La negativa de Ucrania

A veces la historia puede pasarse de irónica. Esta semana, mientras los ucranianos conmemoraban el 80.° aniversario del Holodomor (la gran hambruna impuesta por Stalin a Ucrania), el gobierno del presidente Víktor Yanukóvich anunció su decisión de no firmar un acuerdo integral de libre comercio con la Unión Europea en la cumbre de Vilnius del 28 de noviembre. Parece que Ucrania desechó de un día para el otro la oportunidad de superar su traumático pasado.

La causa manifiesta del rechazo de Yanukóvich es la demanda de la Unión Europea de permitir que la ex primera ministra Yulia Timoshenko (quien cumple una condena a siete años de prisión) viaje a Alemania a recibir tratamiento médico. Aunque el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que Timoshenko es una presa política, Yanukóvich (dotado de pleno poder para conceder indultos) se ha negado a acceder a su liberación. El motivo principal de su negativa es impedir que Timoshenko se presente a la elección para la presidencia de Ucrania en 2015.

El rechazo de Yanukóvich a Europa tal vez fuera previsible, en vista de otras conductas suyas (como el encarcelamiento de sus opositores) que son difícilmente reconciliables con las normas democráticas y los valores europeos. Pero lo que selló el destino del acuerdo con la Unión Europea fue una serie de reuniones que Yanukóvich mantuvo hace poco con el presidente ruso Vladímir Putin.

El ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, observó una vez que para la concepción rusa, Rusia sin Ucrania es un estado‑nación normal, pero Rusia con Ucrania es un imperio. Sin embargo, aquellos rusos que crean que la negativa de Yanukóvich a Europa es una gran victoria deberían pensarlo mejor. Así como la pésima administración económica de Putin llevó a que incluso el ministro de economía pronosticara estancamiento para lo que queda de esta década, su nostalgia geopolítica no hará más que cargar a los rusos con el lastre de aquel mismo imperio disfuncional que los empobreció en tiempos de los soviets. Peor aún, parece que lo único capaz de mantener unido un imperio económico tan endeble sería reproducir el mismo sistema anterior en que el poder estaba en manos de los siloviki (la policía secreta).

Aunque tal vez Putin vea motivos para festejar, lo cierto es que la economía ucraniana está mucho peor que la de Rusia. Difícilmente un imperio en decadencia demográfica y dominado por el capitalismo amiguista, del que huyen los más talentosos y educados (sólo el año pasado abandonaron Rusia unas 300.000 personas), pueda ser un contendiente estratégico de consideración para Estados Unidos o China. Por el contrario, China ambiciona buena parte de los territorios rusos orientales que perdió ante este país en los años de la “humillación” a lo largo del siglo XIX.

Durante un viaje que hice hace poco a Armenia, Georgia y Ucrania, pude ver con mis propios ojos la división de la clase política y la opinión pública de estos países respecto de si lo mejor es vincularse militar y económicamente a Europa y Estados Unidos, o someterse a Rusia ingresando a la Comunidad Económica Eurasiática (CEEA). El sistema propuesto por Rusia se parece vagamente a la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental de tiempos del Japón imperial, tanto en su retórica como en su objetivo de subordinar a sus vecinos.

Armenia fue el primer estado ex soviético que no pudo resistir la presión de Putin y se negó a ingresar a la Asociación Oriental propuesta por la Unión Europea. Cuando ya habían transcurrido cuatro años de negociaciones, Putin amenazó al presidente Serzh Sargsyan con duplicar el precio del gas ruso, cancelar los acuerdos de defensa (en momentos en que Armenia está trabada en una fiera disputa con el vecino país petrolero Azerbaiyán) y poner trabas a la numerosa comunidad de expatriados armenios que viven y trabajan en Rusia.

También Georgia fue objeto de tácticas similares, que llevaron al ex primer ministro Bidzina Ivanishvili a considerar el ingreso del país a la unión aduanera patrocinada por Putin. Pero tras la aplastante derrota sufrida en la reciente elección presidencial por la candidata prorrusa Ninó Buryanadze, el gobernante partido Sueño Georgiano decidió atenerse al proyecto euroatlántico, especialmente habida cuenta de que las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur siguen bajo ocupación rusa. (Rusia también probó la mano dura con Moldavia, país al que amenazó con prohibirle sus exportaciones de vino y reconocer la independencia del territorio separatista de Transnistria.)

Para reducir el peso del acoso ruso, Occidente puede asegurar a los estados ex soviéticos que la Asociación Oriental no está muerta y que algo parecido a las zonas de libre comercio previstas es posible. Además, la Unión Europea puede continuar ampliando el acceso a visas para los ciudadanos de estos países y, llegado el caso, permitirles viajar sin visado. También puede reafirmar su compromiso con los acuerdos de cooperación en áreas como la aviación, el comercio, el intercambio académico, el transporte, la infraestructura, el turismo, la agricultura y el desarrollo rural.

Otro medio con que cuenta la Unión Europea es renovar su ayuda para la creación de instituciones democráticas, lo que supone ofrecer asistencia para reformas judiciales, colaborar con campañas anticorrupción y alentar el enjuiciamiento de delincuentes sin importar su rango, además de apoyar el trabajo de las organizaciones civiles. Y tal vez lo más importante de todo sea que países como Austria (donde los miembros de la banda de Yanukóvich crearon oscuras compañías para ocultar sus bienes mal habidos) deberían dejar de hacer la vista gorda ante el saqueo de países como Ucrania.

Por desgracia, son tiempos de austeridad presupuestaria y la eurozona todavía está frágil, de modo que los estados miembros de la Unión Europea no pudieron neutralizar las amenazas económicas de Rusia a Ucrania (especialmente la pérdida de acceso al mercado ruso). Tal vez, una solución más radical a este acoso hubiera sido responder al reciente y arbitrario cierre de Rusia a las exportaciones de chocolate ucraniano con el cierre de la Unión Europea a las exportaciones de vodka ruso.

En última instancia, puede que sean los oligarcas que financiaron la carrera de Yanukóvich (especialmente Rinat Ajmétov, el hombre más rico de Ucrania) quienes tomen la decisión final respecto del destino de su país. Conforme este se aleje de Europa, la economía ucraniana (y con ella, las fortunas de sus oligarcas) quedarán más y más expuestas a los arbitrios de los siloviki rusos. Tal vez entonces, cuando Ajmétov y otros como él comprendan los riesgos futuros a los que se exponen sus empresas y su riqueza, convenzan a sus parlamentarios leales de pasarse de bando y unirse a las fuerzas proeuropeas para recuperar el futuro de Ucrania con la Unión Europea.

Charles Tannock is Foreign Affairs Coordinator for the European Conservatives and Reformists in the European Parliament. Traducción: Esteban Flamini.

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