La nueva izquierda europea: pragmatizar el asalto a los cielos

La nueva izquierda europea demostró su aspiración a desempeñar un papel relevante en las elecciones al Parlamento Europeo en mayo de 2014. Los partidos y líderes políticos que encuadramos bajo el concepto de nueva izquierda comparten, como mínimo, tres rasgos comunes. El primero es que han sido especialmente relevantes en los países del sur de Europa (Grecia, Portugal y España), dos de los cuales se vieron abocados a solicitar un rescate. El segundo es que empezaron euroescépticos y contrarios a la integración europea, por considerarla un proyecto con una agenda neoliberal, pero han acabado aceptándola (y, en algunos casos, defendiendo) por motivos electorales. El tercero es que, a diferencia de la izquierda heredera de la tradición comunista, estos nuevos partidos se han mostrado dispuestos a asumir el desgaste que conlleva gobernar sin poner tanto énfasis en la pureza ideológica, llegando a sacrificarla en algunas ocasiones.

En esas elecciones europeas, por un lado, el grupo confederal de la izquierda unitaria eligió como candidato a la Comisión Europea a Alexis Tsipras. Éste era, en aquel momento, líder de una Syriza al alza con vistas a ganar las próximas elecciones en Grecia y cara visible de la anti-austeridad en Europa. Por otro lado, y a pesar de ser prácticamente desconocido, Podemos daba la sorpresa en España al hacerse con cinco escaños en los comicios europeos, recién constituido como partido. Con elecciones en Grecia, Portugal y España en 2015, cabía la posibilidad de que los tres países pusieran fin a gobiernos dispuestos a plantear una alternativa a las políticas aplicadas hasta la fecha y que el conjunto del sur de Europa estuviera gobernado por partidos más o menos afines ideológicamente.

La realidad ha resultado bien distinta. Ni en todos los estados miembros del sur de Europa ha ganado esta opción política, ni se ha producido un frente común entre los países donde sí ganó. Los partidos de la nueva izquierda europea han acabado poniendo más esfuerzos en el escenario nacional que en el europeo y, a menudo, los intereses nacionales han pasado por encima de las alianzas ideológicas. Aun así, existe una tendencia entre fuerzas políticas progresistas que podría haber cristalizado como alternativa a la política de austeridad y tener la responsabilidad y capacidad de ofrecer una narrativa en oposición a las opciones de extrema derecha que surgen en algunos estados miembros de la UE.

Syriza o cómo morir de éxito

En las elecciones de enero de 2015, Syriza se quedó a dos escaños de la mayoría absoluta. Esos comicios levantaron unas expectativas y una atención mediática en toda la Unión mayores de lo que cabría esperar de un país del tamaño de Grecia y con una economía tan pequeña. Sus promesas de poner fin a la austeridad, de dar marcha atrás a los recortes llevados a cabo por los gobiernos anteriores, y de renegociar la deuda con la troika eran vistas, como mínimo, con suspicacia en el resto de Europa, también en el sur.

En medio del revuelo mediático, Alexis Tsipras inició las negociaciones con sus acreedores. La estrategia griega consistió en forzar al máximo las negociaciones con la esperanza de conseguir un acuerdo mejor para Grecia respecto a la deuda. Pero la prisa y la inexperiencia con la que tanto el primer ministro como el ministro de Finanzas Yanis Varoufakis abordaron las negociaciones condujeron irremediablemente al referéndum y al tercer rescate. Por un lado, el apremio por tener que desarrollar un partido que creció tanto en tan poco tiempo impidió un debate cualitativo sobre cuáles eran los objetivos a lograr, llegar al Gobierno siendo lo único que estaba claro. Una vez conseguido, las expectativas se toparon con la realidad: sin alcanzar compromisos con los acreedores, no podían concretar ninguna de las políticas que llevaban en su programa. Por otro lado, la inexperiencia les hizo pecar de inocentes a la hora de presentar sus demandas: Varoufakis creyó que solamente porque pensaba tener razón, haría ceder a los socios; una actitud que no gustó a sus colegas europeos.

