La nueva “República de Sudán del Sur”

Tema: Un acuerdo de paz en 2005, un período de transición de seis años y un referéndum en enero de 2011 pueden llevar al nacimiento de un nuevo país en África, fruto de la separación de la zona meridional de Sudán.

Resumen: Los próximos seis meses serán determinantes para la concreción de los términos de la independencia del nuevo Sudán del Sur. Pero la estabilidad y la paz en el resto del país siguen siendo muy frágiles. La atención de la comunidad internacional y de los actores regionales no sólo tiene que estar puesta en el sur sino también en el futuro del régimen de Omar Al-Bahir y en la situación de Darfur.

Análisis: La “República de Sudán del Sur” tiene muchas posibilidades de ser el nombre que reciba la nueva nación africana que nacerá tras los resultados del referéndum sobre la separación de 10 Estados meridionales de Sudán para conformar un nuevo país. Según los resultados oficiales, el apoyo a la separación rondó el 99%. Si éste es el nombre elegido, respondería a una cuestión de familiaridad y de conveniencia. Aparece ya en muchos sitios, como ministerios y administraciones del hasta hoy gobierno semiautónomo de Sudán del Sur, lo que facilitaría el proceso hacia la configuración del nuevo país.

No hay que olvidar, sin embargo, que el referéndum sobre la secesión de Sudán del Sur no es el final del proceso de implementación del Acuerdo Global de Paz, (Comprehensive Peace Agreement, CPA), firmado por el gobierno de Sudán y el Movimiento/Ejército de Liberación Popular de Sudán (Sudan People’s Liberation Movement/Army, SPLM/A) el 9 de enero de 2005. Aún quedarían seis meses más para dar el paso definitivo hacia la separación, un período en el que aún tienen que definirse los términos de dicha independencia. Y falta mucho por hacer porque de los cuatro protocolos y los dos acuerdos marcos que componen el CPA apenas se han implementado durante estos años. Sólo el protocolo de Machakos, sobre el establecimiento del período interino y la puesta en marcha de los mecanismos necesarios para la celebración del referéndum, y el protocolo sobre la distribución del poder, con el establecimiento de un gobierno de unidad nacional, han salido adelante. Pero apenas ha habido progresos en materia de seguridad, desarme, desmovilización, distribución de la riqueza y en la solución del conflicto en los estados de Kordofan de del Sur y el Nilo Azul, y en la zona de Abyei.

El período de transición fue excesivamente lento en la consecución de los objetivos porque se fueron relegando las verdaderas causas de fondo de la larga guerra civil entre el norte y el sur, centrándose más en las relaciones de poder entre los actores en cuestión: el gobierno de Sudán y el SPLM/A. También por la falta de representatividad de muchas otras fuerzas no sólo del sur del país sino de otras partes de Sudán, a pesar de algunas incorporaciones a posteriori. Porque no hay que olvidar que el conflicto entre las regiones norte y sur de Sudán es una parte, aunque muy importante, de los muchos problemas que asolan a un país donde el reparto de los recursos naturales está exageradamente desequilibrado y donde existen, desde su independencia en 1956, profundas diferencias sociales, confrontaciones interétnicas y problemas religiosos. Todo forma parte de una realidad mucho más compleja donde el gobierno de Jartum, cuya zona de influencia geográfica se identifica con el norte y centro del país, se ha enfrentado durante décadas a las regiones periféricas en una guerra por el control de los recursos, acentuando las diferencias tribales con su apoyo y aliento declarados a las tribus arabizadas frente a los no-árabes, ya fueran cristianos, animistas o musulmanes. El régimen centralizado de corte islamista marginó a las periferias de la toma de decisiones y del proceso económico, y estos factores desencadenaron, entre otros, el levantamiento de la población Beja en el este y las protestas de los Nubas en el norte. También, la crisis de Darfur estalló en febrero de 2003 precisamente para coincidir con una nueva ronda de negociaciones entre el gobierno central y el sur del país. Los rebeldes pretendían llamar la atención para que sus demandas y la situación de la región de Darfur también se tuvieran en cuenta en las negociaciones del proceso de paz.

