La nueva estrategia de Bush en Irak

El reciente discurso del presidente Bush sobre la nueva estrategia en Irak no ha ofrecido ninguna sorpresa. Una parte considerable de lo que iban a ser sus líneas fundamentales se había ido dando a conocer en las semanas previas al discurso. Mediante filtraciones y breves declaraciones oficiales en público, el Gobierno había ido preparando poco a poco al Congreso y a la opinión pública norteamericana sobre lo que cabía esperar de esta nueva estrategia.

Las declaraciones del presidente Bush sobre Irak han adquirido en los últimos meses un tono más sobrio, en particular a raíz de la derrota de los republicanos en las elecciones de congresistas de mitad de mandato. No obstante, no hay que echar en saco roto el hecho de que su alocución del 10 de enero sobre la nueva estrategia constituye su reconocimiento más exhaustivo y más realista de las dificultades existentes sobre el terreno en Irak.

Aunque las medidas propuestas en relación con la seguridad puedan dar sobre el papel la impresión de que, hasta cierto punto, son sensatas, se han quedado sin respuesta algunas preguntas fundamentales como, por ejemplo, las siguientes: ¿Existe la voluntad de reconciliación política entre los iraquíes? ¿Puede sobrevivir el Gobierno iraquí y pueden sus fuerzas de seguridad demostrar su autosuficiencia a largo plazo?

No serán muchos los que estén en desacuerdo con la afirmación del señor Bush de que «nada más que los iraquíes pueden poner fin a la violencia sectaria y proporcionar seguridad a los suyos». Sin embargo, su afirmación de que «en su inmensa mayoría los suníes y los chiíes de Irak quieren seguir viviendo unidos en paz» sigue siendo objeto de debate en estos momentos, particularmente después de los sucesos trágicos y las matanzas del año 2006, que el señor Bush ha reconocido que han demostrado ser una estrategia beneficiosa para los insurgentes. Por si fuera poco, el grado y el alcance del apoyo popular al Gobierno actual siguen siendo discutibles.

Es posible que la nueva estrategia de seguridad permita ganar tiempo para intensificar la instrucción del Ejército iraquí, que ha demostrado escasa mejoría a lo largo de todo este tiempo, pero resulta enormemente dudoso que ese ejército pueda asumir para noviembre de 2007 la responsabilidad de la seguridad en todas las provincias. Es más, las fuerzas policiales siguen infestadas de corrupción, sectarismo e incompetencia. Esperar de ellas una mejora del tipo que sea a corto plazo son ganas de confundir los deseos con la realidad.

En cuanto a la afirmación de que «Irak aprobará un conjunto de leyes para que los ingresos del petróleo sean compartidos entre todos los ciudadanos», el problema va a seguir siendo tremendo. La polarización, el sectarismo y la intransigencia de carácter político son las características predominantes a todos los niveles de poder. Los kurdos en el norte y los chiíes en el sur están dando muestras abundantes de su reticencia a compartir proporciones importantes de los ingresos futuros del petróleo y están cada vez más resueltos a conseguir mayores cuotas de autonomía a expensas del Gobierno central y de los iraquíes del centro del país y del oeste predominantemente suní.

El presidente Bush ha afirmado asimismo que el Gobierno iraquí va a gastar 10.000 millones de dólares de sus propios presupuestos en proyectos de reconstrucción e infraestructura que crearán nuevos puestos de trabajo. Lo más probable es que los sabotajes y las intimidaciones sigan obstaculizando esos esfuerzos, especialmente en el centro y el oeste del país.

Además, tampoco está nada claro que otros 20.000 soldados más vayan a ser capaces de ocupar militarmente las zonas de Bagdad que se encuentran libres de insurgentes, sobre todo si se tiene en cuenta el número de habitantes de la capital.

Las referencias del presidente a Siria e Irán en el contexto geográfico del conflicto actual han sido coherentes con declaraciones oficiales anteriores que equivalían a un rechazo de las propuestas de la comisión Baker-Hamilton en el sentido de que se comprometieran más activamente. Sin embargo, la breve mención del presidente a los problemas de Turquía con los kurdos ha proporcionado a la opinión pública norteamericana una cierta visión, aun limitada, de una realidad que se deteriora a ojos vistas y ha subestimado públicamente el grado de sentimiento antiestadounidense que ha crecido de manera exponencial en los últimos años en Turquía, un país que tradicionalmente ha sido un aliado incondicional de los Estados Unidos. Ha habido quizás una cierta tendencia a sobrevalorar el grado en que las decisiones que se adoptan en Washington, Londres, Damasco o Teherán pueden llegar a influir en el curso de los acontecimientos que se suceden en Irak y, al propio tiempo, una cierta tendencia a minusvalorar el grado en que las decisiones que se toman en Ankara pueden influir en la futura sucesión de acontecimientos en el norte de Irak.