Pagoulatos y Vlachos (2016) explican este proceso a partir del “trilema” al que se enfrentó Syrizaal llegar al poder teniendo en cuenta que siempre hay que renunciar a una de las tres opciones: conservar el poder, ser fiel a sus promesas políticas y mantener a Grecia en el euro. Tsipras escogió mantenerse en el poder y juzgó mal el ánimo de los griegos en cuanto a mantenerse en el euro. Quiso utilizar el referéndum para legitimar la decisión de aceptar el tercer rescate porque las encuestas iniciales daban la victoria al sí pero la victoria del no obligó a una convocatoria de elecciones. Y las ganó, subrayando que solo un enfoque de izquierdas podía atenuar los efectos del tercer rescate, renunciando así a muchas de sus promesas electorales. No dudó, a partir de entonces, en enfatizar su “sentido de Estado”, aunque en su primer Gobierno Tsipras también dio cabida a los izquierdistas de la vieja escuela. Sin embargo, después de aceptar el tercer rescate, no vaciló en reforzar su perfil institucional y, poco a poco, se fue deshaciendo de los elementos más izquierdistas que le rodeaban: primero, los diputados del grupo parlamentario, que se escindieron en Unidad Popular pero no entraron en la Cámara, y más tarde los ministros más críticos como concesiones a los acreedores, como Theodoros Dritsas, Panos Skourletis y Aristides Baltas, que fueron reemplazados por jóvenes tecnócratas sin demasiado contenido político.

Capitular frente a la troika, primero, y desideologizar su Gobierno, después, le ha restado legitimidad y credibilidad frente a varios sectores de la izquierda en el continente europeo, especialmente con Podemos y el Bloco de Esquerda. Por ese motivo ha buscado tejer alianzas a nivel europeo no solamente entre sus aliados ideológicos naturales sino también con socialistas y verdes, como demuestra el hecho de que Tsipras acudiera a una reunión de líderes socialistas en Bruselas en marzo de 2016 antes de un Consejo Europeo. Algunos miembros de Syriza siguen contando -en público y en privado- que los acreedores no quisieron negociar de verdad en ningún momento y que su verdadero objetivo era ahogar a Grecia hasta conseguir que aceptara el tercer rescate (lo mismo que siempre denunció Varoufakis). Pero la dosis de realidad que golpeó a Syriza les ha hecho reconocer que no era lo mismo acceder al Gobierno que obtener el poder y que no resulta fácil trasladar una agenda nacional a los socios europeos sin tener aliados ni aceptar compromisos. A la hora de la verdad, otros países del sur con Gobiernos socialistas (Francia e Italia) decidieron apoyar la posición de Alemania debido a sus propias dinámicas internas.

Syriza echó toda la culpa de la crisis a la UE mientras intentaba europeizar el problema griego, pero el hecho de no encontrar aliados ni de ser capaz de cambiar los equilibrios de poder en el Consejo tuvo consecuencias en el partido y en el conjunto de la nueva izquierda europea. En las elecciones de septiembre de 2016, tal como lo describió en una entrevista privada un ex alto cargo del partido, Syrizaempezó a transformarse en una fuerza política tradicional porque la reelección pasó a ser la prioridad y el radicalismo se guardó en el armario. Esto quedó claro al defender que solo ellos podían darle al tercer rescate un enfoque de izquierdas para mitigar sus efectos colaterales. De acuerdo con la analista Filippa Chatzistavrou (2016), el ‘gerencialismo’ (managerialism) al que se ha adscrito Syriza –que consiste en gestionar y aceptar la economía de mercado independientemente de la ideología– es prueba evidente de ello. El resto de la izquierda europea vio cómo el hasta entonces baluarte de la política antiausteridad se quedaba sin recursos y tenía que limitarse a administrar el tercer rescate por más que desde el partido se repitiese –y se repite– que su adscripción ideológica sigue siendo la misma. Está por ver si Syriza abrazará hasta el final la estrategia del PASOK de los ochenta de una retórica radical pero una política “pragmática” (Vassilis Petsinis, 2015).

En Portugal, alianza histórica

Las elecciones portuguesas de octubre de 2015 también desembocaron en un giro a la izquierda. La coalición Portugal à Frente (PàF), combinación de los dos partidos de centro-derecha (el Partido Social Demócrata, PSD y el Partido del Centro Democrático Social - Partido Popular, CDS-PP,) que comparten grupo en el Parlamento Europeo, obtuvo más escaños que ningún otro partido en el Parlamento portugués. Sin embargo, por primera vez en la historia, se produjo un pacto de izquierdas en Portugal.

