La nueva política ya existió

Los políticos debemos dar un mensaje claro, conciso y entendible a los medios, pero a su vez afrontamos lo que denomino la tiranía del titular, que nos hace prisioneros de las palabras que decimos. Esto nos lleva a un proceso de síntesis del que queda ausente el contexto, la reflexión y la posibilidad de relacionar ideas. Nos movemos en marcos que obligan a fijar mensajes para convertirlos en un producto de consumo masivo, pero con pronta caducidad. La actualidad nos reclama cada día un contenido efímero que circule con rapidez. La máxima expresión de nuestra democracia se configura en un entorno mediatizado que sociabiliza los mensajes políticos en la cotidianidad de nuestros hogares. Le llaman nueva política, un concepto falsamente actual. La nueva política siempre existió.

Quevedo escribió en 1617 Política de Dios y Gobierno de Cristo, un manual para Felipe IV. Tomando como ejemplo los evangelios, hace un retrato de los problemas de la España de su tiempo y aconseja sobre cómo ejercer de forma nueva y buena el gobierno, superando la corrupción y las malas prácticas de la frívola vida cortesana, al frente de la cual se encontraba el Conde Duque de Olivares, al que acusó de hundir el prestigio de España. Un intento, aunque fracasado, de empezar un tiempo nuevo en la política de su época.

Más reciente, en 2005, jóvenes tories editaron el informe Desde las cenizas: el futuro del Partido Conservador, sobre cómo llevar a cabo un cambio en el estilo y en el mensaje del vetusto partido que no encontraba su espacio, tras el vigor del thatcherismo y la desorientación que les produjo el melt in the middle de Tony Blair. Entre sus redactores había un joven llamado David Cameron. Los conservatives habían sufrido tres derrotas catastróficas en las elecciones. Se dieron cuenta de que el péndulo izquierda-derecha ya no funcionaba. ¿El problema era la falta de política? ¿Estaban aprendiendo las lecciones correctas del nuevo laborismo? ¿Era una cuestión de liderazgo? ¿Era que la marca conservador no estaba actualizada en el siglo XXI en Gran Bretaña?

Todas estas preguntas se formularon en un libro que supuso un intento de diagnosticar los problemas del partido y ofrecer una visión conservadora para el futuro. Pocos meses después, Cameron fue elegido líder del partido. Era un candidato joven y moderado que atraería al electorado juvenil. Sin embargo, el congreso de su elección fue pura frialdad. Cameron entró en el escenario donde habían dispuesto su atril, pasó de largo, se situó en el centro, sin un papel que leer. No los necesitaba: recordó uno a uno los principios de los conservadores y pidió cambiar al partido para cambiar el país. “Quiero que la gente se sienta orgullosa de nuevo de ser un conservador”. No había que parecerse más a la izquierda sino explicar por qué sus políticas eran las adecuadas, las más solidarias y las más modernizadoras. Prometió a los militantes que no volverían a perder otras elecciones con tres argumentos. Primero, eran el partido de la gente que amaba a su país, estaban orgullosos de su historia y sabían cómo afrontar los desafíos del futuro. Segundo, creían en la libertad y la responsabilidad individual como motor de crecimiento y fortalecimiento social. Y defendían mejor las aspiraciones de la gente, porque sus propuestas buscan la igualdad de oportunidades en el origen: en la educación, en las condiciones que fomentan el empleo y una economía de progreso que asegure el Estado de bienestar. Con eso abrió un tiempo nuevo en el partido que le hizo ganar las elecciones cinco años después.

Ideas, señores y señoras. Esto es lo que merecen los españoles. Ideas que den consistencia a nuestro compromiso político para los próximos años. El futuro no es solo retórica en política. Es la cita con el destino que tiene toda la nación consigo misma. No hay nada más soberbio que el futuro. Los políticos debemos ser capaces de adaptarnos a los nuevos medios de comunicación, sin convertirnos en meros hologramas de los 140 caracteres. Una democracia madura como la española merece proyectos políticos que respondan a unas ideas, sin trincheras dogmáticas, pero fundamentadas en principios y valores comprometidos en vertebrar nuestra sociedad y no a merced de vaivenes demoscópicos. Convencer en política es mucho más que gustar. Es demostrar la capacidad de superar las expectativas de lo prometido.

A los políticos, los de todas las generaciones, nos dejó Gil de Biedma un verso. “Las grandes esperanzas están todas puestas sobre vosotros, así dicen los señores solemnes, y también: Tomad”.

Andrea Levy es vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular.

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