En la propia introducción del CPA las partes reconocen que los protocolos firmados deben dar pie a un modelo para la buena gobernanza en Sudán y la solución amplia de los problemas del país, y una sólida base para preservar la paz y “lograr que la unidad sea atractiva”. Un principio, el de recuperación nacional, que nunca se aplicó plenamente en el período de transición y que pone de relieve que la secesión no era el fin último del CPA. Pero con la muerte en un accidente de helicóptero del líder del SPLM/A, John Garang, en julio de 2005, nada más instaurarse un gobierno de unidad nacional y firmarse una nueva Constitución nacional provisional, también murió su idea de un Sudán unificado. Su sucesor, Salva Kiir Mayardit, nunca ocultó su vocación independentista, aunque nada más asumir el cargo se comprometió a seguir la línea de Garang y trabajar para hacer atractiva la unidad para todos los habitantes de la región meridional. Poco a poco se empezó a cuestionar el compromiso con la unidad que profesaban algunos líderes del SPLM, quedándose en lo superficial. En cuanto al oficialista Partido del Congreso Nacional, se desentendió prácticamente por completo de su compromiso de hacer “atractiva” la unidad para la población de Sudán del Sur. La visita pocos días antes del referéndum del presidente sudanés, Omar Al-Bashir, a la capital de Sudán del Sur, Juba, como último intento por darle la vuelta a la votación llegó demasiado tarde.

Los seis años previos al referéndum se caracterizaron no sólo por la no implementación del CPA sino por la violencia intertribal principalmente en Sudán de Sur y con la injerencia de Jartum, armando a algunas de las tribus para dividir el sur, por la gran tensión y la precariedad en la zona de Abyei; por la crisis de Darfur, por los ataques del Ejército de Resistencia del Señor (Lord’s Resistance Army, LRD) en los estados de Equatoria Occidental, Oriental y Central, por las acusaciones mutuas de violaciones del CPA, por las restricciones a la libertad de circulación obstaculizando las tareas de supervisión y verificación de las misiones de Naciones Unidas en el país, y por las denuncias –sobre todo en el último año– de incursiones transfronterizas con aumento de las fuerzas militares de un lado y de otro. Además, las dos órdenes de arresto contra el presidente Al-Bashir por cargos de genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra en Darfur, y las elecciones presidenciales de 2010 añadieron más leña al fuego: unos comicios en los que Omar Al-Bashir fue elegido presidente de la República de Sudán, mientras que Salva Kiir Mayardit fue el más votado como presidente del gobierno semiautónomo de Sudán del Sur. Muchos opositores septentrionales las consideraron injustas, amañadas e ilegítimas. Y lo mismo ocurrió en el sur, donde varios partidos emitieron una declaración rechazando los resultados, y algunos iniciaron un enfrentamiento armado.

En esta situación de creciente inestabilidad pocos auguraban que el referéndum llegase a buen fin y en la fecha prevista, tanto por problemas técnicos como políticos. No era de extrañar que saltaran todas las alarmas meses antes de la consulta. La comunidad internacional alertaba sobre la bomba de relojería que iba a explotar y se auguraba como muy probable el estallido de cruentos enfrentamientos que darían lugar a un nueva y larga guerra. Pero no fue así.

En octubre, tres meses antes del referéndum, Salva Kiir Mayardit convocó una conferencia de reconciliación sur-sur, ofreciendo la amnistía a los líderes rebeldes que se habían levantado contra él tras los comicios de abril de 2010. Se acordó que, de votar por la independencia, se celebraría una nueva conferencia con todos los líderes de las diferentes tribus, etnias y partidos políticos para acordar la formación del nuevo país, seguida de unas nuevas elecciones. A los esfuerzos de Kiir le siguieron el de varios gobernadores de algunos estados sureños que convocaron varias conferencias de paz para mediar entre las disputas tribales y promover la estabilidad antes de la consulta. Así se logró la unidad necesaria para sacar adelante la consulta popular. El apoyo de varios organismos de Naciones Unidas, de la Unión Africana (UA) y de varios países e instituciones en el registro de electores y en los preparativos de la consulta fue también fundamental. También fue muy importante la labor de EEUU. La Administración Obama fue acusada dentro de su propio país de inacción frente a todo lo que estaba ocurriendo en Sudán hasta que en septiembre de 2010 Washington anunció una hoja de ruta para el país. En ella, a cambio de determinadas condiciones que debe cumplir el régimen de Al-Bashir, se compromete a iniciar el proceso que saque a Sudán de la lista del Departamento de Estado sobre los países que apoyan al terrorismo, y mejorar las relaciones bilaterales dándoles un impulso económico. También prevé el levantamiento de las sanciones impuestas a Jartum si da lo pasos necesarios para mejorar la crítica situación de Darfur.

