La no tan Gran Bretaña

Las emociones engañan. Pero rumiadas con tranquilidad, según William Wordsworth, el gran romántico inglés, llevan hacia verdades inaccesibles para la razón. Tal vez sea pronto para intentar recuperar, revisar, y sacar a la luz todas las emociones suscitadas por el Brexit. El proceso sigue en vigor o, más bien, en el torpor habitual. Hasta existe la posibilidad de que se realice la predicción que hice en las páginas de EL MUNDO el día después al maldito referéndum británico y que el Brexit no suceda nunca. Las emociones surgidas, por cierto, no han alcanzado el grado de madurez reclamado por Wordsworth. En cambio, ya sabemos suficiente del caso para sacar unas lecciones fiables, a la luz de la razón, y expresar, de una forma tentativa, algunas de esas emociones inacabadas. Helas aquí.

1. No intentar salir de la Unión Europea. No digo "no salga", sino "no intente salir". Porque ya hemos visto las consecuencias funestas del intento británico: su sistema político, en crisis; su libra esterlina, machacada; su economía, estancada; su gobierno, paralizado; su porvenir, en duda; y su sociedad dividida entre posturas cada vez más extremas, al borde de la violencia masiva. Emoción correspondiente: decepción profunda.

2. No convocar referéndums. Las consultas públicas son una herramienta que sirve para establecer los puntos de partida de un debate. Por ejemplo, en el caso catalán, que la opción independentista es minoritaria. Los plebiscitos son otra: medios que las dictaduras manipulan para dorar sus vicios. Los referéndums caen entre los dos extremos y no sirven a ningún fin sino a fomentar la discordia. Para funcionar bien, una democracia grande y plural tiene que remitirse a sus representantes electos para ejercer la soberanía colectiva y tomar decisiones legislativas que afectan a toda la ciudadanía. Sin la intervención de las instituciones representativas la democracia se convierte en la tiranía de la mayoría. Como acabamos de ver en el caso del Brexit, las mayorías son poco duraderas y la política que se impone por un referéndum en un momento determinado se convierte a veces en un agravio rechazado en otro. Emoción correspondiente: paciencia.

3. No convocar referéndums para fines políticos, sino sólo para saber sinceramente la voluntad de los electores. Al lanzar el referéndum del Brexit, David Cameron, el primer ministro británico en aquel momento, no tuvo ningún interés ni en el Brexit ni, por lo visto, en nada que pudiera mejorar la vida en su país, sino sólo en remediar las divisiones internas de su propio partido. Pensó que una decisión popular a favor de la Unión lograría contener a los diputados brexiters. Irónicamente, el efecto ha sido el contrario y el partido conservador se encuentra en un estado caótico y mengua su apoyo popular. Trece candidatos se presentaron para liderarlo: una prueba clara de que el partido está encerrado en un búnker, disputándose una supremacía inane entre condenados. Emoción correspondiente: lamento.

4. Si se convoca un referéndum, que no sea, por Dios, sobre un tema que admite más de dos respuestas, o que invite a respuestas calificadas o condicionales. Una pregunta, por ejemplo, del estilo "¿Aprueba Vd. tal o cual ley o tal o cual propuesta o borrador de ley?" es factible, porque todos pueden enterarse definitivamente de lo que está en juego. Es así como se formulan las preguntas en las zonas del mundo más adictas a los referéndums -los estados norteamericanos de Wisconsin y California-. Si planteas cuestiones moralmente complejas, como sobre el aborto o el divorcio, contestarán, en números desproporcionados, votantes simplones que no comprenden la inconmensurabilidad de una respuesta definitiva y sin matices. Y es una insensatez intentar reducir a un simple "sí" o "no" un problema de política económica y financiera, una cuestión de relaciones internacionales e intracomunales o un rompecabezas filosófico sobre la naturaleza de la soberanía y la identidad de un pueblo. A la pregunta "¿Quieres que el Reino Unido salga de la UE?", hubo un montón de posibles respuestas. Entre ellas, "Sí, pero sólo con ciertas salvaguardas" o, "Sí, pero sólo si quedamos en el mercado común" o "Sí, pero sólo si quebramos todas relaciones con esos extranjeros desgraciados". Así que la única respuesta clara era "no". No sabíamos, ni sabemos, lo que querían los votantes pro Brexit. Emoción correspondiente: desesperación.

