La nueva guerra religiosa que izquierdas y derechas no entienden

Yadira Maestre, durante su intervención en el acto del PP. (Cedida)
Yadira Maestre, durante su intervención en el acto del PP. (Cedida)

En cuestiones religiosas, la derecha suele estar preocupada por el islam. A los más liberales les preocupa el Corán como amenaza a los derechos individuales. A los más conservadores les preocupa que algún día la Meca sustituya al Vaticano. Estas inquietudes llevan a las derechas europeas a ser profundamente sionistas y atlantistas. Es decir, a aliarse internacionalmente con los israelitas y los protestantes de EEUU. Juntos, libran las "nuevas cruzadas" contra el yihadismo y los ayatolás. Pero también contra los ortodoxos rusos, los taoístas chinos y cualquier civilización que amenace al dólar, quiero decir, a la democracia y los Derechos Humanos.

Las derechas europeas, muchas de ellas de inspiración católica, viven un idilio con el mundo protestante. Las viejas "guerras de religión" son Historia, agua pasada. Esta visión euro-céntrica impide detectar un fenómeno que se viene desarrollando desde hace ya tiempo. Dentro del protestantismo existe una rama mayoritaria que se hace llamar "evangélica" (uno de cada cuatro cristianos del mundo es "evangélico"). Les caracteriza una interpretación literal y estrecha de la Biblia, una idea de "renacer" dejando atrás su vida anterior (y familiares y amigos), así como un intenso activismo en busca de conversiones.

De entre las corrientes "evangélicas" más radicales nació el "pentecostalismo", que es hoy en día el movimiento religioso de más rápido crecimiento. Pone el énfasis en una experiencia individualista de Dios, en la cual el Espíritu Santo confiere "poderes" (como hablar idiomas desconocidos). Los grupos más activos del "pentecostalismo" estuvieron en los orígenes del "movimiento carismático". Los "carismáticos" insisten aún más que los "pentecostalistas" en la milagrería: curaciones mágicas, estados alterados de conciencia, profecías públicas, exorcismos multitudinarios, etc.

Finalmente, en los años 80, los sectores más extremistas del mundo "carismático" formaron, a su vez, los grupos "neo-carismáticos". La mayor parte de ellos se desarrolló en comunidades indígenas de África, Hispanoamérica y Asia. Su radicalidad, su heterodoxia y sus turbias obsesiones (la posesión demoníaca, el fin del mundo) les ha valido ser rechazados incluso por "pentecostalistas" y "carismáticos". Sin embargo, estos dos grupos han sido superados en número por su vástago "neo-carismático" que, con 300 millones de adeptos, ejerce la mayor influencia dentro de todo el protestantismo "evangélico".

Las derechas europeas aún piensan que converger con el protestantismo significa hacerlo con sus queridos jefes yankis de la OTAN y jefes alemanes de la Unión Europea. Pero el protestantismo evangélico ya no es, estadísticamente, una religión occidental, sino del Sur Global. Dentro de Occidente, capta a las minorías (desde gitanos a latinos), dotándoles de una identidad contraria a su integración. Crece de forma explosiva por su lado más radical y, en buena parte del hemisferio sur, está en guerra abierta contra el catolicismo. En guerra tanto teológica como física: no hay más que ver los episodios de violencia interreligiosa en Centroamérica o en el África Subsahariana.

Para el año 2050 la población mundial protestante igualará o superará a la católica, en buena medida debido a la explosión demográfica de África, donde nacerá la mitad de los protestantes del planeta. Las derechas temen que las pateras de África lleguen cargadas de musulmanes wahabistas y salafistas, pero la mitad de ellas llegarán cargadas de protestantes pentecostalistas y neo-carismáticos.

Si esto preocupa poco a nuestras derechas, es porque comparten con ellos un cierto elemento que es central entre evangélicos: el "evangelio de la prosperidad". Esta creencia afirma que el dinero es la mayor bendición que Dios otorga, de forma que el buen creyente debe tener por objetivo prioritario enriquecerse, sin temer dejar atrás a los pobres, que sin duda lo son porque Dios los odia. Esta teología es radicalmente contraria a la doctrina social del catolicismo, pero sienta como un guante a la ideología neoliberal que impera en nuestros países. Es el dogma necesario para justificar un austericidio que cambie sanitarios por sanadores, profesores por profetisas, pensiones por posesiones y ayudas por bendiciones.

Los "neo-carismáticos" predican el mito de los empresarios como laboriosos santos y las clases bajas como vagos pecadores. Por el contrario, en el mundo católico (o lo que queda de él) sabemos que el rico tiene difícil entrar al Cielo y que los trabajadores humildes son los primeros a ojos de Dios, empezando por su propio Hijo. Por lo tanto, las derechas capitalistas tienen la tentación, como escribiera Bertolt Brecht, de disolver al pueblo para convocar otro nuevo, más crédulo y obediente.