En mayo de 2014, Portugal completaba el programa de rescate diseñado por la troika y el país volvía a ser autónomo en materia fiscal y presupuestaria (si bien los presupuestos siguen siendo revisados por la Comisión, paso previo a su ejecución). Esto le permitió al Partido Socialista plantear una campaña con una retórica antiausteridad y antirecortes que le situó por delante en las encuestas. Mientras, a su izquierda, el Partido Comunista se mantenía –como siempre– en su porcentaje de votos y el Bloco buscaba su espacio. Cinco meses antes de las elecciones, diputados y líderes del Bloco afirmaban que no era su trabajo llevar al Partido Socialista (PS) hacia la izquierda. En ese momento, debían mantener un discurso más duro frente al PS para movilizar a sus votantes porque iban por detrás de los comunistas en las encuestas. Tras remontar durante la campaña electoral, su líder dejó abierta la posibilidad de apoyar un Gobierno del PS; ya con los resultados en la mano, los números salían. Por segunda vez en la historia, el BE superaba al PC y forzaba a los comunistas a entenderse con los socialistas, un hecho insólito que no se había producido nunca. Echaba a andar un Gobierno socialista apoyado en el Parlamento por dos fuerzas políticas de izquierda radical, gracias al objetivo común de revertir los recortes aplicados durante el Gobierno del PSD y el CDS-PP.

A diferencia del Partico Comunista, manifiestamente anti-UE, el BE ha suavizado las críticas a la Unión, dada la situación interna de Portugal y la necesidad de entenderse con el PS. El Bloco nunca ha podido adelantar a los socialistas y desde hace años su porcentaje de voto no varía. Su decisión de investir a António Costa le ha proporcionado la posibilidad de afirmar que ha contribuido a un frente de izquierdas. Esto, junto con la probabilidad de conseguir resultados concretos (subida del salario mínimo, revalorización de las pensiones y del salario de los funcionarios, etc.) ha pasado por encima de su confrontación con la UE, tanto más cuanto que Portugal sigue siendo un país razonablemente europeísta comparado con la media europea (Standard Eurobarometer 86, November 2016). En caso de que se rompa el acuerdo, el Bloco intentaría defender que siempre fue claro y que no traicionó ni sus políticas ni su ideología. Y por ello, con las elecciones municipales del último cuatrimestre de 2017 en mente, sigue marcando un perfil propio. Así, cuando la Comisión, tras la revisión de los presupuestos en julio de 2016, anunció una posible sanción a Portugal por el incumplimiento del déficit, el Bloco llegó a amenazar con pedir un referéndum sobre la UE si la finalmente se aplicaba. Pese a todo, el Gobierno se mantiene estable. Según las encuestas, si hubiera elecciones legislativas, el PS conseguiría ampliar la distancia respecto el PSD y no necesitaría a sus actuales socios. Por tanto, ni al PS ni al BE les interesa romper el acuerdo ni mucho menos ser vistos como culpables de ello. Por otro lado, la perspectiva de que Podemosganara las elecciones en España o tuviera la posibilidad de formar Gobierno parecía real cuando invistieron a Costa, en noviembre de 2015. Esta hipotética situación dejaba abierta una pequeña oportunidad de reforzar la agenda y el mensaje eurocrítico que había empezado Syriza(y mantenido a pesar de haber aceptado el tercer rescate) y que estaba defendiendo Podemos.

El Bloco también ha debatido internamente sobre cómo evitar que la institucionalización no le pase factura electoralmente. La que fue candidata a la presidencia de Portugal por el Bloco y actual eurodiputada, Marisa Matías, considera que es posible y deseable mantener un pie en las instituciones y un pie en la calle. Con todo, parece claro que esta posibilidad depende única y exclusivamente de las dinámicas internas de cada país. Aun teniendo presencia en el Parlamento, no siempre resulta fácil articular demandas provenientes de la sociedad civil (Naím, 2016) y mucho menos demandas paneuropeas. Además, el equilibro de poder en el Consejo Europeo resulta determinante: meses antes de las elecciones de octubre de 2015, los socialistas portugueses reconocían que cambiar las políticas de ajuste fiscal que venían desde la UE -incluso con gobiernos progresistas tanto en Portugal como en España, con voluntad en ese sentido- sería imposible sin la cooperación activa de Francia (aún gobernada por el Partido Socialista), la cual probablemente, pensando más en sus propios intereses, se hubiese desmarcado de tal iniciativa.

