La nueva Casa ‘inteligente’ del Rey

Lejos están los tiempos en que todo lo regio era sagrado y, como tal, secreto u oculto a los ojos y oídos del común. Eran los arcana regis o arcana imperii.Maquiavelo y Bodino recomendaban mantener distancias con el vulgo, viviendo en lujosos y grandes palacios, siempre con la debida solemnidad y exhibición de superioridad como para que sus súbditos se sintieran sobrecogidos y pequeños al tiempo que admirados por tener un rey incomparable que había recibido su poder directamente de Dios. Gracias a esa mentalidad absolutista disfrutamos de los hermosos palacios de Versalles, de Schönbrunn o el Palacio Real de Madrid.

El régimen constitucional y, más adelante, la democracia vinieron a allanar el camino. No es que ahora el monarca sea el Ciudadano Rey, como se decía en plena Revolución francesa, pero tampoco es el Ungido de Dios.

Así lo entendió el primer Rey verdaderamente constitucional de la Historia de España, Juan Carlos I, cuando declinó la posibilidad de vivir en el Palacio Real y eligió vivir en uno de los palacios más discretos de Madrid: el de la Zarzuela. Quiso así romper con el estilo antiguo del rey superior para inaugurar un nuevo estilo de rey funcional.

La monarquía constitucional está apoyada en un delicado equilibrio entre tradición y modernidad, entre derechos históricos y derechos democráticos. Así, la mayoría de los actos del Rey son, en realidad, actos debidos y tasados por el Gobierno: desde la sanción de las leyes hasta la concesión de indultos.

En realidad, el único ámbito de autonomía real reconocido en la Constitución es el gobierno de la Casa y la Familia Real. Es éste el ámbito realmente reservado a la discrecionalidad del Rey, de manera que las Constituciones monárquicas suelen eximir dicho gobierno doméstico de la necesidad de refrendo ministerial.

Conforme al artículo 65 de la Constitución, el Rey hace libremente los nombramientos civiles y militares de su Casa y distribuye libremente la Dotación de la Corona para atender los gastos de su Casa y Familia. Lo que significa que no necesita para ello refrendo gubernamental. Por lo tanto, es en estas decisiones personales donde se puede advertir mejor la propia percepción que un Rey tiene sobre su propia condición monárquica.

Por eso, el gran reto modernizador que tiene Felipe VI ya no será elegir su domicilio sino cómo organizar la nueva Casa del Rey. Es cierto que, en los últimos años de su reinado, Don Juan Carlos comenzó los primeros pasos de una evolución hacia una parcial apertura informativa y exhibición de cuentas de su Casa, pero no parece suficiente.

Al fin y al cabo la Casa del Rey es una administración, ciertamente separada de la administración pública, pero administración al cabo. Por eso, no puede estar ajena al debate sobre la reforma de la administración que está girando en torno al concepto de gobierno abierto, donde priman la colaboración, la transparencia, y la participación.

Felipe VI debería afrontar con valentía la evolución necesaria de la Casa del Rey. En esta tarea debería ayudarse de los avances que durante estos años las nuevas tecnologías han aportado al concepto de casa, plasmado en el nuevo modelo de Casa inteligente.

Un casa inteligente posee un conjunto de sistemas capaces de automatizar servicios de gestión energética, seguridad, bienestar y comunicación. Estos servicios deben estar integrados por medio de redes interiores y exteriores de comunicación, y controladas desde dentro y fuera del hogar.

Analógicamente, una Casa inteligente del Rey debería seguir una estructura más en red que piramidal, donde las relaciones internas fueran a su vez basadas en nodos de relaciones externas con toda la sociedad. Además, debería incorporar los modernos sistemas de escucha activa y monitorización de la opinión pública como base de una correcta comunicación con la sociedad.

Por otro lado, una nueva Casa del Rey convendría que asumiera los mismos objetivos en su actuación que la casa inteligente. En primer lugar, la sostenibilidad. Principalmente económica pero también social y medioambiental. En segundo lugar, la accesibilidad. Especialmente de los nuevos prescriptores que, fuera de cualquier lista de invitados de una recepción oficial, están influyendo en la sociedad. Pero también la accesibilidad a la información según los principios antes mencionados del gobierno abierto. En tercer lugar, la comunicación, que ya no puede ser unidireccional, por mucho que se incluya a los nuevos canales como Twitter. Ahora debe ser bidireccional y participativa.

No es hora de apuestas aventuradas, pero sí de algunos cambios que redundarán en una mayor eficacia y en una mejor relación con la ciudadanía. Una ciudadanía acostumbrada a conocer todo de todos y a decidir cualquier aspecto de su vida con un clik. A esa ciudadanía activa y exigente es a la que se le tiene que ofrecer una nueva Casa inteligente del Rey.

Y lo mismo cabe decir de la dimensión personal y familiar de la institución monárquica. La abdicación de Don Juan Carlos y el acceso al trono de Don Felipe determinan que la Familia Real se reduzca considerablemente, siendo excluidas las hermanas del Rey y sus hijos y quedando únicamente en ella, junto con éste y la Reina consorte, su descendencia directa, integrada por dos personas: Leonor, princesa de Asturias, y su hermana la infanta Sofía.

Una de las consecuencias más relevantes, dentro del orden familiar interno, pero que tiene interés público, es la relación de Felipe VI con Don Juan Carlos, relación que se extiende a la que ha de mantener con doña Sofía y a las de la Reina consorte con ambos. Aparte del cariño filial y a la deferencia propia hacia su predecesor y maestro, don Felipe tendrá con toda seguridad en Don Juan Carlos un consejero excepcional, tal ha sido el caudal de experiencias acumulado por él durante su largo reinado. Pero el Rey es el Rey, y no hay más Rey que el reinante. A partir de ahora será Don Felipe el que distribuya la Dotación de la Corona y el que asigne a sus padres algún cometido, aunque no exactamente una función estatal concreta.

Por lo demás, ya es hora de abordar el estatuto jurídico del príncipe (ahora Princesa) de Asturias, bien por separado, bien junto al de los demás miembros de la Familia Real.

Es verdad que la princesa Leonor es muy joven y todavía no hará otra cosa que estudiar y formarse, pero basta con recordar que llevamos treinta y seis años sin que se haya hecho nada sobre este asunto para que no sea disparatado temer que pasen otros treinta y seis.

Mientras tanto, no es cuestión que, dada su edad escolar, se la someta a más disciplina de la que tiene con sus estudios. Ya llegará el momento de que, elija la carrera universitaria que elija, la complemente con nociones de historia, derecho, economía y conozca lo fundamental y algo más de las tecnologías de la información, el presente con más futuro.

Mientras tanto, vale más insistir en los valores que hacen humana a una persona que se está formando: verdad, tolerancia, libertad, igualdad, saber ganar y saber perder, trabajo, mucha sencillez, poca altivez, respeto, amistad y compañerismo.

Javier Cremades es abogado y autor de La Casa de S.M. el Rey (1998).

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