Hace unos años, Venezuela estaba experimentando una escasez de alimentos tan devastadora que la gente hacía filas durante horas solo para tener la oportunidad de comprar alimentos básicos. Los venezolanos reportaron haber perdido un promedio de casi 11 kilos en 2017. Hoy, esos tiempos tan difíciles parecen una lejana pesadilla.
La gente ahora puede comprar víveres, medicamentos y otros productos que durante casi una década fue imposible encontrar gracias a la dolarización informal de la economía y al levantamiento parcial del control sobre los precios y los aranceles de importación por parte del gobierno del presidente Nicolás Maduro. Después de años de privaciones y de estar cerca de un colapso económico y del caos político, este cambio ha mejorado la calidad de vida de muchas personas en Venezuela. Usar el dólar en lugar de la moneda local, el bolívar, tiene sus inconvenientes, pero, por ahora, ha traído una frágil estabilidad.
En 2019, los venezolanos comenzaron a adoptar espontáneamente el dólar como una forma de eludir la hiperinflación. Los dólares estadounidenses y otras monedas extranjeras como el euro y el peso colombiano han estimulado un poco la producción de ron y a la industria petrolera en ruinas.
Steve Hanke, economista de la Universidad Johns Hopkins y experto en hiperinflación, me dijo que la dolarización, incluso si es improvisada en vez de una política oficial, puede ayudar a las personas a “protegerse de los estragos de la hiperinflación del bolívar”. En el caso de Zimbabue, designar al dólar estadounidense su moneda oficial en 2009 rescató su economía del borde del abismo.
En Venezuela, para el mes de junio, casi el 70 por ciento de todas las transacciones se realizaron en esa moneda, según relata Luis Vicente León, un encuestador de Caracas. Alrededor del 60 por ciento de esas compras se realizaron en efectivo y el resto mediante transferencias bancarias o sistemas de pago en línea como Zelle y Venmo.
Más de 5 millones de personas, o más del 15 por ciento de la población, han huido de Venezuela en los últimos años. Eso se traduce en un mayor acceso a dólares en el país, ya que muchos venezolanos en el exterior envían dinero a los familiares que se quedaron en el país. De hecho, antes de la pandemia las remesas habían ido en aumento. En 2019, la diáspora envió un estimado de 3700 millones de dólares a familiares, una cantidad superior a los 3500 millones enviados el año anterior.
El flujo de dólares también está dando nueva vida a la actividad comercial del país. Más productores están produciendo, más importadores están importando y más gente está comiendo. Esto fue evidente en mi última visita a Petare, uno de los barrios marginales más grandes de Caracas. Un joven empleado llamado Andrés Suárez atribuyó al dólar la salvación de la tienda de víveres donde trabaja en el barrio José Félix Ribas de Petare. “Las cosas han comenzado a moverse de nuevo”, me contó Suárez mientras estaba de pie frente a estantes llenos de champú Pantene, Nutella y papas fritas Pringles. “No sé de dónde saca el dinero la gente”, agregó, “pero están comprando”.
Sin embargo, también percibí algunos de los inconvenientes de la dolarización. Aunque la circulación de dólares es una manera importante de sortear los controles de cambio de la era de Chávez, el proceso para obtener efectivo es complicado. Caty Aguilar, otra residente de Petare, me dijo que recibe entre 30 y 50 dólares al mes de su hija que vive en Perú. Recibir esas remesas significa pasar por una red informal de cambistas de dinero, que a menudo se quedan con una gran parte.
“Publicamos un mensaje en nuestras cuentas de WhatsApp diciendo que tenemos que comprar o vender ‘lechugas’”, que es un código que se utiliza para referirse a los dólares, según me dijo. “Un amigo, o el amigo de un amigo que tal vez trabaja para gente adinerada y recibe pagos en efectivo, finalmente llama”, y ella hace la transacción.
Una economía en dólares improvisada tampoco es completamente inmune a la hiperinflación. Los precios siguen subiendo y son incluso más altos ahora que se fijan en dólares. Esto dificulta que muchos venezolanos puedan comprar artículos de uso diario. Dilmary Rivas, una vecina de Aguilar, gana el equivalente a 120 dólares al mes trabajando como limpiadora de casas. Hace tres años, estos ingresos eran suficientes para comprar alimentos para tres meses, si tenía la suerte de encontrarlos después de hacer fila durante horas. Ahora, su salario semanal solo le permite lo básico: azúcar, café, leche, harina de maíz, queso y aceite de cocina. Los productos básicos ya no escasean, pero son tan caros que otras necesidades como la ropa y los artículos de higiene se han convertido en un lujo.
“Si compro un par de calcetines, no puedo comprar huevos”, dijo Rivas. “Es como si hubiera cambiado un problema por otro”.
La Venezuela del socialismo de Hugo Chávez, con subsidios alimentarios que inicialmente ayudaron a los pobres, pero que pronto ocasionaron una escasez general crónica, está dando paso lentamente al tipo de capitalismo tropical caótico de Maduro, en el que existen dos monedas enfrentadas entre sí. Hay liberalización económica, pero también represión, distorsiones de precios y desigualdad. Además, paradójicamente, al proporcionar a la economía un salvavidas para soportar las sanciones paralizantes de Estados Unidos y la inflación persistente, la economía del dólar ayuda a Maduro a permanecer en el poder.
Para que todos los venezolanos se beneficien de una economía en dólares, el país tendría que adoptar el dólar como su única moneda después de que su banco central y la Reserva Federal de Estados Unidos llegaran a un acuerdo. Pero para que esta y otras reformas económicas profundas puedan llevarse a cabo, se deben levantar las sanciones de Estados Unidos.
Eso es casi imposible debido al estancamiento político entre Maduro, un presidente que no es reconocido por Estados Unidos, y Juan Guaidó, un líder interino que lucha por mantenerse relevante. Con otra ronda de negociaciones que actualmente se están realizando en México, los venezolanos quizá vean algún progreso si los dos líderes pueden acordar un cronograma para celebrar elecciones libres y justas.
Mientras tanto, los venezolanos están condenados a seguir buscando formas poco convencionales de vivir en una economía de lechugas que, por lo regular, resulta absurda.
Virginia López Glass es una periodista venezolana. Fue corresponsal principal de Al Jazeera English de 2015 a 2017.