La nueva era de la incertidumbre

Leyendo los comentarios en la prensa sobre la situación económica en el año que hemos dejado atrás y el que acaba de comenzar me viene a la memoria una célebre cita literaria: «Ingreso anual veinte libras, gasto anual noventa y seis, resultado: felicidad. Ingreso anual veinte libras, gasto anual veinte libras con seis, resultado: miseria». Esta cita, sacada de una famosa novela de Charles Dickens que tan bien retrató la moral y los valores de la Inglaterra victoriana, resume muy bien la actitud popular ante el dinero en el tiempo que le tocó vivir. En la Inglaterra del siglo XIX, como en España, Francia o cualquier país de Europa, la preocupación económica de la gran mayoría de los ciudadanos que no contaban con una fortuna personal era cubrir sus gastos, pues contraer deudas se consideraba una desgracia. También les preocupaba ahorrar con el fin de cumplir sus sueños o hacer frente a problemas, como podía ser el caer enfermos, quedarse desempleados o simplemente no sobrevivir en la vejez cuando ya no pudieran trabajar. La vida entonces era mucho más adversa que la de ahora, pues el ciudadano común contaba con muy poco apoyo para defenderse de los reveses, no esperaba que ningún gobierno ni autoridad resolviera sus problemas, tenía muy pocos medios para reclamar sus derechos, y dependía exclusivamente de su trabajo e ingenio para salir adelante.

Este mundo fue felizmente superado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. A finales de la década de los cuarenta se creó el llamado Estado del Bienestar, mediante el cual el gobierno reconocía el derecho de todo ciudadano a la educación, la salud, las prestaciones de desempleo y una pensión de jubilación. En las siguientes cuatro décadas el Estado del Bienestar logró propagarse, con mejores o peores condiciones, desde los países más ricos hasta los más pobres de la actual Unión Europea. Paulatinamente el porcentaje de población que vivía en la pobreza se redujo y surgió una sociedad más igualitaria y más próspera. Como consecuencia, la actitud de los ciudadanos europeos ante el Estado cambió, dejaron de desconfiar de él como habían hecho en tantos países y comenzaron a verle como su principal proveedor de bienestar y de seguridad. La creciente dependencia de los ciudadanos del Estado hizo que su actitud ante el dinero también cambiara radicalmente; ya que el Estado se hacía cargo de cuatro necesidades básicas de su vida, el incentivo para ahorrar disminuyó. A la vez el auge de la sociedad de consumo, acompañado de la aparición del crédito fácil, hizo que la mentalidad ante las deudas cambiara y se hiciera más permisiva, y así los ciudadanos comenzaron a ahorrar cada vez menos y endeudarse más.

El Estado del Bienestar ha surgido como un signo de identidad europeo a lo largo de las últimas décadas, es uno de los motivos de orgullo de los habitantes de la Unión Europea, y durante muchos años los gobiernos han competido por ampliar las prestaciones sociales. Durante este tiempo surgió una cultura de endeudamiento en muchos gobiernos, basada en la premisa de que gastar más de lo que se ingresaba no era grave si se hacía con el fin de ampliar el Estado del Bienestar, y que en un país próspero cuya economía crecía las deudas al final siempre se podían pagar. No era necesario esperar a la crisis actual para comprobar las graves consecuencias que podía tener esta idea, basta un rápido repaso a la historia para probar que con el endeudamiento viene el declive para cualquier potencia, y que varios regímenes han caído por el peso de sus deudas.

La España de los Austrias tuvo catorce bancarrotas entre 1557 y 1696; la Francia prerrevolucionaria gastaba un 62% de su presupuesto en pagar deudas unos años antes de que estallara la revolución francesa; Gran Bretaña entró en fase crítica como potencia imperial en los años treinta cuando gastaba un 44 % de su presupuesto en intereses de sus deudas. En la actualidad el estatus de Estados Unidos como superpotencia se ha visto amenazado por sus deudas, y ha pasado a depender cada vez más de China para financiar su déficit. El ver cómo los industriosos chinos se benefician de los deudores americanos hace recordar la frase de una de las novelas de Benito Pérez Galdós: «El dinero lo ganan quienes con paciencia y fina observación van detrás de los que lo pierden».

La cultura del endeudamiento público y privado se extendió por Europa a la vez que el crecimiento era cada vez menor. Los países de la zona euro crecieron un 3.4 % en los años setenta, 2.4 % en los ochenta, 2.2 % en los noventa y solo 1.1 % de 2001 a 2009. Durante estas décadas, como consecuencia de la ampliación de la educación y las jubilaciones cada vez más tempranas, la población laboral en Europa también disminuyó. Para colmo los europeos, cómodamente instalados en una sociedad opulenta bajo el Estado protector, dejaron de trabajar como lo habían hecho sus antepasados. Los europeos que tienen la suerte de tener empleo se han vuelto más ociosos, como media trabajan menos que los americanos y mucho menos que los asiáticos. En las últimas décadas la jornada laboral en la UE se ha reducido notablemente. Los trabajadores europeos son también los que tienen vacaciones más largas y los que hacen más huelgas. Los europeos en general han vivido cada vez mejor en las últimas décadas, pero ahora van a pagar un precio muy alto por ello, pues el Estado ofreció seguridad ante muchos aspectos de su vida a cambio de un gasto que ya no puede mantenerse, y ahora entramos en una era de incertidumbre que va a exigir mucha austeridad.

Ante este panorama los europeos no solo tienen que hacer que cuadren sus cuentas, sino competir con potencias emergentes cuyas poblaciones tienen unas condiciones laborales y una mentalidad ante el dinero y el trabajo similares a las que tenían los habitantes del viejo continente en la época de la revolución industrial; los chinos, los indios y los habitantes de otras economías emergentes trabajan más que los europeos, ahorran más, se sacrifican más, arriesgan más y son cada vez más emprendedores.

Mientras que muchos gobiernos, partidos y sindicatos se aferran a viejos privilegios o toman medidas cortoplacistas e insisten en que es posible seguir viviendo como hasta ahora con pequeñas reformas, la evidencia indica lo contrario. La nueva era a la que se enfrenta la Unión Europea después de esta última crisis exige un cambio de cultura política y económica. Si queremos que la UE sea capaz de competir en el ámbito global y tenga influencia en el mundo del siglo XXI, tendremos que recuperar el espíritu de lucha que tenían nuestros antepasados hasta mediados del siglo XX, poner fin a la cultura de la dependencia estatal en la cual los ciudadanos esperan pasivamente a que el Estado resuelva milagrosamente sus problemas y recuperar la ética del trabajo y la iniciativa. Para que sobreviva el Estado del Bienestar tendremos que ser capaces de pagarlo, y para ello va a ser necesario recuperar muchos valores de cuando este no existía, como los del trabajo, el sacrificio, la austeridad, el espíritu emprendedor y la creatividad, valores que permitieron a los europeos crear prosperidad y que hicieron posible que sociedades atrasadas se convirtieran en grandes potencias.

Julio Crespo Maclennan, historiador y escritor.

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