En realidad, poco importa la vuelta de palestinos e israelíes a las negociaciones directas bajo el auspicio de Obama. Y no se trata de ser catastrofistas. Estas nuevas negociaciones no pueden acabar sino donde todas las anteriores. Y ello se debe a que, como afirmaba recientemente Saeb Erakat, negociador jefe palestino, las negociaciones directas carecen de base real, pues se acometen a partir de unas negociaciones de proximidad truncadas y fraudulentas.
La parte israelí ha incumplido los requisitos mínimos, especialmente la congelación sin componendas de los asentamientos y el fin de la colonización de Jerusalén Este. A los palestinos se les pide una buena sonrisa y que se sienten para la foto. Estamos ante una nueva negociación en falso de la marca Clinton, como ya sucedió en el Camp David del año 2000. Esto en lo que se refiere al aspecto técnico del proceso de paz.
Pero existe un aspecto de fondo responsable siempre, en mayor o menor medida, del regreso del fracaso: la negativa a reconocer el carácter binacional que, a fecha de hoy, tiene la Palestina histórica.
Que Palestina es hoy binacional significa que existe una nueva entidad, fruto del decurso histórico, en la que judíos y palestinos están inextricablemente mezclados. No unidos, de momento. Una entidad que, desde luego, es el resultado de la Ocupación, pero que obliga a las partes al reconocimiento de este hijo indeseado. Una entidad que no exime de responsabilidades y no impide la exigencia de reparaciones. Porque ha de quedar claro: Palestina es hoy binacional, pero no lo era en 1948 ni en 1967. La binacionalidad es un estado de cosas presente, no pasado, por más que hunda sus raíces en las propias consideraciones del pueblo judío para el establecimiento de un Estado en la tierra de Palestina.
Al principio lo binacional fue solo una idea. Hoy es una herramienta para la resolución del conflicto. O debería serlo. En el pasado fue el sueño de una parte de la judaidad. A veces de los sionistas. A veces de los antisionistas. Surgió como ideal utópico en la década de 1920, cuando la colonización de la Palestina del Mandato británico le planteó a algunos intelectuales judíos un problema de conciencia: el de cómo convivir con el pueblo en cuyas tierras se quería levantar el Estado nacional judío. El binacionalismo de entonces soñó con la ciudadanía compartida de las dos comunidades, no exenta del reconocimiento jurídico de sus respectivas especificidades. Sus principales defensores fueron los filósofos Martin Buber, Judah Magnes y Hannah Arendt, si bien sus voces se apagaron con la fundación del Estado de Israel, en 1948.
Cuando la idea resurge a finales del siglo XX, la realidad política, social y hasta topográfica es muy distinta. Como recuerda el historiador palestino Elias Sanbar, poco amigo del Estado binacional, el binacionalismo actual es el resultado de tres fracasos: el de la OLP en su intento de instaurar un Estado que reagrupase a árabes y judíos en el territorio de la Palestina histórica; el de los Acuerdos de Oslo para crear un Estado palestino en Cisjordania y Gaza; y el de Israel al no permitir la plena ciudadanía de sus ciudadanos palestinos.
Hoy, tras casi 100 años de idea binacional, lo binacional ha dejado de ser una entelequia. Es una consideración realista a partir del estado de cosas de la Ocupación. Trabaja con la Ocupación, no la consagra. El binacionalismo hoy es un intento de superación de la segregación comunitaria y de la confusión entre identidad nacional, personal y del Estado.
