La neolengua

El lingüista soviético Nikolai Iakovlevich Marr preveía -dice François Thom- el momento en que el proletariado triunfante se liberaría también de la lengua hablada, sujeta a humillantes restricciones naturales», y lo consideraba un «instrumento formal y retrógrado heredado del oscurantismo pasado» del que un día se liberaría la humanidad, porque no se necesitaba para nada, sino que la comunicación sería de inteligencia a inteligencia. Y tales afirmaciones nos parecen una simpleza o un delirio, pero es invento algo políticamente muy rentable, como en general todo lo que hoy se llama lo «políticamente correcto» y va camino de ser una neolengua obligatoria de un muy sutil totalitarismo, un nominalismo según el cual no son otra que lo que se las llama y su nombre de transformar la realidad, a costa de la inteligencia y para preparación de la idiocia mental, pero así es. Y podríamos decir que el constitutivo carácter de esta neolengua es su sustitución del lenguaje normal, como ya fue ensayado por el rey Nimrod, constructor de la torre de Babel del texto bíblico, que quiere alcanzar el sumo poder y para eso necesita que todo el mundo hable lo mismo y del mismo modo, para que piense lo mismo que es lo que, a veces, se llama «pluralismo» entre nosotros.

La neolenguaDesde siempre se ha sabido, efectivamente, que no hay nada que convenza más a las multitudes para que tengan un fervoroso pensamiento único que los discursos vacíos de contenido o las repeticiones de una o dos ideas seductoras y que lleven dos o tres palabras mágicas, pongamos, por ejemplo, «igualdad, modernidad, libertad, cambio y novedad y, desde luego, el pueblo», para que ya se pueda decir cualquier cosa en torno a esas palabras; y en ambientes incluso intelectuales, como decía Leszek Kolakowski, gracias al juego retórico de las figuras de amo y esclavo en lucha puede darse la impresión de que se es un asombroso conocedor de la historia, la geografía, la economía o la numismática. No digamos nada la sociología y la política.

Durante mucho tiempo se ha venido llamando «lengua de madera», por su pesadez y su lisura o vacío de contenido, a la vieja y estereotipada lengua burocrática, pero luego se ha extendido a todos los ámbitos y, tomada a broma, nos recuerda las burlas del actor mejicano Mario Moreno, «Cantinflas», porque es suficiente mirar y leer en nuestro entorno preciosas formulaciones como : «Trastorno del comportamiento perturbador no especificado», «Violencia de género», y cómo se denomina un camión municipal de la basura, para comprobar que se trata de fórmulas difícilmente sostenibles con la mínima racionalidad; es gramática pedante y espantosa, pero, en realidad es un lenguaje que trata de hacernos abrir la boca del mismo modo para que pensemos todos lo mismo, como en Babel.

Tal lengua de madera no quiere decir absolutamente nada, pero hace años ya que el lenguaje político, y hasta el administrativo, lo vienen utilizando y, por contagio o en vista de su eficacia, ha pasado al lenguaje de los medios, la publicidad y hasta la conversación. Y pongamos por caso la pedantísima palabra «evento», que don Antonio Machado ponía en solfa diciendo que no se debe decir «los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa», sino «lo que pasa en la calle» que, además, es lo propiamente literario. Pero sobreabundan otras palabras o modismos de madera que no significan nada, y al señor Marx le molestaba ya la palabra «progresista», que definía como «el tonto del calendario», porque sabía muy bien quiénes eran los que podían esperar el progreso en pleno primer industrialismo.

Lo que pasa es que «con el correr de los años -señala igualmente señor François Thom-, la «lengua de madera lo que ha llegado a constituir finalmente es una serie de encantamientos mágicos convertidos en una cadena de axiomas necesarios», y «lo extraño de la lengua de madera viene de que, a diferencia de las otras lenguas, no tiene más que una función: servir de vehículo a la ideología....» A robarnos el propio pensamiento.

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes.

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