La nueva conversación con el reino animal

La nueva conversación con el mundo animal
Credit Josh Haner/The New York Times

“¿Quién quiere nacer humano?”, se preguntan Maria Arnal y Marcel Bagés en “Fiera de mí”. La canción pertenece a Clamor, un disco impresionante que habla sobre la diminuta escala humana en el seno del cosmos y nuestra aspiración, en plena crisis del Antropoceno, a comunicarnos con otras especies. La música, las artes o las narrativas no están solas en su exploración de las relaciones de traducción, amistad y amor entre seres de naturalezas distintas: la ciencia está cada vez más cerca de lo que hasta ahora parecía ficción especulativa. La interpretación de la comunicación entre animales.

Los perros de las praderas poseen una de las formas de comunicación no humanas más complejas, los cantos de las ballenas cuentan con su propia sintaxis y los delfines se llaman entre ellos con sonidos concretos que equivalen a sus nombre s. Después de décadas de investigación especializada en ciertos individuos o comunidades, el desarrollo exponencial de la computación y la inteligencia artificial ha provocado la llegada de aproximaciones de conjunto a los códigos animales. Se trata de sistemas capaces de estudiar los patrones de sus estrategias de intercambio de información. Para traducirlas.

La motivación de esas iniciativas es a la vez generosa y egoísta. Las impulsa la voluntad de comprender mejor al resto de criaturas de la simbioesfera —en el contexto de la emergencia climática—, para poder protegerlas y para evitar nuevos desastres (interpretar las formas de comunicación de los murciélagos nos permitiría, por ejemplo, controlar la propagación de los coronavirus). También las alimenta el interés por los orígenes del propio lenguaje humano, porque algunas de sus características esenciales nos llegaron de nuestros antepasados zoológicos.

Si conseguimos traducir la comunicación animal, al mismo tiempo nos estaremos traduciendo a nosotros mismos. Porque al comprender cómo el resto de las especies intercambia información, estaremos entendiendo mejor nuestra propia programación genética, nuestro código fuente.

La dimensión melódica de nuestro lenguaje la heredamos de las aves; y el contenido del discurso, de los primates. En El cerebro, los investigadores Rob DeSalle e Ian Tattersall nos recuerdan que existen formas “avanzadas de comunicación indiscutible entre animales no humanos de las que se podría decir que bordean el lenguaje”. Ya Charles Darwin observó el parentesco entre la comunicación humana y las de otros animales. La inteligencia artificial nos está ayudando a descifrar las estructuras profundas de esos sistemas.

Gracias a algoritmos complejos, la empresa Zoolingua está buscando formas de que las necesidades de sus mascotas sean inteligibles para sus dueños. Y el Earth Species Project pretende aplicar todo lo que, gracias a este conocimiento, se ha aprendido sobre los lenguajes humanos y sus traducciones para encontrar la forma de descodificar los idiomas animales.

Los sistemas multilingües de traducción automática (como Google Translate) no se apoyan en los diccionarios, sino en la estadística. Lo hacen a través de inteligencias artificiales que estudian los patrones de los idiomas, las probabilidades de que una palabra se encuentre antes, después o cerca de otra, para crear un espacio de parámetros multidimensionales. La misma lógica se está aplicando al análisis y las repeticiones de ladridos, aullidos, graznidos o cantos.

Pero los avances no están ocurriendo solamente en el campo de la ciencia y de la tecnología, se están dando también en la esfera narrativa. A las historias de intimidad con mascotas o con mamíferos salvajes —que encontramos en los cuentos infantiles, las novelas de aventuras y las películas de Hollywood—, se les han sumado en los últimos años las de relaciones memorables con animales de fisonomías hasta ahora incómodas. Conversaciones inesperadas que amplían el círculo de nuestro interés y de nuestra imaginación, más allá del ámbito doméstico y de la zoología según Disney.

En El alma de los pulpos, la escritora y naturalista Sy Montgomery contó en 2015 su relación personal con Atenea, Octavia y Kali, tres cefalópodos en cautiverio. En una inesperada y todavía más fascinante vuelta de tuerca, en el documental My Octopus Teacher, el cineasta Craig Foster relató cinco años más tarde que, tras regresar a la Sudáfrica de su infancia, se aficionó a bucear a pulmón en aguas frías y se hizo amigo de una pulpo hembra. Un humano y un pulpo salvaje se descubren, se tocan, se reconocen.

Tanto Montgomery como Craig tratan de descifrar los códigos de expresión de sus particulares amigos. Cómo exploran la piel humana a través de sus ventosas, esos órganos que los pulpos usan para agarrar, besar o pensar (además del cerebro central, poseen pequeñas estructuras bioquímicas similares en cada uno de sus tentáculos). Sus elocuentes y camaleónicos cambios de color. Cómo los reconocen y los saludan. Cómo construyen un vínculo.

El mito del paraíso perdido expresa la nostalgia que la humanidad siente por una época en que, supuestamente, pudo comunicarse armónicamente con el resto de los animales. Mientras llegan a nuestras librerías, cines y plataformas historias en que dos individuos de especies distintas reconstruyen esa armonía mítica, la ciencia avanza hacia nuevas formas de interpretar los sistemas de comunicación no humanos. Se trata de una carrera contrarreloj, porque de su éxito puede depender nuestra supervivencia colectiva. Hemos tenido que cambiar el orden climático e inventar la inteligencia artificial para empezar a entender al resto de inteligencias que nos acompañan.

Los últimos descubrimientos en zoosemiótica, paleoantropología y neurobiología, apoyados en las tecnologías de última generación, sugieren que la historia del lenguaje humano forma parte de una historia mayor, la de la evolución de las especies. De modo que mientras más sabemos sobre cómo se comunican las aves o el resto de mamíferos, mejor comprendemos nuestro propio cerebro. Y nuestras propias palabras.

Jorge Carrión, colaborador regular de The New York Times, es escritor y director del máster en Creación Literaria de la UPF-BSM. Sus últimos libros publicados son Contra Amazon y Lo viral. Es el autor del pódcast Solaris, ensayos sonoros.

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