Podemos: desbordado por el ciclo electoral

España cerraba el ciclo de elecciones en el sur de Europa del año 2015 con comicios en todos los niveles administrativos. Desde las elecciones al Parlamento Europeo en 2014, Podemos ha ocupado un espacio mediático muy importante en el escenario político español. En mayo de 2015, las elecciones municipales y regionales les permitieron cosechar unos éxitos bastante notables habida cuenta de que, junto con las coaliciones de las que formaban parte, se hicieron con algunas de las alcaldías más importantes de España (Madrid, Barcelona, Badalona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, A Coruña) y, cuando dependió de ellos, entregaron los gobiernos de las comunidades autónomas a los socialistas (con la notable excepción de Andalucía). Las primeras elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 cambiaron el panorama político español porque dos partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos, entraron en escena con algunas encuestas que incluso situaban como ganador a uno u otro. Sin embargo, las fuerzas tradicionales (Partido Popular y PSOE) aguantaron quedando en primera y segunda posición. Al principio, parecía que el partido socialista sería capaz de articular un Gobierno alternativo al del PP (que al fin y al cabo había ganado las elecciones) pero, en seguida, quedó claro que sería más complicado que en Portugal.

El acuerdo entre las fuerzas progresistas fue imposible por varias razones: Podemos aspiraba a ocupar el espacio electoral del PSOE como hizo Syriza con el PASOK; mientras encadenaba elecciones perdiendo votos, al PSOE le atenazaban las dudas de hacia dónde ir, con las distintas familias y federaciones ofreciendo soluciones diferentes pero sin capacidad de imponerse a las demás; los vetos cruzados entre partidos impedían un diálogo inclusivo; y la cuestión catalana añadía otra variable a la ecuación. La incapacidad del Partido Popular de tejer alianzas con cualquier otro grupo en la Cámara llevó a unas segundas elecciones que arrojaron un resultado similar pero con el PP algo más reforzado. Con ello, quedó cerrada cualquier posibilidad de tener un Gobierno progresista en todos los países del sur de Europa.

Las dos elecciones generales que han tenido lugar en España en menos de un año han dejado dos heridos importantes –el PSOE y Podemos- que siguen discutiendo en los mismos términos que sus homólogos europeos. Por un lado, la crisis de la socialdemocracia se ha cobrado una nueva víctima en el partido socialista. Acosado por los dos flancos del espectro político y debatiéndose entre su "sentido de Estado” y una importante parte de la militancia que deseaba un pacto a la portuguesa, el PSOE ha acabado absteniéndose para facilitar un Gobierno del Partido Popular. Es la primera vez en la historia de España que esto sucede y lo más cerca que nunca se ha estado de la gran coalición que el PP pidió durante la campaña electoral (una fórmula que no es extraña para el PSOE en el Parlamento Europeo). Por otro lado, Podemos no consiguió convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. Acabados los procesos electorales con su ritmo frenético que no deja ni el tiempo ni el espacio necesario para la reflexión, el grupo tuvo que hacer frente a una serie de debates que se habían ido posponiendo: qué relaciones tener con el PSOE, qué perfil institucional adoptar, qué estrategia de oposición seguir, cómo hacerlo para permanecer cuatro años en el Congreso sin perder el protagonismo adquirido durante las sucesivas campañas electorales, cómo organizar el partido orgánicamente, qué relación mantener con Izquierda Unida -el partido tradicional de la izquierda proveniente del comunismo- etc.

Podemos se presentó a las elecciones al Parlamento Europeo con un programa que defendía la derogación del Tratado de Lisboa por considerar a la UE neoliberal y antidemocrática, pero también con la intención de refundar sus instituciones. Si bien los fundadores de Podemos provenían de la ideología de izquierda más euroescéptica, la estrategia para atraer a más votantes a partir de las elecciones al Parlamento Europeo les hizo modular su discurso porque, como Portugal, España sigue siendo ampliamente favorable a la UE. Por tanto, Podemos, como el Bloco de Esquerda y Syriza, con los que sientan en el grupo de la izquierda radical del Parlamento Europeo, ha hecho del eurocriticismo su bandera. Sin embargo, todas las cuestiones pendientes de resolver han dado pie a unas divisiones internas que han mermado la capacidad que tuvo Podemos en su origen de proyectarse como motor de cambio, tanto a nivel nacional como a nivel europeo, igual que le sucedió a Syriza. Al tener que afrontar dos elecciones generales y dada la experiencia de Gobierno de Syriza, Podemos ha procurado evitar las comparaciones y, para ello, ha intentado alejar el tema de Europa del centro del debate, priorizando la agenda doméstica sobre la europea y manteniendo un perfil bajo frente a las cuestiones paneuropeas provenientes de la izquierda.