Dos nuevos países

No nace un nuevo país sino dos, porque el norte de Sudán tampoco será el mismo. Ante todo, su dinámica económica se va a ver profundamente afectada ya que el sur –rico en petróleo, oro, cobre, agua y con un suelo fértil– ha sido el principal proveedor de recursos para el país durante décadas. Jartum luchará sin duda por hacer frente a una potencial pérdida del 70% de sus ingresos por petróleo, pero la fortaleza del régimen de Omar Al-Bashir se ha ido deshaciendo en los últimos años. La utilización continuada de métodos brutales, como la utilización de las milicias islamistas, para imponer su criterio a lo largo de todo el país, junto con la sistemática ruptura de los compromisos adquiridos, le ha dejado además como un actor en el que no se puede confiar. Sus opositores en el norte creen que está pagando un precio demasiado alto por la paz, además de arrastrar una inmensa deuda y llevar al país a un creciente aislamiento internacional. Su partido, el Congreso Nacional, está luchando desde hace tiempo por sobrevivir en numerosas regiones del país y no sólo Darfur, muchas de ellas desatendidas durante años para favorecer la zona denominada “triángulo árabe”. De ahí que la atención que a día de hoy se presta a la parte meridional y a su futuro debiera desviarse hacia la verdadera amenaza que está en el norte y en su potencial desarraigo, no sólo por la cuantía de las pérdidas económicas, sino también por el peligro de un golpe de Estado de corte radical islámico capitaneado o inspirado por Hassan Al-Turabi.

Al-Turabi es considerado el artífice del golpe de Estado militar que llevó al poder en 1989 a Al-Bashir, y bajo su influencia orientó a Sudán hacia un islam radical. Diez años después, Al-Turabi se separó del Congreso Nacional y fundó un nuevo partido opositor, el Congreso Popular. La degradación del movimiento islamista como él lo entendía, la entrada del país en el mercado del petróleo y sus nuevos lazos económicos, y el acercamiento de Jartum a determinados países occidentales fueron algunos de los motivos para alejarse de Al-Bashir. Desde entonces Al-Turabi ha estado entrando y saliendo de la cárcel. Jartum ha temido siempre su influencia y le ha acusado además de tener vínculos con uno de los grupos rebeldes de Darfur. Cree que muchos de sus simpatizantes siguen ocupando cargos de responsabilidad en el Ejército y en los servicios de seguridad, lo que ha dado lugar a purgas en estos cuerpos para prevenir golpes de Estado.

Pocos días después de la celebración del referéndum, las fuerzas de seguridad sudanesas detuvieron a varios miembros de su partido y a él mismo, después de haber hecho un llamamiento a una “revolución popular” si el gobierno no revertía las subidas de precios. El propio Al-Turabi habló sobre la posibilidad de que se produjera una sublevación como la ocurrida en Túnez, advirtiendo de un “baño de sangre, ya que todo el país está armado”.

Las posibilidades de que el sur sea un Estado fallido se han trasladado, por tanto, al norte. La zona meridional será por ahora un Estado débil, con algunos de los indicadores más bajos en cuestiones básicas, como salud y educación. Pero en los últimos tres años la transformación que ha sufrido la capital, Juba, ha sido impresionante a pesar de las dificultades. Además de multiplicar por 10 su población y de haber construido edificios gubernamentales, empresas, universidades, bancos y hoteles, ha demostrado tener capacidad para empujar recursos hacia otras provincias. Cuenta con una creciente sociedad civil y con un sector privado que empieza a funcionar y hay una creciente afluencia de emprendedores africanos de países vecinos, como Tanzania y Uganda, que puede contribuir al desarrollo de la economía. Pero aún queda mucho por hacer. Además de innumerables zonas deprimidas, el mayor peligro –aparte de sortear con éxito las próximas negociaciones– son las luchas intertribales (hay más de 50 tribus) que han caracterizado los años anteriores y que Salva Kiir Mayardit trata de encauzar.

