La nueva ola de la COVID-19 podría estar por comenzar

La lección más importante que nos ha dejado la pandemia de COVID-19 es que lo único constante es el cambio. Las variantes se propagan, los casos aumentan y disminuyen, los tratamientos cambian y los conocimientos aumentan.

Esto significa que todos —la sociedad civil, los funcionarios electos y los líderes del sector de la salud pública— debemos aprender de manera constante y adaptarnos con rapidez, bajo el entendimiento de que es poco probable que dure mucho la eficacia de cualquier respuesta política.

Es momento de poner en práctica esa flexibilidad. Los casos al alza en Europa, los estragos que está causando la variante ómicron, sobre todo entre las personas mayores no vacunadas, en Hong Kong y la desaceleración de las campañas de vacunación son advertencias de que otra ola de infecciones podría estar a punto de desatarse en Estados Unidos. Pero de ninguna manera estamos desamparados. Podemos prepararnos mejor, salvar vidas y reducir la desorganización.

La nueva ola de la COVID-19 podría estar por comenzar
Emily Elconin para The New York Times

Aunque se desconocen los motivos exactos detrás del aumento veloz de casos en Europa, es casi una certeza que se debe a una combinación de la subvariante BA.2 de ómicron —que es altamente contagiosa—, el cambio de comportamiento de la población y la inmunidad que declina.

La BA.2 representa una proporción cada vez mayor de casos nuevos, y está prolongando la ola de ómicron. Al mismo tiempo, los países europeos están anulando las restricciones relacionadas con el coronavirus, incluyendo el uso obligatorio de cubrebocas y los límites de capacidad en interiores, además de que se está debilitando la inmunidad a las infecciones brindada por las vacunas y tal vez por contagios previos también. Por suerte, si bien las vacunas solo brindan una protección pasajera contra las infecciones generales, la protección que ofrecen contra las infecciones graves y la muerte es más duradera.

También hemos aprendido más acerca de la naturaleza de la amenaza. Se ha intentado resolver la pregunta de si ómicron es una variante mucho menos grave del coronavirus que las cepas anteriores, o si ha causado enfermedades mucho menos graves porque se topó contra un muro de inmunidad otorgada por la vacunación e infecciones previas en Estados Unidos, Europa y partes de Asia con altos índices de vacunación. El brote mortal en Hong Kong responde esa pregunta: la COVID-19 sigue siendo despiadada y la variante ómicron es letal en una población ingenua a nivel inmunitario, sobre todo entre personas mayores que no están vacunadas. Esto ha provocado una ola devastadora de muertes ahí y ayuda a explicar por qué Estados Unidos sigue reportando alrededor de 1000 muertes diarias, la gran mayoría entre personas que no cuentan con el esquema completo de vacunación.

Por desgracia, en Estados Unidos y muchos otros países de altos ingresos, la vacunación se ha hecho más lenta: en Estados Unidos, se ha reducido más de un 95 por ciento del punto máximo de 4 millones de vacunaciones al día. En algunos países de África, donde hay demasiados riesgos sanitarios en competencia y la infraestructura de atención médica está saturada, las tasas de vacunación son muy bajas y es probable que sigan así durante muchos meses más.

Los riesgos que corre Estados Unidos son claros. La BA.2 se propaga con una velocidad cada vez mayor y es probable que pronto represente la mayoría de los casos nuevos en el país. Ya no se usan los cubrebocas y alrededor del 60 por ciento de los estadounidenses, incluyendo más de una tercera parte de las personas mayores de 65 años —más de 15 millones de adultos mayores— no cuentan con el esquema completo de vacunación. Esto no significa que será inevitable que la BA.2 cause un repunte mortal. Pero sí significa que los casos podrían aumentar pronto, y que las personas mayores que no están vacunadas o no cuentan con las dosis necesarias de la vacuna, así como las personas vulnerables por motivos médicos, podrían enfrentar una amenaza letal.

Los dirigentes deben redoblar esfuerzos para que más estadounidenses, sobre todo los adultos mayores, se vacunen y se pongan las dosis de refuerzo. Asimismo, las personas mayores o inmunodeprimidas, así como quienes conviven con ellas, deberían considerar usar cubrebocas de mayor protección como el N95 o uno equivalente. Aumentar el acceso a las pruebas rápidas podría mitigar el alza de casos, pues ayudaría a las personas a aislarse más pronto y vincularía a aquellos que obtengan resultados positivos con tratamientos rápidos con medicamentos, lo cual reduciría de manera drástica el riesgo de que desarrollen enfermedades graves.