La nueva izquierda en la esfera europea

Conviene tener en cuenta que algunos movimientos sociales fueron el embrión del fenómeno ya que impulsaron, articularon o compartieron parte de las demandes de los partidos de la nueva izquierda: el 11-M como embrión de Podemos, Syriza al lado de los indignados de Atenas, Que se lixe a troika, siempre respaldado por el Bloco. Estos partidos han tenido que lidiar no solo con los movimientos sociales que surgieron (o lo harán) en sus respectivas realidades nacionales, sino también con un conjunto de iniciativas que han buscado articular una respuesta paneuropea a los desafíos que, en su opinión, afectan al conjunto de la Unión. Si ya resulta difícil definir los términos de esta relación en el marco del Estado-nación, a nivel europeo el reto es aún mayor.

Una vez dimitido como ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis se dedicó a promocionar su nuevo proyecto, aprovechando la fama adquirida durante las negociaciones con la troika desde enero de 2015 hasta su salida del Gobierno en julio del mismo año. El DiEM25 (Democracy in Europe Movement in 2025) es un movimiento al que los ciudadanos se pueden sumar a título individual y que pretende “democratizar” la UE, sea lo que sea que esto signifique. Lo cierto es que, mientras analistas destacados como Jan Techau (2016) le dieron suficiente crédito a la idea para considerarla útil y necesaria, este movimiento peca del mal endémico de la izquierda radical: división y falta de concreción política. Ello quedó demostrado cuando, a principios de 2016, dos semanas después de la presentación del DiEM25 en Berlín, las mismas personas exponían el Plan B para Europa en Madrid.

Marisa Matías, diputada europea del Bloco, ha subrayado en diversos foros que este conjunto de iniciativas (además de las dos ya citadas) es bueno porque enriquece el debate; pero, a la vez, el objetivo de muchas de estas propuestas es sumar para evitar atomizar esfuerzos. Varoufakis hacía hincapié en que “es muy importante que en la izquierda aprendamos a respetarnos los unos a los otros en el desacuerdo. Esto es algo en lo que hemos fallado enormemente y de forma trágica en el siglo XX. Nos hemos puestos los unos a los otros en gulags, y nos hemos denunciado mutuamente, (…). Tenemos que parar con esto. En la izquierda tenemos que ser respetuosos unos con otros y con la gente que no está en la izquierda, con los que tenemos desacuerdos” (The Huffington Post, 2016). Sin embargo, la realidad es que entre la nueva izquierda conviven diferentes intereses y realidades (tanto a nivel nacional como europeo) que además tienen que convivir con los egos de los distintos líderes o personalidades.

Además, como explica el Dossiers CIDOB dedicado a las elecciones de septiembre de 2015 en Grecia, “trasladar demandas nacionales a escala europea es muy distinto cuando se hace desde la capital de un Estado miembro a cuando se negocia en Bruselas directamente. Es decir, puede haber acciones políticas muy trascendentes en un Estado miembro pero el proceso de socialización de estas demandas con los colegas europeos y la relación de fuerzas que hay en ese momento, en ese caso en el Eurogrupo, condiciona totalmente la capacidad de trasladar la petición popular a la política europea”.

Se podría pensar que un tema tan importante para los partidos de la nueva izquierda (y de la no tan nueva) como proponer una alternativa a la austeridad generaría las dinámicas necesarias para animar a las partes interesadas a desarrollar propuestas concretas y actuar de manera coordinada. Sin embargo, quiénes debieran ser los aliados naturales de esta nueva izquierda, los socialdemócratas, tienen muchos recelos al respecto y además atraviesan por sus propios problemas en sus respectivos países y con sus respectivos electorados. Tanto François Hollande como Matteo Renzi, en su momento, recomendaron a Tsipras aceptar el pacto que ofrecían los acreedores pues no querían ser vistos como potenciales morosos a los ojos de Alemania. Un país que, a su vez, ha mostrado cierta flexibilidad con sus respectivos déficits pero al que necesitan para gestionar la situación de los refugiados. Al final, los intereses nacionales pasan por encima de las alianzas ideológicas.

