La nueva forma de gobernar el mundo

Muchas de las lecciones sobre relaciones internacionales que habíamos aprendido desde el fin de la guerra fría no sirven para el mundo de hoy porque los parámetros han cambiado de nuevo en los últimos años.

La primera constatación es que, tras la crisis, la economía ha reemplazado a los demás criterios para la competición global. Los conflictos y alianzas, las amenazas terroristas, la degradación del medio ambiente han pasado a un segundo plano frente al pulso económico mundial. La geoestrategia ha sido sustituida por la macroeconomía, y los expertos en seguridad han dado paso a los economistas, que intentan explicar lo que ocurre y dar recetas. Esto no quiere decir que la batalla sea menos encarnizada: el reto es mantenerla dentro de límites razonables. La duda para el futuro es si acaso desde las tensiones económicas se andará el camino inverso hacia la inestabilidad política y la confrontación entre Estados, o si sabremos digerir ascensos y caídas brutales en las cuotas de poder.

La segunda idea fuerza del momento es que la competición se ha convertido en auténticamente global. Lo que está pasando no puede interpretarse en clave europea, ni siquiera occidental (un concepto que está por redefinir). Para los grandes Estados europeos, el continente se queda pequeño y desean jugar en el tablero mundial. Durante muchos años, el crecimiento en Europa estuvo basado en la complementariedad entre países: las exportaciones de los más industrializados se dirigían a socios que se desarrollaban rápidamente, lo que sucedió primero con España y luego con los países de Centroeuropa. Ahora la partida es global, y esto explica en parte la actitud menos europeísta de Alemania. Otro ejemplo de la nueva globalidad: Madrid perdió las olimpiadas de 2016 a favor de Río de Janeiro y Rusia ganó el Mundial de fútbol de 2018 frente a España, y en 2022 se irá a Qatar.

Tercero, junto a los Estados aparecen nuevos actores que condicionan las relaciones internacionales, desde los grandes fondos de inversión al fenómeno Wikileaks. Combinado con la fuerza de los medios de comunicación, que han hecho un uso responsable de esas revelaciones, la información filtrada por Wikileaks plantea numerosas exigencias sobre los métodos para llevar a cabo las relaciones diplomáticas en el futuro.

Cuarto, los Gobiernos deben ser más transparentes, pero los grandes Estados adquieren al mismo tiempo más relevancia a la hora de gestionar asuntos esenciales, a través de directorios, en detrimento de las organizaciones multilaterales. En el horizonte se ven aparecer tres cenáculos globales: el G-20 en materias económicas y financieras, el Consejo de Seguridad ampliado para la gestión de crisis y el mantenimiento de la paz, y más adelante, con el tiempo se hará necesario un consejo mundial sobre energía y medio ambiente, quizás cuando se vea más claro que el pasteleo al que hoy están sometidos estos asuntos conduce al desastre.

Teniendo en cuenta el carácter imprescindible e irreemplazable del G-20, España hizo bien en batirse para participar como novena economía del mundo. El G-20 es un directorio que disfruta de la legitimidad que le da representar más del 85% del PIB mundial. Pero en este grupo mandan las grandes potencias, mientras que las instituciones, como el FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea solo se asocian a sus trabajos (lo que debería hacer también la OMC). En el otro directorio que cuenta, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, también hay una lucha entre Estados. Las posiciones están enfrentadas entre aquellos que quieren ser nuevos miembros permanentes (Alemania, Brasil, India y Japón) y países como España que piensan que tal ampliación limitaría sus posibilidades de participar como miembro rotatorio.

Por último, se observa que, en tiempos de incertidumbre y de retos formidables, la batalla de las ideas es más esencial que nunca. Las cuestiones punzantes, como la regulación de las finanzas, la sostenibilidad de la sociedad del bienestar, el futuro de la energía y del medio ambiente, no se resuelven con fórmulas matemáticas sino con talento e imaginación.

En un mundo menos violento pero más complicado, España tiene suficientes bazas para seguir participando en la primera división mundial. Ahora bien, debe hacer un análisis renovado de la situación global para definir prioridades mejor adaptadas a la realidad. La política exterior española tiene que ser menos idealista y más pragmática, propia de una potencia que quiere sentarse en las grandes mesas decisorias, y fomentar alianzas explícitas con socios clave que complementen nuestro demostrado europeísmo.

Asimismo hay que cuidar mejor los medios para la acción exterior y aprovechar las enseñanzas del asunto Wikileaks para ejercer una diplomacia más transparente. Todo aquello que determina nuestro peso en el mundo, como la investigación, la promoción de las exportaciones, de la cultura y la lengua, debe ser reforzado. Y sobre todo debemos desplegar un pensamiento propio, que vaya por delante de los acontecimientos. Los grandes son grandes porque mantienen una confianza absoluta en su capacidad para crear y liderar.

Martín Ortega Carcelén, profesor de Derecho Internacional y escritor.