Mejorar las tasas de vacunación tal vez sea más complicado ahora con la eliminación de los mandatos de vacunación, los cuales fomentaron la aceptación de las vacunas y salvaron vidas. Ahora que los mandatos de vacunación son inviables en términos políticos o legales en algunos lugares, otras estrategias podrían volverse mucho más importantes. Entre ellas está garantizar que todos los médicos ofrezcan una vacuna contra la COVID-19 a todos sus pacientes en todas las consultas clínicas. Los programas de difusión y las campañas mediáticas pueden atraer la atención de las personas que no tienen un médico de cabecera o que no están recibiendo atención médica por el momento. Los proveedores y los sistemas de salud deberían comunicarse con todos los pacientes beneficiarios de Medicare que no hayan completado su esquema de vacunación.

Las olas reiteradas de COVID-19 han puesto de manifiesto las debilidades y la escasez crónica de financiamiento de nuestros sistemas de salud pública y atención médica primaria. Las enfermedades infecciosas surgen cuando la sociedad fracasa. La falta de confianza limita la capacidad de los gobiernos de proteger a su gente. Los sistemas frágiles de salud pública hacen que las nuevas amenazas se detecten cuando ya es demasiado tarde para tomar medidas. El financiamiento sostenido podría ayudar a garantizar la protección de los estadounidenses contra amenazas pandémicas futuras, pues permitiría la existencia de exenciones permanentes a los límites presupuestarios para funciones esenciales de defensa de la salud, en vez de tener que depender del financiamiento suplementario temporal para cada emergencia sanitaria.

Los diagnósticos, los tratamientos y la vacunación contra la COVID-19 y otras amenazas seguirán siendo insuficientes hasta que los sistemas de atención médica primaria de Estados Unidos se vuelvan más robustos; mientras tanto, la COVID-19 continuará propagándose entre poblaciones que son mucho menos resistentes de lo que serían si recibieran cuidados preventivos adecuados.

“Sigue la ciencia” es un mantra, pero la ciencia puede ser sumamente lenta y es inevitable que deban tomarse decisiones antes de que los datos perfectos estén disponibles. Aún no sabemos qué provoca el surgimiento de las variantes ni qué deparan las futuras mutaciones. Tampoco conocemos los plazos óptimos de vacunación para los distintos grupos de personas, si será necesaria una cuarta dosis y, de ser así, cuándo deberá aplicarse y a quiénes. Además, no sabemos si los tratamientos de alta eficacia que se han descubierto, en los que el gobierno de Joe Biden está depositando mucha confianza, pueden ofrecerse a suficientes personas como para reducir las hospitalizaciones y las muertes. La batalla para lograr que siquiera la mitad de los estadounidenses elegibles completen el esquema de vacunación no es buena señal para el éxito de los tratamientos generalizados; el tratamiento suele ser mucho más difícil de escalar que la vacunación.

Aun así, tenemos que intentarlo. La salud pública, así como la política, es el arte de lo posible. La epidemiología rigurosa, la gestión meticulosa de respuestas y la ciencia bien comunicada deben ser las bases de las medidas de salud pública. Aumentar la vacunación, incluyendo las dosis de refuerzo, entre las personas mayores y vulnerables es un reto de vida o muerte. Ampliar la vinculación de las pruebas y los tratamientos puede reducir las hospitalizaciones y las muertes de manera significativa y proteger los sistemas de atención médica. Estados Unidos también debe respaldar sistemas más rápidos de detección y respuesta a nivel nacional y global. Como complemento para el fortalecimiento de los sistemas de trazabilidad, el monitoreo de covid en aguas residuales, como el que se hace con la polio y otras enfermedades, podría identificar la propagación de la enfermedad antes de que muchas personas se enfermen. Si los profesionales de salud pública descubren brotes justo cuando comienzan, los líderes podrían limitar la propagación.

Por ahora, la mayoría de nosotros podemos gozar el cálido sol primaveral en nuestros rostros libres de mascarillas. Pero también podemos hacer mucho más para contener la COVID-19. Si aprendemos y actuamos con rapidez, podemos aventajar al virus. Conforme la covid siga adaptándose, nuestra respuesta debe adaptarse junto con ella. Podríamos estar en la antesala del desenlace de la pandemia del coronavirus. Nuestras acciones determinarán qué ocurrirá a continuación.

Tom Frieden fue el director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de 2009 a 2017 y supervisó la respuesta estadounidense a las epidemias de influenza H1N1, el virus del Ébola y del Zika. Es el presidente de Resolve to Save Lives.

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