Conclusión

Varios ejemplos muestran que la suma de las fuerzas progresistas ha encontrado espacios de colaboración, tanto a nivel nacional como a nivel europeo. Uno de ellos es Portugal que ha logrado pasar dos presupuestos generales y donde, a pesar de una recuperación económica leve y de un sistema bancario aún frágil, los indicadores económicos apuntan en la buena dirección (sin valorar la calidad del empleo). El otro es el Progressive Caucus, una alianza en el Parlamento Europeo entre diputados de distintos grupos parlamentarios en los que se agrupan socialdemócratas y representantes de esta nueva izquierda (verdes y Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria). Sin querer crear un nuevo grupo político, esta alianza pretende ser un espacio de reflexión para romper la dinámica de gran coalición que impera en el Parlamento Europeo, porque entienden que es beneficioso para todos. Conocieron un pequeño éxito al organizar unas charlas críticas con el Acuerdo Económico y Comercial Global, conocido como CETA por sus siglas en inglés (Comprehensive Economic and Trade Agreement), pero un fracaso estrepitoso al no ponerse de acuerdo con la elección del nuevo presidente del Parlamento Europeo.

El debate sobre cómo deben entenderse las fuerzas progresistas no es nuevo pero, frente al auge de la extrema derecha y el repliegue nacionalista en Europa, el tema vuelve a cobrar actualidad. El Progressive Caucus ofrece un ejemplo de ello pero también el libro coeditado por las diputadas británicas Lisa Nandy, de los laboristas, Caroline Lucas, de los verdes, y el miembro de los Liberales Demócratas, Chris Bowers, que pretende analizar cómo tiene que funcionar dicha alianza.

La nueva izquierda tiene que actuar en clave propositiva y no solo de rechazo y denuncia si de verdad quiere contribuir al futuro del proyecto europeo. Es prioritario que estos actores se pongan a hablar con quienes han considerado enemigos hasta ahora –los socialdemócratas– y busquen una base común sobre la que llegar a acuerdos. La nueva izquierda no debe ni puede permitirse cometer los errores de la vieja izquierda radical tradicional en la que la obsesión por la pureza ideológica impedía cualquier avance, acuerdo o progreso, y llevaba a apoyar sistemáticamente a todo lo que sonara a antiimperialismo.

Por su parte, la socialdemocracia debe comprender que no puede seguir mirándose el ombligo. Tanto la correlación de fuerzas en Europa y en el mundo como la falta de ideas que lleva acusando en los últimos treinta años le obliga a redefinir y adaptar su proyecto con generosidad y amplitud de miras. Plantear un escenario donde fuerzas progresistas presenten una alternativa creíble a los ciudadanos de Europa es la manera de contrarrestar la visión de una realidad más excluyente que ofrecen opciones como el Frente Nacional y afines. Al fin y al cabo, mientras las opciones de extrema derecha han pasado por cultivar y explotar las divisiones que existen en nuestras sociedades, la izquierda ha tenido como su seña de identidad la voluntad de unir y superarlas, que es justamente lo que necesita el proyecto europeo para sobrevivir: unión y superación.

Héctor Sánchez Margalef, investigador, CIDOB.


Chatzistavrou, Filippa. “The Politics of Syriza in Europe: From Left-Wing Radicalism to Post-left Managerialism”. A: Dokos, T. y Morillas, P. (Ed.), Greece and the EU. Lessons from a Long-lasting Crisis, mayo 2016, (online) [consultado 21.03.2017]

European Commission (2016), Standard Eurobarometer 86, December 2016, (online) [consultado 21.03.2017]

Naím, Moisés. Repensar el mundo: 111 sorpresas del siglo XXI. Barcelona: Debate, 2016.

Pagoulatos, George y Vlachos, Panagiotis. “Mission Impossible or an Absolute Beginner? Syriza’s European Policy Choices on the Way to Greece’s 3rd Bailout Program”. A: Dokos, T. y Morillas, P. (Ed.), Greece and the EU. Lessons from a Long-lasting Crisis, mayo 2016, (online) [consultado 21.03.2017]

Petsinis,Vassilis.(2015) “Why Jeremy Corbyn is not Alexis Tsipras”, openDemocracy, 20 October 2015, [consultado 21.03.2017]

Varoufakis, Yanis. Entrevista. "Si la desintegración europea continúa vamos a terminar como en los años 30". Rodríguez-Pina, G., Villar, A. y Suárez, L., The Huffington Post, 21 de febrero de 2016, [consultado 21.03.2017]

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