La nueva Europa y las viejas preocupaciones

Por Norman Birnbaum, profesor emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown (EL PAIS, 03/05/04):

Cuando Estados Unidos, tras la II Guerra Mundial, asumió un papel importante en Europa occidental, los responsables de nuestra política exterior decidieron estimular el proceso de la unidad europea. Entre otras cosas, les pareció que seguramente fortalecería la capacidad de Europa occidental de resistir las presiones soviéticas y ofrecerse apoyo mutuo contra los grandes partidos comunistas de Francia e Italia y las tendencias a la neutralidad que aparecían en la opinión pública. Además, los sectores financiero e industrial de Estados Unidos pensaron que sus inversiones en Europa podían administrarse de forma más fructífera en un mercado más amplio y con normas comunes. El capitalismo estadounidense de finales de los años cuarenta y los cincuenta era distinto de la versión actual. Se apoyaba en un compromiso de clases entre los grandes sindicatos y los empresarios. Sus representantes en la política exterior tenían una opinión más favorable de los Estados de bienestar europeos que sus descendientes actuales. La necesidad de consolidar el apoyo de Europa occidental a la coalición anticomunista, encabezada por Estados Unidos, era lo principal.

El resultado fue una alianza verdaderamente peculiar. Los progenitores de la Unión Europea fueron tres políticos católicos conservadores, que en la I Guerra Mundial habían sido ciudadanos de las potencias centrales: Adenauer, De Gasperi y Schumann. Tras la II Guerra Mundial hicieron causa común con Estados Unidos, que representaba un modelo distinto de civilización (más protestante y más abierta culturalmente). Eisenhower, durante sus años como presidente -de 1953 a 1961-, dejó intacto el legado del New Deal, a pesar de que su Gobierno estaba completamente en manos del capital. Y fue él quien, al ayudar y dar legitimidad al régimen de Franco, incorporó España a una alianza tácita con Europa.

El entusiasmo inicial de Estados Unidos por la unificación europea se fue mitigando y acabó convirtiéndose en un escepticismo resentido. Una de las razones fue la autonomía, cada vez mayor, de los países europeos. La Ostpolitik alemana, la negativa a aliarse con Estados Unidos en contra de la República Popular China y a enviar tropas a Vietnam, o las diferencias a propósito de Israel, fueron elementos importantes. Pero el factor principal es sencillo: la vuelta de Europa a la prosperidad y la consolidación de un modelo social cada vez más distinto del estadounidense. Hoy, Estados Unidos considera la Unión Europea como un rival económico. Sus ideólogos (con la excepción de los sindicatos y el ala izquierda del Partido Demócrata) critican ruidosamente el Estado de bienestar europeo, que podría servir de modelo alternativo, incluso para los ciudadanos estadounidenses. Y, sobre todo, lo que más temen nuestras clases dirigentes es la independencia geopolítica de Europa.

Ahora, con los nuevos miembros de la UE, los estadounidenses tienen más posibilidades de interferir en los asuntos de la Unión. Hungría y Polonia poseen unas comunidades de inmigrantes considerables en Estados Unidos. Los grupos de inmigrantes procedentes de los países bálticos son más pequeños, pero mantuvieron una postura antisoviética constante durante la guerra fría. La composición política de la inmigración cambió durante dicho periodo. Los que, al principio, eran grupos de clase obrera integrados en el Partido Demócrata se fueron incorporando al Partido Republicano, mucho más agresivo que el Demócrata en la guerra fría. Los inmigrantes con cierto nivel de educación, que antes de 1939 solían ser demócratas víctimas de persecución, a partir de 1945 pasaron a ser, en muchos casos, partidarios de los regímenes autoritarios del periodo de entreguerras. Ni el compromiso entre católicos y comunistas en Polonia en 1956 ni la flexibilidad del Gobierno de Kadar en Hungría sirvieron para modificar su anticomunismo estridente ni su desconfianza ante la voluntad de Europa occidental de establecer relaciones duraderas de coexistencia con la Unión Soviética. Su herencia estuvo perfectamente representada por el hecho de que Hungría y Polonia firmaran la carta de apoyo a Estados Unidos promovida el año pasado por Aznar.

Estados Unidos tiene dos cauces de influencia en estos países, aparte de los vínculos permanentes entre los grupos de inmigrantes y sus patrias de origen. Cuando el gobernador del Banco Central polaco declaró, la semana pasada, que no hay mayor error que pensar que el Gobierno puede dirigir la economía, es evidente que estaba buscando agradar a Estados Unidos. Cuantas más inversiones estadounidenses haya en un país de la UE, más sujeto estará su Gobierno a presiones para impedir el desarrollo de un modelo social diferente. El segundo modo de influencia, igualmente importante, es el militar. La expansión de la OTAN hacia el Este concede a Estados Unidos nuevas ventajas en su oposición a que la Unión Europea tenga una política de seguridad independiente y un ejército propio. El hecho de que Polonia haya comprado aviones de combate estadounidenses y no europeos, y la presencia de tropas polacas en el caos de Irak, revelan que dicho país está decidido a explotar su relación con Estados Unidos. Los norteamericanos tienen la intención de sacar sus tropas de una Alemania que se ha vuelto demasiado independiente y llevárselas más hacia el este: los nuevos miembros de la UE no han mostrado ningún rechazo a incorporarse al proyecto estadounidense de imperio para el siglo XXI.

Es evidente que los nuevos miembros poseen fuertes lazos culturales con Europa occidental. Está por ver si la presencia creciente en dichos países de grupos mediáticos internacionales favorables al capitalismo y el poder de Estados Unidos (Berlusconi, Murdoch, Springer) debilitará su compromiso con un legado europeo común.

Sería absurdo llegar a la conclusión inamovible de que los nuevos miembros van a reforzar la quinta columna estadounidense que con tanta eficacia actúa ya en la Unión Europea. Pero sería también absurdo ignorar dicha posibilidad.