En el frente interno de los Estados Unidos, es posible que el discurso del presidente Bush haya supuesto la última oportunidad que ha tenido de presentar ante el Congreso y, por encima de todo, ante la opinión pública norteamericana una nueva estrategia sobre Irak (con resultados visibles). En los Estados Unidos, la opinión pública se ha ido hartando progresivamente de que se intensifique aún más la intervención en Irak, sobre todo después de que los resultados raramente hayan estado a la altura de las expectativas de los primeros momentos y de las declaraciones optimistas. Llegar a ofrecer resultados requiere tiempo y hay muy pocas probabilidades de que el tiempo de que se dispone con el actual calendario político (que se dirige a toda velocidad hacia las elecciones de 2008) permita que una nueva estrategia rinda dividendos políticos.

Además, el ambiente que prevalece en su gran mayoría en todo el espectro político es más bien pesimista, lo que no hace sino reflejar la idea general de que hace ya mucho tiempo que se desvanecieron las oportunidades de inducir un cambio de verdadero calado en Irak.

De acuerdo con este punto de vista, la nueva estrategia no es simplemente más que un intento inútil y sin esperanza de parar el reloj. A estas alturas, la situación es irreversible. Los errores y los fracasos de enorme gravedad cometidos a lo largo de la primera fase del conflicto y el caos consiguiente han llevado la situación, ya desde hace mucho tiempo, a un punto en el que no cabe marcha atrás.

El presidente ha subrayado que «este nuevo enfoque se produce tras consultas con el Congreso sobre los rumbos diferentes que podíamos adoptar en Irak». No obstante, tras abandonar la Casa Blanca, horas antes del discurso del presidente, la dirección del grupo demócrata en el Congreso dejó bien claro que su reunión con el presidente no había pasado de ser una notificación de la nueva estrategia, en modo alguno una consulta. Los demócratas se han mantenido efectivamente unidos en la oposición, particularmente durante la pasada campaña electoral, pero una vez en el poder han vuelto a mostrarse divididos sobre cómo proceder en el tema de Irak. Aunque los demócratas han criticado en su mayor parte la nueva estrategia, las divisiones entre ellos y su incapacidad para tomar la iniciativa en relación a Irak se reflejan en su tendencia a aprobar mociones que expresan su insatisfacción con el statu quo siempre que no sean vinculantes.

Aunque este Congreso de mayoría demócrata tiene técnicamente la facultad de abrir o cerrar el grifo para hacer sentir su influencia en la política exterior y en la de Irak, en estos momentos va a mantener una escasa disposición a emplearla por miedo a ser calificado de antipatriota, lo que va a restar al partido oportunidades de ganar el verdadero premio, las elecciones de 2008, es decir, hacerse con la Casa Blanca y aumentar su mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado.

Si la nueva estrategia del presidente empezara a abrirse paso en Irak en las semanas y en los meses venideros, los demócratas podrían sentirse más envalentonados hasta llegar a proponer medidas más proactivas que fueran más allá de meras mociones no vinculantes.

El presidente terminó su alocución con una observación, la de que «a lo largo de toda nuestra historia, los norteamericanos hemos plantado cara siempre a los pesimistas y hemos visto cómo se imponía nuestra fe en la libertad». También puede afirmarse con toda validez que, a lo largo de su historia, los logros más grandes de los Estados Unidos se han obtenido en la mayor parte de los casos gracias a la capacidad de diferenciar entre lo que se podía conseguir siendo realistas y lo que iba más allá de sus posibilidades.

La capacidad para discernir estas diferencias ha reforzado los fundamentos de la república y ha garantizado el interés de la nación a largo plazo en los momentos más turbulentos. El liderazgo político exige capacidad para comprender los límites de cada uno, moverse astutamente dentro de ellos y colaborar de manera eficaz con los demás para contribuir a ampliar la influencia propia más allá de las fronteras de dichos límites.

Marco Vicenzino fue director adjunto del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington, fundador y director del Global Estrategic Project y analista de medios como la BBC y The New York Times.