La necesidad de reformular la Internet de las Cosas

En una conferencia de telecomunicaciones ofrecida por Huawei el año pasado, planteé a un grupo de altos ejecutivos que buscaban oportunidades de crecimiento en un mercado saturado que mil millones de nuevos abonados estaban a la espera de sus servicios. Tras ello, les mostré la foto de una vaca.

La gente tomó fotos de mi presentación con sus teléfonos inteligentes. Algunos soltaron una risita: tal vez pensaron que estaba bromeando. Pero yo hablaba muy en serio.

Los granjeros chinos ya están conectando sus rebaños a la Internet. Las vacas usan collares con sensores inalámbricos que reúnen datos biométricos como la temperatura corporal y el ritmo cardíaco. Esta información se procesa para mejorar la producción de leche, ayudando a los granjeros a ganar unos $420 adicionales por vaca al año y mejorando los beneficios generales en un 50% anuales.

Para los granjeros chinos, una mayor cantidad de datos significa más dinero en el banco. Pero, ya se trate de ganado vacuno o cirugías cerebrales, la información siempre mejora la toma de decisiones. Por eso en el sector de las telecomunicaciones creemos que el mundo se beneficiaría con la reformulación de la conectividad digital.

Conectar más “cosas” a la Internet tiene el potencial de elevar la eficiencia, aumentar la productividad, reducir los desechos e impulsar el crecimiento económico. Según un estudio del McKinsey Global Institute, una Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) completamente conectada podría añadir hasta $11 billones a la economía global al año para 2025. Sin embargo, para hacer realidad estos beneficios serán necesarios cambios en cómo se recopilan y manejan los datos.

Las redes de banda ancha actuales se construyeron para servir a las personas; se usan para hacer llamadas telefónicas, conversar por vídeo, navegar por la web y jugar juegos en línea. Si bien estas son aplicaciones importantes, su alcance es bastante limitado.

Los escenarios para conectar cosas son mucho más diversos. Por ejemplo, un contenedor conectado a la red que cruce el océano debe tener un rango inalámbrico amplio, pero no necesita velocidades de respuesta súper rápidas. Lo opuesto vale para las gafas de realidad virtual, que requieren un retraso ultra bajo, o latencia, para dar a los usuarios una experiencia envolvente. Para el año 2025, habrá en el mundo cerca de 100 mil millones de dispositivos conectados, y para derivar el máximo valor de estos vínculos tendremos que optimizar nuestras redes para las cosas, así como para las personas.

El primer paso es asegurarnos de que las redes futuras cuenten con suficiente ancho de banda para manejar aplicaciones como vídeo de alta definición, que pronto será la mayor parte del tráfico de los usuarios. Un desafío particular será actualizar los sistemas para el manejo de vídeo industrial, que se está convirtiendo rápidamente en parte integral de la manufactura moderna. Por ejemplo, las fábricas de chips usan visión electrónica para comprobar si los circuitos integrados tienen defectos microscópicos, proceso que exige una resolución altísima. Para transmitir esta información, las cámaras necesitan anchos de banda de hasta diez gigabytes por segundo, y una sola fábrica puede tener 1000 cámaras funcionando al mismo tiempo.

En segundo lugar, en cuanto a la latencia de datos, las redes actuales están diseñadas para una percepción humana que tolera un grado bastante alto de retraso. Por ejemplo, en una llamada telefónica una espera de 50 milisegundos es imperceptible para el cerebro humano. Por otra parte, las redes eléctricas precisan de una latencia constante de 20 milisegundos o menos. Para alimentar redes conectadas, robots “inteligentes” y otras máquinas, las redes de próxima generación deberán ser más rápidas y tener una capacidad aún mayor.

Tercero, las redes del mañana deberán ajustarse y repararse automáticamente. La inteligencia artificial permitirá que las funciones de red básicas se pongan en piloto automático, y esto se volverá necesario por simples razones de economía. Una vez la IoT alimente miles de millones de conexiones de coches, trenes, fábricas y hospitales, los costes de operación se irán a los cielos, a menos que sea posible mantener las redes con un mínimo de intervención humana.

Y, por último, para dar vida a la IoT, los encargados de las políticas tendrán que respaldar el desarrollo de redes avanzadas que puedan transmitir con mayor velocidad volúmenes de datos más grandes. En particular, el espectro inalámbrico (las señales radioeléctricas por las que los datos se transmiten de manera invisible hacia y desde los dispositivos conectados) formarán la base de muchos servicios digitales. Pero, al igual que el agua y el petróleo, el espectro es un recurso limitado. La mayoría de los países deberán liberar más espacio del espectro para las comunicaciones inalámbricas, aumentando las señales utilizables entre un 50% y un 100%.

Todos los negocios en todos los sectores se pueden beneficiar de estos avances. Las nuevas conexiones darán valor a empresarios, sociedades y economías, permitiendo a la gente administrar mejor sus recursos y tomar decisiones más informadas. Sin embargo, para hacer realidad este futuro debemos comenzar a concebir de modo diferente la interacción entre las redes y los modelos de negocio. Después de todo, en un mundo de conexiones cada vez más profundas, todo lo existente es un potencial nuevo abonado.

Ken Hu is Deputy Chairman and Rotating CEO at Huawei Technologies. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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