La actual configuración de un Estado (Israel) y unos bantustanes (en Cisjordania y Gaza) resulta, a medio plazo, insostenible en términos demográficos, económicos y políticos. Demográficamente, porque la segregación de casi la mitad de la población de Israel y de los Territorios Ocupados es inviable en un territorio conjunto de apenas 27.000 km2 (sin contar a los refugiados en el extranjero y a la diáspora, el número de palestinos es prácticamente igual al de israelíes judíos). Económicamente, porque no hay más alternativa al subdesarrollo de los Territorios Ocupados que la recíproca dependencia económica (el agua y la mano de obra son palestinas; la industria y la tecnología, israelíes), lo cual va en contra del establecimiento de fronteras cerradas. Políticamente, porque la maraña de asentamientos en lo alto de las colinas de Cisjordania ha reordenado de tal manera el territorio y el poblamiento (el número de colonos sobrepasa los 300.000, sin contar los de Jerusalén) que resulta imposible una retirada que no suponga una expulsión masiva de población. La Ocupación ha llegado tan lejos que la idea binacional ya es irremediable. Se ajusta exactamente al escenario creado.
La consideración binacional del estado de cosas cumple otro requisito sin el que no puede haber visos de solución del conflicto: se ajusta a las nuevas narrativas históricas. Los historiadores palestinos e israelíes vienen estableciendo desde hace dos décadas ciertos hechos: la legitimidad del rechazo palestino del plan de partición de Naciones Unidas de 1947 (Walid Khalidi); la limpieza étnica de 1948 (Ilan Pappé); la planificación de la segregación de los palestinos de Israel (Nur Masalha); la transformación de la topografía (Eyal Weizman); la forja de una identidad ad hoc del pueblo judío (Shlomo Sand). Pero esta dilucidación de los hechos por parte de la historiografía no ha conducido a cambios significativos en la conciencia israelí. Es más, ha servido para que, en aras del mantenimiento de la definición judía del Estado, se perfeccione la política israelí de hechos consumados: es la víctima, y solo ella, la responsable de su suerte.
Pero la aceptación de los postulados binacionales no es fácil. Hoy como ayer, la mayor parte de la intelligentsia israelí abomina de ellos. Soliviantan por igual a la izquierda y a la derecha. Amnon Raz-Krakotzkin ha analizado en un libro fundamental (Exil et souveraineté: judaïsme, sionisme et pensée binationale, La Fabrique, 2007) cómo la idea binacional pone en evidencia el carácter colonialista y orientalista del sionismo y desmonta los planteamientos binarios característicos de la cultura israelí: judío / árabe, laico / religioso, askenazí / sefardí. En cuanto a la parte palestina, la idea binacional está muy extendida entre la comunidad que vive en Israel, con varias décadas de convivencia en desigualdad con la comunidad judía, pero tiene menos eco en los Territorios Ocupados, y casi ninguno entre los refugiados.
Hablar hoy de visión binacional es referirse al modelo sudafricano. Sudáfrica viene siendo el horizonte de quienes aún piensan que paz es convivencia. En el ejemplo sudafricano se mira la campaña Boicot, Sanciones, Desinversión (BSD), que busca el fin del apartheid en Palestina por medio de la presión de la sociedad civil internacional. Pero la opción sudafricana es también la de una sociedad que, llegado un momento, se miró al espejo y se pensó de manera diferente. Dicho con las palabras sudafricanas de un personaje de Coetzee en Verano: "Esa actitud estribaba en considerar que nuestra presencia en aquel territorio era legal pero ilegítima. Teníamos un derecho abstracto a estar allí, un derecho de nacimiento, pero la base de ese derecho era fraudulenta. Nuestra presencia se cimentaba en un delito, el de la conquista colonial, perpetuado por el apartheid".
Los partidarios de otros modelos para la solución del conflicto, combaten el sudafricano. Se olvidan de que es el único que ofrece una respuesta a una situación real de apartheid. El sueño de la mutua exclusión no es más dulce que el de la convivencia.
Que concretar políticamente la idea binacional es complejo, no se le oculta a nadie. Pero es una hipótesis de trabajo necesaria. Su mera consideración no significa que las negociaciones de paz deban culminar, algún día, en un Estado binacional. La aceptación de la idea binacional no fuerza a un modelo de Estado, es simplemente un requisito previo para que cualquier solución estatal se asiente en la historia y en la justicia.
Luz Gómez García, profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.