A pesar de separarse del norte, en el sur van a tratar de no olvidar los problemas que afectan al resto de Sudán. A pesar de que fueron abandonando la idea de la unidad tras la muerte de Garang y que Kiir Mayardit dejó zanjada la postura al no querer presentarse como candidato a presidente del país en las elecciones de abril de 2010, el SPLM tiene importantes apoyos en el norte, sobre todo en las regiones fronterizas del  Nilo Azul, en Kordofan del Sur y en los Montes de Nuba. Un miembro del SPLM afirmó en diciembre ante los medios de comunicación que, de confirmarse la secesión, su partido no desaparecería del resto de Sudán sino que trataría de seguir siendo una fuerza política con peso para contrarrestar la política que Al-Bashir dejó entrever en los últimos meses previos al referéndum. El líder del Congreso Nacional dijo a sus partidarios que de concretarse la secesión del sur, cambiaría la Constitución por una enteramente islámica, eliminando la diversidad cultural y étnica, que establecería el árabe como lengua nacional, y el islam como la religión del país (todavía está vigente un gobierno de unidad nacional en el que participa el SPLM y una Constitución nacional provisional). El SPLM mantiene que el norte del país necesita una transformación democrática y diferentes políticas para las varias regiones y realidades del país.

Por lo demás, la nueva República de Sudán del Sur tiene el apoyo de la gran parte de la comunidad internacional, empezando por sus países vecinos, que serán los más directamente afectados ya sea por una separación en paz como por un aumento de la tensión. En general, y salvo algunas diferencias, todos aceptan la división del país y ven al nuevo Estado como un freno a la amenaza islamista que consideran materializada en el norte del país.

Perspectiva regional

A lo largo de estos años, el gobierno de Al-Bashir se ha descalificado ante los ojos de sus vecinos africanos e incluso de algunos Estados árabes, y la secesión se ha ido convirtiendo para la mayoría en la opción más aceptable. Algunos líderes árabes incluso mantienen la idea de que si se hubiera echado a Al-Bashir se podría haber salvado la unidad de Sudán. No hay que olvidar que la división del país sentaría un precedente en el mundo árabe y en la Liga Árabe, de la que Sudán es miembro.

Kenia, líder regional de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (Intergovernmental Authority for Development, IGAD) que auspició las negociaciones del CPA, tiene un particular interés en el éxito del proceso. Y, como potencia económica de la región, quiere obtener beneficio del desarrollo de un nuevo mercado y de la construcción de nuevas infraestructuras, entre ellas las relacionadas con el petróleo. Según algunas informaciones, existe un proyecto para la construcción de un oleoducto que conecte Sudán del Sur con el puerto de la isla de Lamu, en Kenia, aún en construcción, sorteando el oleoducto que transporta el petróleo desde el sur hasta desembocar en el mar Rojo por el norte del país. China, principal inversor en el país en el sector del petróleo, ha mostrado interés por este proyecto. De materializarse, sería un factor de desarrollo para toda la zona, no sólo para Sudán del Sur, sino también para otros países limítrofes.

Etiopía ha tratado de mantener una cierta línea neutral con respecto a la secesión, pero dio su apoyo militar al SPLM/A en los años 90, principalmente para contrarrestar los elementos islamistas de Jartum, percibidos siempre como una amenaza a la seguridad regional. Ésta sigue siendo su prioridad dada la volátil de la situación de Somalia, sus enfrentamientos con Eritrea y su fragilidad doméstica.

Uganda es también un miembro de la IGAD y su proximidad, lazos sociales y culturales le convirtieron en uno de los mayores apoyos del SPLM/A. En represalia, Jartum armó al LRA, una milicia armada que se creó en 1987 en Acholiland en el norte de Uganda, y que hoy día sigue sembrando el terror en varios estados de Sudán del Sur, así como en la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Uganda. La relación entre ambas regiones es sólida, su comercio se ha triplicado en los últimos años y Juba se ha convertido en el primer importador de productos ugandeses.

La posición de Eritrea con respecto a la partición de Sudán es la más ambigua de los vecinos. Estuvo durante años fuertemente enfrentado con Jartum por apoyar a grupos yihadistas eritreos y dio su apoyo al SPLM/A. Pero la política de Asmara con respecto a Sudán estuvo, en general, condicionada más por sus hostilidades con Etiopía que por otros motivos, ya que los tres países estuvieron enzarzados en un complicado juego de políticas regionales. Eritrea ha confirmado que prefiere la unidad de Sudán a la división, aunque no se opondrá a ella. Trata, además, de mantener buenas relaciones con ambos gobiernos, aunque con quien tiene la frontera es con el norte.

