Si los sistemas de patentes nacionales de los países desarrollados y en desarrollo se integraran al sistema de comercio, el resultado sería una mayor especialización entre los inventores y con ello, una más rápida innovación tecnológica y un aumento de la productividad. Sin embargo, bajo los acuerdos actuales, los estados miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC) no tienen la obligación de respetar las reclamaciones de los inventores extranjeros a sus propias innovaciones. El planeta necesita más que nunca un nuevo marco de reglas de comercio que facilite el intercambio de ideas a través de las fronteras.
En esencia, el crecimiento económico es posible gracias a la productividad y, a su vez, esta se impulsa por la creación de nuevas tecnologías. En el mundo actual, estas innovaciones se irán desarrollando cada vez más por la coordinación entre inventores de diferentes compañías y países. Sin embargo, el crecimiento de la productividad ha sido más bien lento estos últimos 50 años, debido en gran parte a brechas en las reglas de comercio, el mercantilismo de la propiedad intelectual a través de la “transferencia obligada de tecnologías” y el debilitamiento de los sistemas de patentes nacionales. Estos factores han acabado con los inventores autónomos o de base, y el ambiente actual solo admite actores con poder, lo que en la práctica excluye a millones de ideas de los mercados globales.
Es claro que se precisa una estrategia más cooperativa. Creemos que un marco para el intercambio tecnológico transfronterizo basado en la protección de patentes y sus mecanismos de su ejecución puede liberar la creatividad tanto de las economías desarrolladas como en desarrollo. Con la normativa adecuada, se podría crear un mercado abierto y no discriminatorio para las tecnologías patentadas –como en la Convención de París para la Protección de la Propiedad Industrial de 1883- que cree incentivos para una mayor colaboración entre los países.
Por supuesto, hacer que una iniciativa así funcione plantea importantes retos. Necesitamos un marco global que ponga en práctica el principio de ganancias mutuas a través de la innovación y que incluya a todas las personas, con independencia de su país de origen, lo que implica integrar más los sistemas de patentes existentes al sistema de comercio y adoptar reglas comunes cuyos incentivos sean compatibles con la economía digital emergente.
El énfasis debería estar en el logro de avances de productividad a través de los mercados de licencias y transferencias de patentes, experimentando con diferentes reglas y poniendo en práctica aquellas que generen resultados deseables. Es más que probable que un proceso de aprendizaje institucional como este transforme el sistema de comercio y produzca más cooperación transfronteriza.
Sin embargo, en la actualidad las reglas de la OMC limitan el crecimiento, ya que no estimulan que las empresas “compartan” su tecnología con otras mediante su venta o licenciamiento. Si una compañía que desarrolla innovaciones específicas puede tomar en licencia partes de la cartera de patentes de otra, incluso en sus márgenes, podrá centrarse más en el campo de especialización para el que está mejor preparada.
Así, la especialización llevaría a inventos más productivos. Se necesitan reglas comerciales de la OMC que creen las condiciones para una especialización así, con la creación de un mercado para el comercio de ideas, en particular entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo. Con un mercado así, la inversión se podría dirigir a campos que rinden los mayores índices de productividad.
El marco que tenemos en mente limitaría prácticas como las transferencias obligatorias de tecnología. Condicionar el acceso a un mercado a la transferencia tecnológica permite a los países en desarrollo a “ponerse al día” con los países desarrollados, pero también debilita las perspectivas de un crecimiento de la productividad en el largo plazo. Al eliminar los incentivos para que los inventores se beneficien del comercio en patentes, las transferencias obligatorias de tecnología destruyen en la práctica el mercado de las ideas.
Más aún, los países que adoptan esta práctica debilitan su propio potencial económico al hacer que sus inventores vivan en países que sí protegerán sus derechos. La práctica es similar a las concesiones de monopolios reales de patentes de la Inglaterra de los Tudor, utilizadas para llenar las arcas del rey. Esta política mercantilista se abolió con el Estatuto de Monopolios de 1623, que otorgaba derechos de propiedad al “verdadero y primer inventor”, con lo que se creó el sistema de patentes de Inglaterra.
Y, sin embargo, desde el periodo de 1952-1954, las economías avanzadas han adherido a los criterios de patentabilidad de “no obviedad” (en Estados Unidos) y “pasos inventivos” (en Europa). Estos conceptos reemplazaron en la práctica la doctrina del “golpe de genio” con una del “esfuerzo prolongado”, con el resultado de que ahora se premia más fácilmente los inventos “marginales” que a los “generales”. Hay menos incentivos para hacer inversiones de alto riesgo en nuevas tecnologías de mejora de la productividad, porque se puede sencillamente añadir “funciones” a los productos existentes. Se ha dejado de lado el principio de premiar al inventor, que llevaba aplicándose durante 500 años.
Pero la creación de un mercado internacional de patentes impulsaría el desarrollo de tecnologías de mejora de la productividad solo si se aplican incentivos eficaces basados en reglas, lo que requiere tres pasos. En primer lugar, la OMC tendría que iniciar el proceso diplomático de transformarse en una entidad que ejecute principios de mercado para las patentes (y otras propiedades intelectuales), por lo que su membresía podría verse limitada por cláusulas que excluyan a estados miembros por no cumplir estos principios.
Siguiente, para iniciar el proceso de aprendizaje institucional, la OMC fomentaría que sus estados miembros prueben nuevas reglas para el comercio de patentes. Una vez se haya decidido sobre ellas, se incorporarían a tratados vigentes. Finalmente, la OMC las haría cumplir entre los países participantes y a cualquier país que desee ingresar o reingresar al bloque.
Incorporar un sistema de patentes integrado al marco de comercio global crearía fuertes incentivos para la cooperación, el uso compartido y el intercambio entre los inventores de países desarrollados y en desarrollo. Al mismo tiempo, las estrategias de innovación basadas en el abuso de la propiedad intelectual quedarían cada vez más al margen, debido a la amenaza de “expulsión” de la nueva OMC y, especialmente, la pérdida de ganancias comerciales.
El nuevo sistema empoderaría a los creativos en todo el mundo, incluidos los países con menor desarrollo. El tipo de florecimiento masivo que necesitamos depende de la innovación de base y una “cultura de la creatividad” no materialista que fomente al máximo el potencial humano, más que solo buscar satisfacer necesidades básicas.
No hay tiempo que perder. Debemos comenzar a explorar opciones para el funcionamiento de los mercados integrados de patentes. Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, China y muchos países en desarrollo tienen importantes papeles que desempeñar. Los países que no se sumen se arriesgan a quedar a la zaga, como gran parte del mundo en el siglo XVII, cuando los países occidentales crearon sus sistemas de patentes y emprendieron la carrera.
¡Que comience la transformación!
Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in Economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and the author of Mass Flourishing.
Eskil Ullberg is a professor of economics at George Mason University and Director of the Trade in Ideas Program at the Institute for Management of Innovation and Technology.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.