La nueva alianza atlántica

En un ensayo de 1993 y luego en su libro El choque de civilizaciones, el profesor Samuel P. Huntington argüía que el Occidente cristiano en declive se enfrentaría al islam, al confucianismo asiático y al paneslavismo igualmente cristiano, pero no reformado, ortodoxo. Y aludió a una hipotética conjunción islámico-confuciana capaz de inquietar a Occidente. El 11-S del 2001, cuando el atentado contra las torres gemelas de Nueva York atizó la amenaza del terrorismo islámico, las polémicas profecías recobraron una luctuosa actualidad.

Algunos de los discípulos y contradictores de Huntington replicaron con otras hipótesis igualmente atrevidas: el fin de la historia, de Francis Fukuyama, o "el siglo del Pacífico", luego convertido en el siglo de China, que implicaba el traslado del centro del universo a Asia, en detrimento del Atlántico. Los augures defendían la conveniencia de una alianza de Estados Unidos con los poderes emergentes amarillos, en el marco de una gozosa globalización capaz de eliminar o superar las contradicciones culturales.

El terrorismo islámico no ceja en su empeño de preparar el terreno para un nuevo califato, convertido en un ingrediente del orden internacional, y el empuje económico asiático ofrece algunos datos para la reflexión y la alarma, como si la conexión islámico-confuciana temida por Huntington empezara a concretarse por la vía económica. El orden financiero mundial, hasta ahora dominado por Occidente, experimenta una asombrosa mutación, de manera que "el partido mundial, donde se decide la paridad del dólar y el euro, se juega en Pekín", según la metáfora de Le Monde.

El 19 de diciembre temblaron todas las columnas del templo de Wall Street cuando se supo que un fondo del Estado chino había aportado 5.000 millones de dólares para salvar a la banca Morgan Stanley, uno de los símbolos del capitalismo mundial, del quebranto de las hipotecas basura. Merrill Lynch y la Unión de Bancos Suizos (UBS) fueron socorridos por fondos de Singapur, mientras Citigroup, el líder mundial, recibía una inyección de miles de millones de dólares procedentes de Abu Dabi.

Los estrategas de la campaña electoral norteamericana han detectado "profundas ansiedades sobre la globalización" en la opinión pública. Según las encuestas, la crisis económica es la principal inquietud de los votantes republicanos y la segunda de los demócratas, inmediatamente después de Irak, en medio de lamentos apocalípticos sobre la penuria energética, la inmigración ilegal o el cambio climático.

En este ambiente de pesimismo, aprensiones diversas y pronósticos de naufragio inminente, un influyente columnista del International Herald Tribune, el periódico global, acaba de poner de nuevo en circulación la propuesta de Édouard Balladur, exprimer ministro de Francia y consejero áulico de Nicolas Sarkozy, sobre "una unión occidental entre Europa y EEUU", una verdadera unión más que una alianza, que empezaría por un zona de librecambio, añeja idea anglosajona para superar el foso atlántico y organizar un vasto espacio geopolítico y económico bajo protección de la OTAN.

El libro de Balladur, publicado en noviembre, entraña un giro radical y un abandono perentorio del gaullismo, cuyos pilares eran la independencia nacional, la resistencia frente a la dominación anglosajona y la voluntad de hacer de Europa una tercera fuerza económica y militar. El interés por rellenar el foso atlántico coincide con la decisión de París de levantar los obstáculos para una nueva ampliación de la Unión Europea. Un viraje que quizá se explica no tanto por el oportunismo de Sarkozy como por su voluntad de tomar los restos de la herencia del general De Gaulle a beneficio de inventario.

La zona económica transatlántica, viejo sueño anglosajón para debilitar la construcción europea, liquidación de los sueños federales, cuenta con el respaldo de Angela Merkel, cancillera de Alemania, y del primer ministro británico, Gordon Brown, pero la verdad es que en Washington subrayan las divergencias culturales y religiosas, cuando la presidencia de Bush camina hacia el ocaso y la secretaria Condoleezza Rice busca desesperadamente algún progreso hacia la estabilidad en el damero maldito de Oriente Próximo.

La alianza atlántica renovada ofrece el señuelo de una mejor posición para tratar con Rusia y China, ahora que estas exhiben su connivencia para resistir a la hegemonía estadounidense. Pero la verdad es que una idea que se remonta a los tiempos de Kennedy-MacMillan (1962) suscita escaso entusiasmo en los círculos pensantes de Washington, quizá porque el anunciado fin de la pax americana, según el augurio de Robert Samuelson, obliga a meditar sobre la insoportable carga militar, la penuria energética, el ascenso de China y la proliferación nuclear. La debilidad de Europa se reputa irremediable.

Balladur asegura que su ambiciosa propuesta nada tiene que ver con el choque de civilizaciones, sino con la aceptación de la realidad: la historia del mundo empieza a hacerse sin el Occidente "y quizá un día se haga contra él". Luego de haber renunciado a imponer su dominación, como remedio para su sentimiento de vulnerabilidad, solo un Occidente organizado y galvanizado podrá defender sus valores y ofrecer una concepción de la convivencia fundada en el universalismo sin uniformidad. El doble desafío islámico-confuciano deviene el tema de nuestro tiempo.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.