Egipto siempre se ha postulado por la integridad del país sudanés y se opuso a incluir la autodeterminación en las negociaciones del CPA. Ha hecho más por hacer atractiva la unidad que el propio gobierno sudanés y en el último año redobló sus esfuerzos diplomáticos para prevenir la partición. Cree que un nuevo Estado en el sur y otro inestable en el norte serán una grave amenaza a la estabilidad regional. El máximo temor es la desintegración de norte en varios mini-Estados controlados por señores de la guerra y sangrientas tribus. En ese caso, lo que quedaría de Sudán, el denominado triángulo árabe, podría degenerar en una base de terrorismo global islamista. Egipto también teme el impacto negativo que la separación podría tener en el cauce del río Nilo, puesto que el nuevo país requerirá de más agua para su desarrollo económico.

China es otro de los países que sufrirá o se beneficiará de las consecuencias de una secesión en paz o un recrudecimiento de la inestabilidad. Durante la larga guerra civil de Sudán, China apoyó diplomática y militarmente a Jartum, incluso cuando EEUU impuso severas sanciones contra el régimen. Tras el acuerdo de paz de 2005, China no modificó inicialmente su postura a pesar de que la mayoría de sus intereses petroleros están en la zona meridional. No fue hasta 2008 cuando Pekín decidió abrir un consulado en Juba con un pequeño staff de cinco personas, aunque mantenía la idea de que una futura secesión sólo traería caos.

Pero no fue hasta los meses anteriores al referéndum cuando las relaciones dieron un importante giro. China se dio cuenta de que la secesión era cada vez más probable e inevitable, y por lo tanto le interesaba hacer sus apuestas en el sur sin descuidar el norte. Todo empezó tras la visita en agosto de 2010 de Anne Itto, subsecretario general del SPLM a China, que consiguió quitarles el miedo a la separación del país. Desde entonces, oleadas de funcionarios del gobierno semiautónomo de Sudán del Sur visitaron Pekín y el partido Comunista China envió delegaciones a Juba. Finalmente, en noviembre de 2010 elevó el consulado general a nivel de embajada.

Para los chinos la prioridad es el petróleo, pero también la estabilidad, y por ello reconocerán la independencia. También quiere mantenerse fiel a sus principios de no injerencia en asuntos internos y mantendrán en la medida en la que puedan la neutralidad. A Juba le basta, aunque aún perviven ciertas fricciones con los chinos. No hay que olvidar que durante la larga guerra civil que enfrentó al norte y al sur, el SPLMadvirtió a las compañías chinas en Sudán que podían ser un blanco militar por su papel de proveedor de ingresos al gobierno central y porque percibían que estaban explotando sus recursos naturales. También les han acusado en varias ocasiones de ensuciar lagos y tirar vertidos tóxicos en el campo, desatando las iras de los locales. Ahora, las relaciones han avanzado y el SPLM ha prometido mantener los contratos petrolíferos firmados por Jartum y proteger sus instalaciones a cambio del apoyo al referéndum. Mientras, China sigue beneficiándose de sus inversiones durante la guerra.

Incertidumbres

Lo que la mayoría espera es que nazca un nuevo país que será, además, la nueva frontera entre el mundo árabe y el mundo negro. Pero antes le esperan seis duros meses de negociaciones que definirán los términos de la secesión. Se teme que Jartum, como tantas otras veces, prolongue el debate para evitar acceder a determinadas cuestiones. Todos coinciden en que es en este período cuando hay más posibilidades de que haya algún tipo de enfrentamiento armado, aunque las posibilidades siguen siendo pocas.

Aunque ambas partes han tratado de rearmarse durante el período de transición, las fuerzas armadas del norte han sido objeto de varias purgas a lo largo de estos años para prevenir un posible golpe de Estado y ha conducido a una fuerte desmotivación. Les resulta muy complicado reclutar a nuevos hombre y muchos de sus integrantes ya no saben muy bien porqué luchan. El sur supera en número de militares al norte, acaba de inaugurar su nueva fuerza aérea y sus efectivos están mucho más motivados que sus vecinos del norte. Pero a ellos menos que a nadie les conviene meterse en una nueva guerra contra el norte. De todas formas, el tema de la seguridad deberá definirse en las nuevas negociaciones, sobre todo el desarme de las milicias árabes y el futuro de la denominadas unidades militares integradas (Joint Integrated Units) formadas por tropas de Jartum y del SPLA y establecidas en el CPA que, aunque su despliegue y progreso ha sido irregular, se mantienen en zonas críticas como Abyei.

