La necesidad de un 'tercer partido' nacional

La palabra más repetida de las personas que se acercan a nosotros [cargos y militantes de UPyD] a mostrarnos su simpatía o su confianza es «necesarios». Hay quienes lo expresan con enorme satisfacción por el hecho mismo de nuestro nacimiento como partido político; quienes nos hacen saber que lo estaban esperando; quienes nos confiesan que les hemos sacado de la abstención, del voto a regañadientes, del hastío; quienes nos aseguran que les hemos devuelto la ilusión... Y también existen quienes, sencillamente, constatan ante nosotros que somos necesarios. Que hacemos falta; y que por eso saludan nuestra irrupción en la vida política española.

En los primeros destaca el componente emocional, de ilusión; los segundos caracterizarían lo que podríamos denominar el pensamiento crítico, el ejercicio del libre albedrío. No es que sean impulsos incompatibles. A veces las emociones y la reflexión crítica se encuentran en ambos grupos; pero el impulso primario para considerarnos necesarios se percibe de forma indisimulada en el énfasis. Tampoco es una cuestión de edad; aunque los más jóvenes están mayoritariamente en el primero de los grupos, también encontramos en él a personas de mi generación y de la anterior que han recuperado la ilusión que tuvieron en los primeros años de la democracia. En el segundo grupo predomina la gente que nunca dejó de votar, pero que terminó haciéndolo en blanco; que casi siempre votó a una izquierda que quería más progresista y menos sectaria y/o a una derecha que quería más liberal y más moderna.

Ambos grupos piensan que en España hace falta un partido como el nuestro, un partido que ponga freno a los otros dos. Con o «sin emoción», como declaraba Adolfo Domínguez en una entrevista en el Magazine de EL MUNDO el pasado domingo, muchos miles de españoles consideran que somos necesarios. Gracias a nuestra aparición, muchos ciudadanos han descubierto que no tienen por qué resignarse a dejar las cosas como están; o a votar a quienes ya le han defraudado, a quienes ya le han demostrado que no merecen su confianza. Justo lo que pensamos nosotros, los que promovimos este partido, los que se incorporaron después, los que nos ayudan desde fuera, los que seguimos en la brecha con más ganas que nunca.

Somos la alternativa necesaria, no para nosotros, sino para nuestro país, por muy pomposa que pueda parecer la afirmación. Tanto que si no hubiéramos decidido nosotros hacer este formación, una tercera opción nacional, progresista, abierta, transversal y laica, alguien tendría que haberla hecho. Porque ya no podemos esperar que nadie venga a salvarnos desde fuera.

Pongamos por caso nuestra integración en la Unión Europea. La actual crisis económica, financiera y social que sufrimos ha quebrado el paradigma al que nos aferramos durante los últimos años, viniendo a demostrar que formar parte de la UE, por muy imprescindible que resulte, no resuelve todos nuestros problemas.

La gente de mi generación ha comprobado que la garantía democrática que representa ser parte de Europa no impide que tengamos que resolver algunos de nuestros problemas por nosotros mismos. España es el hecho diferencial del viejo continente en la destrucción de empleo, en el tiempo que nos va a costar salir de la crisis, en el coste social que estamos pagando, en el crecimiento de la desigualdad, en la disminución de la cohesión, en la desvertebración del mercado... La normalización de España (perdónenme la palabreja) no pasa exclusivamente por formar parte de Europa, sino que requiere que actuemos como europeos (o sea, con sentido de Estado) en todos los frentes. Eso es lo que nos falta.

Los españoles hemos aprendido que el espacio de seguridad que Europa representa no puede protegernos de las consecuencias de nuestras propias irresponsabilidades. Ser Europa no puede evitar que paguemos la inacción de nuestros gobernantes, el pasotismo de nuestra clase política. Estrasburgo no puede subsanar nuestros errores a la hora de articular respuestas al terrorismo, o ante políticas lingüísticas que conculcan derechos, o a la dependencia partidaria de los estamentos de la Justicia.

Estrasburgo no puede evitar que el Gobierno y sus socios nacionalistas e independentistas aprueben unos Presupuestos Generales del Estado que falsifican las cuentas y no dan respuesta a los problemas que viven los ciudadanos españoles. Estrasburgo no puede evitar que el Gobierno Zapatero se someta al chantaje nacionalista y ponga en marcha un sistema de financiación que anula toda capacidad del Ejecutivo nacional para impulsar políticas comunes que garanticen la igualdad.

Los españoles saben que la crisis que sufrimos es responsabilidad de los políticos y de los poderes económicos y financieros. Los ciudadanos creen que sus representantes se han convertido en una clase que defiende intereses propios, ajenos -cuando no contradictorios- con el interés general. Los españoles creen que esa degeneración (que no es exclusiva de nuestro país; ahí están casos como el de Berlusconi en Italia o el escándalo político que ha salpicado a Inglaterra...) afecta a todos los ámbitos de la Administración del Estado, siendo especialmente visible en la Justicia.

Los españoles son ya conscientes de que el desarrollo del Estado de las Autonomías no sólo no ha colmado las reivindicaciones de los nacionalistas sino que ha multiplicado los problemas por 17, generando movimientos reivindicativos e insolidarios como respuesta a una forma de gobernar que ha venido favoreciendo al que más capacidad para amenazar ha demostrado. Los españoles son plenamente conscientes de que las políticas comunes se desdibujan en su adaptación territorial (las europeas, también), lo que termina afectando de forma negativa la igualdad real entre todos los ciudadanos.

En este estado de opinión es en el que se celebraron los últimos comicios europeos. Yo creo que la respuesta ciudadana (más allá de la enorme abstención) nos ha proporcionado un dato de interés: mientras que el PSOE y el PP se quedaron en el 54% y el 65% de sus resultados de las últimas elecciones generales, UPyD alcanzó el 148%. Yo creo que es la expresión más directa del fenómeno al que me he estado refiriendo: la gente parece estar dispuesta hacer algo más que quejarse.

Creo que los ciudadanos son plenamente conscientes de que en España es necesario un partido que ponga freno a los desmanes de quienes se sienten cómodos sin que nada cambie. En nosotros recae la responsabilidad de seguir consolidándonos como esa alternativa necesaria.

Rosa Díez, diputada y portavoz de Unión, Progreso y Democracia.