La noche triste

La noche triste

Hoy mismo, ya en la oscuridad, se cumplen 500 años de la Noche Triste de Hernán Cortés. La mayor crisis de toda su historia de la conquista de México, que sería la Nueva España.

Todo empezó cuando Don Hernán se reunió con el anunciador de la gran expedición de castigo, comandada por Pánfilo de Narváez, que había promovido Diego Velázquez Cuéllar, gobernador de Cuba, e irritado antiguo socio de Cortés, dispuesto a acabar con él.

Alfonso de Vergara, ese era el nombre del anunciador, fue invitado a todo un banquete por Don Hernán, que le regaló abundante oro. Asombrado por tanto agasajo y riqueza, el enviado de Velázquez se hizo gran amigo de quien iba a ser su enemigo; al que informó de todos los detalles sobre los 1.500 hombres que estaban por llegar.

El gran conquistador, temiéndose lo peor, quiso solucionar el problema de inmediato, en un lapso histórico de ya seis meses de buena relación con Moctezuma. Que era su prisionero, ciertamente, si bien seguía rigiendo a sus súbditos como tlatoani.

Con esa inusitada amistad con el emperador de los mexicas, Cortés no lo pensó más, y salió de Tenochtitlán el 28 de mayo de 1520, hacia la costa, dejando en la gran ciudad lacustre una menguada fuerza de sólo ochenta españoles; al mando de uno de sus lugartenientes, Pedro de Alvarado, y por medio de sus enviados y espías, fue asegurándose la complicidad de los efectivos de Narváez. Sobre todo, los artilleros, que no llegaron a disparar, resultando a la postre que el ejército recién arribado de Cuba se pasó por entero a las filas cortesianas. Narváez acabó preso en Veracruz, donde rumió su desdicha durante casi dos años, en tanto que sus mesnadas y navíos se incorporaron a los efectivos cortesianos.

Resueltos los problemas que iba a ocasionar Don Pánfilo de Narváez, a Veracruz llegaron noticias de Tenochtitlán de lo más alarmantes: había estallado una rebelión de los mexicas, teóricamente ya vasallos de Carlos V. De manera que al oír tan aciagas nuevas, Cortés partió apresuradamente para el altiplano, llegando a la gran ciudad lacustre el 24 de junio de 1520.

El caso es que durante la ausencia de Cortés tenía que celebrarse, en Tenochtitlán, una ceremonia en honor del dios de la guerra, Huitzilopochtli. Y para ello, los dirigentes mexicas pidieron permiso al lugarteniente de Cortés, quien otorgó lo que se le solicitaba. Pero revestido de una autoridad que no le daba mayor sensatez, Alvarado mandó cerrar las salidas del patio sagrado del templo mayor, donde se celebraba la fiesta; comenzando de inmediato la matanza de los reunidos. Lo que provocó la inevitable indignación y rebelión de los mexicas, espeluznados por lo sucedido.

Una multitud se agolpó ante el palacio de Axayácatl, residencia de Moctezuma y de los españoles principales: la rebelión ya no podía ser detenida, oyéndose gritos dirigidos al tlatoani: «¡Ya no somos tus vasallos!». Se sentían vejados por la matanza del templo mayor, y durante tres semanas, sitiaron el reducto de los españoles y sus aliados tlaxcaltecas, que malamente pudieron resistir los ataques.

Cortés llegó a la capital del lago, y concentró a todos sus hombres en el citado palacio Axayácatl y sus aledaños, arreciando entonces la furia de los atacantes, ya casi incontenibles. La artillería se llevaba por delante a diez o doce hombres de cada disparo, pero los huecos se cerraban otra vez por valientes guerreros a quienes ya no asustaba la pólvora.

En ese trance, Cortés, a fin de apaciguar la situación, solicitó a Moctezuma que desde la azotea del palacio pidiera a sus súbditos el cese de la lucha; y precisamente cuando estaba en ello, resultó herido por una de las piedras que arrojaban los furiosos manifestantes, y tres días después, murió.

Ante tan pavoroso escenario, Don Hernán decidió abandonar la ciudad en la noche del 30 de junio de 1520. La misma que, premonitoriamente, un soldado, llamado Blas Botello, nigromante y astrólogo, había recomendado dejar para no perecer todos.

En la retirada, Cortés llevó consigo a un hijo y dos hijas de Moctezuma, así como a algunos nobles nativos que le eran favorables; utilizando puentes de madera portátiles para cruzar fosos y canales. Al principio en el silencio de la noche, aunque pronto sonó el alarido de una mujer, que despertó a la ciudad, originándose así la masiva persecución de los españoles.

Se impuso la fuerza del número sobre las posibilidades de maniobra, y Cortés, acosado por todas partes, se esforzó para organizar su tropa lo mejor posible. Así las cosas, la huida se transformó en verdadera retirada táctica, y Malinche, a quien se dio por muerta en el trance, reapareció casi milagrosamente, cuando ya clareaba y el gran lago quedaba atrás.

Según un primer balance, en la Noche Triste, murieron ciento cincuenta españoles… amén de más de dos mil indios auxiliares, y varios hijos de Moctezuma. También sucumbieron cuarenta y cinco preciados caballos, y se perdieron muchas cargas de oro y plata. Y lo más importante, el posible acuerdo pacífico de cooperación entre españoles y mexicas quedó roto.

En esa trágica ocasión, Cortés se negó en redondo a darse por vencido: nada de vuelta a Cuba o incluso a España. Tenochtitlán tenía que ser reconquistada. Y así las cosas, siete días después de la Noche Triste, en su difícil andadura en busca de acogida en Tlaxcala, los españoles se vieron ferozmente alcanzados en su penosa marcha: «Creíamos ser aquél el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban», comentó después el propio Cortés, en carta de relación al emperador Carlos V.

Pero la situación cambió dramáticamente: en Otumba, en medio de la más encarnizada batalla, un soldado de Cortés logró abatir al jefe de la nutrida tropa persecutoria, arrebatándole su estandarte. El soldado, Juan de Salamanca era su nombre, le pasó la enseña a su capitán general, y la acción se decidió plenamente a favor de los conquistadores. Un gran triunfo: seguía la vida y se renovó la esperanza. Nadie dijo que en la ocasión se apareciera el apóstol Santiago en su blanco caballo, quedando claro que el de Medellín sustituyó al de Compostela.

Del lado mexica, días después de la Noche Triste, se eligió al nuevo tlatoani como sucesor del malogrado Moctezuma; en la figura de Cuitláhuac, un hombre reflexivo y que tal vez hubiera negociado. Pero al poco tiempo, el recién elegido murió de viruela y fue sustituido por Cuauhtémoc, un adversario mucho más temible que el sosegado Cuitláhuac.

Recibidos en Tlaxcala hospitalariamente, Cortés, desde julio de 1520 hasta mayo de 1521, organizó su retorno para la reconquista de la gran ciudad; con una batalla que duró cien días con sus cien noches, para al final, el 13 de agosto de 1521, San Hipólito, alcanzar un triunfo más que costoso.

Espero que recordemos también esa efeméride, sin los prejuicios antihistóricos que están surgiendo. La memoria de Cortés se lo merece por lo que fue su tesón, su formidable capacidad organizativa y, también porque supo reconocer el gran valor y resistencia de sus rivales, los aztecas, llegados un día del norte de México, del Azatlán.

Ramón Tamames es economista.

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