimas del sistema que crearon los financieros sin escrúpulos.
Aunque a veces lo olvidemos, sobre todo en los tiempos de bonanza, la Navidad tiene raíces históricas y culturales nacidas del cristianismo. No debería por ello ser la fiesta del despilfarro, de la locura del asalto a los supermercados, de la angustia de los regalos forzados o de las alegrías desmedidas que olvidan el llanto de los mil millones de personas que aún pasarán hambre en esta Navidad.
Todos tenemos el derecho a unos días de paz y más este año en el que la crisis ha quitado a tantos el sueño y las ganas de vivir. Sin embargo, se me ocurre que justamente este año nuestra Navidad, la europea sobre todo, podría ser diferente.
Si la palabra, a veces vacía, pero la más pronunciada, cantada y escrita estos días navideños es la palabra paz, este año podríamos sustituirla o añadirle otra no menos importante: esperanza.
No es fácil la esperanza cuando nos aprietan injustamente los poderes que nos hacen más pobres a costa de hacerse ellos más ricos. Sin embargo, la esperanza tiene que echar raíces precisamente en las noches de la desesperanza.
Hay un texto significativo en los escritos del que dicen ser el fundador del cristianismo, el profeta Jesús de Nazareth a quien mataron en una cruz por el delito de haber predicado la esperanza a los pobres, hambrientos y lisiados. La pronunció ante una misión que había llegado de Grecia. Los griegos eran amantes de la belleza corporal, de la estética, de las apariencias.
Jesús les recuerda que en la vida natural, la semilla para dar frutos tiene que pudrirse debajo de la tierra. Cuando parece muerta, oculta, abandonada a su destino es cuando resucita en una nueva planta llena de vida. Es la metáfora de la esperanza.
El mejor regalo que esta Navidad podríamos darnos y ofrecer los unos a los otros sería la palabra esperanza escrita en las palmas de nuestras manos, junto al nombre de la persona querida, del amigo que no se olvida. Una palabra como talismán para no perdernos en la fosa de la crisis, para seguir esperando contra toda desesperanza.
Una amiga mía propuso en su blog que estas Navidades nadie diera regalos clásicos sino simbólicos: un libro que sabes que le va a gustar a tu hijo o a tu amigo, un poema que le emocione, un simple trozo de papel en el que lleve escrita la palabra que sabe que más ama quien la va a recibir, una fotografía antigua como memoria de un día feliz. O un twitter con un "gracias por existir", o un mensaje en el móvil de "no te rindas".
El profeta nazareno fue siempre un provocador. Y el cristianismo original es todo él una provocación, pues enseña el amor al enemigo. Más aún, pide que se haga el bien al que te ha hecho del mal. Locura. Ese mismo profeta condenó las ambiciones terrenales de sus apóstoles recordándoles que en vez de acumular inútilmente, mirasen a los lirios del campo y a los pájaros del cielo que no tejen ni tienen graneros y nunca les falta ni vestido ni comida. Metáfora también de la esperanza.
Entre las exigencias del profeta figuraba la ausencia de templos suntuosos como el de los judíos o las enjoyadas catedrales cristianas. A la mujer del pozo que lo provocaba alardeando de que el templo de los samaritanos -enemigos de los judíos- era mejor que el de Jerusalén, Jesús la provocó con estas palabras: "Mujer, llegará el día en que los creyentes no necesitarán orar en este templo o en aquel, sino en espíritu y en verdad".
Con el Vaticano, la Iglesia oficial, los cristianos que se rindieron al poder romano, le hicieron oídos sordos y le crearon miles de lujosas catedrales, lugares más turísticos que de oración. Y para sustituir la fiesta pagana romana del culto al Sol, crearon la fiesta de la Navidad porque no se conocía el día en que Jesús había nacido. Navidad que se ha convertido las más de las veces en fiesta pagana de nuevo, no de culto al Sol sino al mercado, a lo superfluo, a la fraternidad a veces forzada de las familias más rotas que unidas.
El cristianismo no es pasividad ni tolerancia frente a la injusticia. Es dinamismo y lucha a favor de la justicia y de la libertad. Es lucha. El 15-M y todos los movimientos que este año han llenado las plazas del mundo pidiendo libertad eran de alguna forma una Navidad anticipada de lucha por la democracia.
Cristiana es la lucha a favor de los derechos humanos y cristiana es la virtud de la esperanza, el no ceder al desencanto, el no negar una sonrisa al que pasa a tu lado, aunque en ese momento te apriete el alma.
Ah, sí, una sonrisa podría ser esta Navidad un regalo nuevo, original, diferente y, además, gratis.
Por Juan Arias.