Hay una gama muy amplia de otros temas por resolver: (1) el petróleo –sustento económico de ambas partes– y la deuda de 38.000 millones de dólares que deberán repartirse tras la separación; (2) el estatus de los ciudadanos de Sudán del Sur que viven en el norte deberá ser resuelto, pues sin una protección legal todo apunta a que pueden ser objeto de acoso y violencia y verse obligados a trasladarse al sur, que a su vez debería prepararse para acoger a más un millón de personas; y (3) debe aún establecerse la línea fronteriza y resolverse el estatus de la zona de Abyei, donde la tensión entre los Ngok Dinka –que prefieren unirse al sur– y los Misseriya –que apuestan por Jartum– ha crecido y más ahora que se inician las migraciones estacionales de los Misseriya hacia el sur, sin olvidar el estatus de los estados del Nilo Azul y de Kordofan del Sur.

El gran esfuerzo y la reacción de la comunidad internacional para sacar adelante el referéndum tienen que continuar durante los próximos meses. La IGAD, de la que forman parte seis países de África Oriental, y la UA deberán liderar las propuestas para la resolución de los términos de la separación del país: es fundamental la visión regional para ir acercando posturas. Los incentivos prometidos por Washington al régimen de Al-Bashir a cambio de que lleve a buen puerto las negociaciones posteriores al referéndum deberían ser suficientes para lograr un acuerdo. Pero el largo historial de promesas incumplidas deberá llevar a aunar todos los esfuerzos políticos y diplomáticos  de todos los actores internacionales.

Conclusión: El presidente sudánes Omar Al-Barshir afirmó antes de la celebración del referéndum que sería el primero en reconocer los resultados de la consulta. Así ha sido, aunque no de boca de él sino de su vicepresidente Osman Mohames Taha. Y no está todo dicho porque hay seis meses por delante para definir los términos de la separación. La manera en la que se resuelvan esas negociaciones serán determinantes para el futuro del Congreso Nacional en el poder, sobre todo por la incipiente amenaza de los seguidores del islamista y líder del Congreso Popular Al-Turabi, que creen que la paz se ha vendido muy cara, pero también por aquellos que temen un recrudecimiento del régimen de Al-Bashir como consecuencia de la secesión y por tanto un mayor aislamiento internacional y el alejamiento de cualquier posibilidad de reformas políticas en el país.

La mayor inestabilidad ahora está en el norte, mientras el sur se asoma como un nuevo Estado débil pero con futuro, y sobre todo con muchos apoyos tanto de los países vecinos como de la mayoría de la comunidad internacional. Sin embargo, la estabilidad no llegará a todo Sudán sólo si se sale airoso de las próximas negociaciones. Es indispensable que se den también los pasos necesarios para sacar adelante el proceso de paz en Darfur, donde crece alarmantemente la violencia mientras Jartum continúa bloqueando una y otra la llegada de ayuda humanitaria. Es, además, una de las condiciones impuestas por Washington a Jartum para que se levanten las sanciones económicas. Esta postura debería ser apoyada con contundencia por el resto de países y organizaciones involucradas en el país. Porque Dafur irradia inestabilidad a países vecinos como Chad, a Sudán del Sur que mantiene apoyos a algunos grupos rebeldes en la región, y a Jartum al que ha ido desgastando en los últimos cinco años, además de la crisis humanitaria a la que ha dado lugar.

Los próximos seis meses deberían ser también una oportunidad para introducir tanto en el norte como en el sur reformas políticas, empezando por evitar que el gobierno sudanés se mueva hacia una agenda más extremista como consecuencia de la partición del país. En el sur se necesita apoyo para desarrollar las instituciones políticas, judiciales y económicas que lleven la paz y la buena gobernanza, de manera que los nuevos ingresos procedentes del petróleo no lleguen acompañados de la corrupción. En ninguno de los dos casos será una tarea fácil.

Aún no se ha llegado al capítulo final. Aún queda mucho trabajo para asegurar que la paz y la estabilidad lleguen a todo Sudán.

Por Carlota García Encina.

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