5. Si se convoca un referéndum a pesar de todo, arréglenlo racionalmente. En ningún país civilizado (a menos que tengan a Turquía en cuenta) los cambios constitucionales o los que afectan los derechos de los ciudadanos se admiten si no obtienen un apoyo auténticamente significativo en un referéndum, normalmente, del 66%. Tal nivel es imprescindible para evitar la injusticia, apaciguar a la minoría, hacer practicable el resultado del voto popular y asegurarse una mayoría absoluta de la población adulta, incluso entre los que se abstienen. Por optar por una mayoría relativa, el Gobierno británico abandonó el destino del país a los 37% que votaron a favor del Brexit. Los políticos se condenaron al fracaso por la necesidad de intentar satisfacer a los que así votaron, sin enajenar a los demás. Emoción correspondiente: indignación.

6. Si se convoca un referéndum sin prestar atención a tales prevenciones y el resultado es un desastre, procure buscar medios para evitar aplicarlo. Sigo sin comprender la estrategia de los dos grandes partidos británicos -conservadores y laboristas- de prometer que el resultado del referéndum sería sacrosanto e inviolable. Lo normal sería decir: «Respetaremos la voluntad del pueblo», no: «Implementaremos una política impuesta por una minoría del electorado». Cuando se obtiene un resultado idiota hay que frustrarlo, aprovechando, por ejemplo, la posibilidad de iniciar un proceso de investigación por expertos independientes sobre las opciones de aplicarlo, para mostrar su imposibilidad o su insensatez. Emoción correspondiente: escepticismo.

7. Al salir de la Unión, si se insiste en algo tan estúpido, no lo haga sin lograr un acuerdo. El ocaso del intento de Theresa May de conseguir un acuerdo ha expuesto el país a la perspectiva temible -inexplicablemente apoyada por unos políticos populistas o de la extrema derecha- de abandonar sus relaciones favorables con la UE para entregar el país a manos de los chinos, indios y norteamericanos. Por supuesto, éstos estarán encantados con la oportunidad de colmar la economía británica de los productos basurientos de sus talleres de explotación y los pollitos clorados de sus granjas industriales. Emoción correspondiente: náusea.

8. No preste atención al señor Trump. Emoción correspondiente: desdén.

9. Dése cuenta del valor de la Unión Europea. No por el interés puramente económico, sino por ser la iniciativa más noble, más ambiciosa y más emocionante de la historia política del mundo. No hemos visto nada parecido desde la fundación de EEUU, que se lanzó ex novo, con más facilidad, entre comunidades que no poseían la amplia experiencia conflictiva que hemos superado en Europa. Emoción correspondiente: tristeza.

10. No se fíe de los británicos. "Non", contesto Charles de Gaulle cuando por primera vez los ingleses solicitaron el ingreso en lo que en aquel entonces se llamó el Mercado Común Europeo. "Non", repitió cuando lo volvieron a intentar con la Comunidad Económica Europea. De Gaulle, por lo visto, tuvo razón. La perfide Albion, a través de toda su historia moderna, procuraba coser la discordia entre otros países europeos para seguir tranquila su propia política mundial. Sólo cuando -parafraseando un dicho famoso de Dean Acheson- "perdieron su pasado sin encontrar ningún porvenir", se sometieron los ingleses a regañadientes a la necesidad de vincularse al proyecto europeo. Pero nunca sintieron ningún entusiasmo, ninguna emoción por compartir la nueva identidad europea, ni pensaron nunca en dejar de un lado su arrogancia tradicional para abrazar a al resto de europeos como colaboradores iguales, ni mucho menos consustanciales. De Gaulle solía hablar del "mundo anglosajón". No existe tal cosa, porque los ingleses serían tan incapaces de unirse a los demás pueblos angloparlantes como a sus vecinos más cercanos. Lo que sí existe es una no tan Gran Bretaña, que se está convirtiendo en el enfermo de Europa. Si los ingleses quieren encerrarse en la cuarentena, conviene permitírselo. Emoción correspondiente: repugnancia.

Felipe Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU).

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