Con ese fin lidera Ayuso la secretaría de "Nuevos Madrileños", organizadora del acto de la "apóstol" evangélica Yadira Maestre. Los viejos madrileños no sirven; son necesarios otros de importación, con un software más moderno.

Incluso la izquierda tiene un plan parecido: una vez perdido el voto obrero nacional, espera encontrar en la inmigración un nuevo "sujeto revolucionario". Con su ayuda, edificarán la utopía multicultural que, en sus corazones, ha sustituido a la utopía socialista. Pero lo que verdaderamente encontrarán, para decepción suya, es un sujeto integrista religioso, profundamente individualista, enemigo de sindicatos e impuestos y, además, escorado hacia las derechas.

Y es que los neo-carismáticos promueven la versión más exagerada y tosca de "batalla cultural", al estilo trumpista o bolsonarista. Exceden las perspectivas de nuestra derecha liberal, pero arrastrarán fatalmente a nuestra derecha conservadora. ¿Cuáles son sus posiciones? Se oponen agresivamente a cualquier caso de aborto, pero no luchan por prestaciones sociales necesarias para apoyar la natalidad. El derecho a portar armas les parece vital, pero el Ingreso Mínimo Vital les parece un arma del maligno. Se obcecan con la modestia en el vestir, pero exhiben impúdicamente cochazos y relojes caros como señal de divinidad. Tienen también un odio visceral hacia el "colectivo LGTB", al que se acusa de destruir la familia, ignorando aquello que escribió el católico Chesterton: quien destruye la familia es precisamente el capitalismo y el "evangelio de la prosperidad".

Las únicas izquierdas del mundo hispano que han sido capaces de contener la derechización evangélica son las izquierdas que se reivindican como patrióticas sin ningún complejo, como el Brasil de Lula o la Nicaragua sandinista. Los evangélicos respetan eso, porque son fieramente nacionalistas. (La "apóstol" Yadira Maestre, sin ir más lejos, recogió firmas contra los indultos a independentistas catalanes).

También han doblegado al neoliberalismo evangélico las izquierdas hispanas que reconocen orgullosamente su inspiración católica, como la Venezuela chavista o el México de Obrador. Los evangélicos crecen cuando la identidad católica se resquebraja previamente, pero no penetran cuando esta se mantiene fuerte. El problema es que las izquierdas españolas y europeas tienen una serie de traumas y prejuicios con la identidad nacional y la religiosa. Lo cual conforma, precisamente, el caldo de cultivo perfecto para los evangélicos y su prédica de certezas radicales.

Las izquierdas occidentales ni siquiera saben que los primeros misioneros "carismáticos" fueron enviados al mundo hispano-americano desde las agencias de inteligencia de EEUU. Sus órdenes eran (y siguen siendo) contrarrestar el catolicismo hispano (afín a los partidos social-demócratas y a la "teología de la liberación" socialista). El objetivo final: instaurar un "cristianismo" funcional al capitalismo y al imperialismo yanki. Las izquierdas occidentales, por pura estrategia, deberían estar en esta batalla inequívocamente del lado católico. Lo que se está librando es una guerra por el sentido común de buena parte de las clases bajas, pero como se da en clave religiosa, las izquierdas ni se enteran. Se escandalizan de la "apóstol" Yadira Maestre como se escandalizan de que exista la Semana Santa.

No acaban de entender que tanto la bandera como la religión son significantes en disputa. Existe una patria de la burguesía y una patria del proletariado, así como hay un Dios con el que se justifican los explotadores y un Dios que invocan los revolucionarios. Sin embargo, nuestras izquierdas han renunciado a estas batallas. Derrotadas por el gran capital, buscan enemigos pequeñitos y facilones: un toro de Osborne en una carretera secundaria, una figurita de flamenca sobre el televisor, alguien con una pulserita de la bandera de España, o un santito en el salpicadero de un coche.

Las derechas, por su parte, han decidido servir a dos señores: a Dios (el de los explotadores) y al dinero. Ya no solamente absorben los postulados "progres", sino que incluso lideran las ideas más anticatólicas, como la gestación subrogada. Una derecha sin más valores que los de la Bolsa. Una derecha del mundo líquido, que ha renunciado a "conservar" nada más que la propia liquidez en su cuenta corriente.

Estas derechas e izquierdas serán barridas por un mundo que no entienden, en que la política vuelve a ser —como fue siempre— la continuación de la teología por otros medios.

Hasel-Paris Álvarez es politólogo y especialista en geopolítica.

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