La nueva configuración de la economía china

La transición de China hacia el liderazgo en 2012 atrajo la atención del mundo, merecidamente, dada la importancia global que tiene ese país. Sin embargo, lo que es más importante, las transformaciones estratégicas actuales sin duda tendrán una influencia en el patrón futuro de crecimiento chino.

Durante tres décadas, los beneficios de la decisión inicial de Deng Xiaoping de abrir la economía china a las fuerzas del mercado, y mundiales, han estimulado un rápido crecimiento. Hasta hace poco, el elemento clave era la abundante oferta de mano de obra barata china, que ofreció la base del modelo orientado a las exportaciones.

Concentrado en la zona costera de China, este modelo generó una distribución desigual de la producción y estableció un patrón único de ahorro elevado y bajo consumo. En efecto, la tasa de ahorros china aumentó progresivamente después del inicio de las reformas de mercado, de 38% del PIB en 1978 a 51% del PIB en 2007.

El crecimiento económico está determinado no solamente por factores de producción como la mano de obra, el capital y la tecnología, sino también por los acuerdos institucionales. En treinta años de reforma, China ha completado exitosamente la transición institucional de una economía de planificación altamente centralizada a un sistema dinámico basado en el mercado. Empezando por la gestión rural jerarquizada basada en el sistema de contratos de las familias, los reformadores chinos complementaron la propiedad pública con otras numerosas formas, en las que la participación esencial del mercado en la asignación de recursos crecía cada vez más bajo un gran control del Estado.

Las reformas coincidieron con una creciente globalización y desataron las fuerzas que reestructuraron no solo la industria china, sino también los procesos de producción en todo el mundo, pues China se convirtió en un desafío para los fabricantes establecidos y en parte de la cadena global de suministro. La masiva deslocalización de las economías desarrolladas de la manufactura tradicional, la de alta tecnología, e incluso de algunos servicios de baja calidad han ofrecido oportunidades increíbles a los mercados emergentes que, como China, tienen ventajas en lo que se refiere a costos y recursos, un fuerte potencial de mercado y capacidades de apoyo industrial.

Sin embargo, ahora, el poder catalítico de los cambios iniciales de Deng se ha esfumado, pues los salarios van en aumento, una demanda externa que pierde dinamismo y una creciente competitividad de otras economías emergentes, que indican el agotamiento de un modelo de crecimiento basado en las exportaciones y la inversión. En particular, en 2008, la crisis financiera global y la subsiguiente crisis de deuda de la eurozona han obligado a las autoridades chinas a forjar un nuevo camino de futuro crecimiento.

Lo que es más importante, el crecimiento impulsado por las exportaciones debe ceder su lugar a los motores económicos internos. Esto implica la necesidad de actualizar la estructura industrial de China, acelerar la formación de capital humano, facilitar el progreso tecnológico y emprender más reformas institucionales.

Si se aplica con éxito, es probable que esta agenda invierta los patrones globales de ahorro y consumo que han sido la base de los grandes desequilibrios en años recientes. China es responsable del lado del ahorro, mientras que los Estados Unidos representan desproporcionadamente el lado del consumo, lo que en última instancia ha convertido a los chinos en acreedores de los estadounidenses.

Por supuesto, los patrones globales de ahorro y consumo han cambiado significativamente desde la crisis financiera y tanto occidente como China están tratando de restablecer el equilibrio interno. La duplicación del ingreso de los hogares para 2020 –la meta que se fijó durante el 18º congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en noviembre– liberará probablemente 64 billones de renminbi (10.3 billones de dólares) de poder adquisitivo, y el enorme mercado interno de China gradualmente se convertirá en un nuevo motor de crecimiento interno e internacional a largo plazo.

Este modelo supone que China desarrollará un capital nacional, en lugar de depender simplemente de la inversión extranjera. Sin duda, la capacidad de atraer y absorber financiamiento externo ha sido una causa importante de la acelerada industrialización, comercialización e integración de China a la economía global. Hace treinta años, esta era la opción estratégica más eficiente y práctica para China debido a sus carencias de capital y tecnología avanzada.

Sin embargo, el desarrollo económico de un país depende en última instancia de su capacidad para acumular capital y asignarlo de manera eficiente. China, que tiene 90 billones de renminbi en activos bancarios y 3.2 billones de dólares en reservas de divisas, desempeña ahora un papel importante en las finanzas globales. No obstante, el gran volumen y la calidad inferior de estos activos también han planteado desafíos a la capacidad del país para completar la transición de una potencia comercial a una potencia financiera y, de ese modo, explotar las ventajas competitivas del capital chino.

Tras tres décadas de crecimiento a una escala sin precedentes en la historia, los nuevos líderes de China se enfrentan a una encrucijada histórica. Las perspectivas no solo de mayor crecimiento sino de estabilidad sostenida dependerán de que China pueda cambiar con éxito su modelo económico.

Zhang Monan is a fellow of the China Information Center, fellow of the China Foundation for International Studies, and a researcher at the China Macroeconomic Research Platform. Traducción de Kena Nequiz.

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