La nueva tumba del dictador Franco le hace justicia a España

El Valle de los Caídos, el monumento donde descansan los restos de Franco, que serán ahora llevados a un panteón civil cerca de Madrid. (OSCAR DEL POZO / AFP)
El Valle de los Caídos, el monumento donde descansan los restos de Franco, que serán ahora llevados a un panteón civil cerca de Madrid. (OSCAR DEL POZO / AFP)

La cruz más alta del mundo mide 150 metros y está en España, en lo alto de un risco, a medio centenar de kilómetros de Madrid. Bajo ella, excavado en la montaña, se encuentra un mausoleo faraónico: una enorme basílica subterránea donde fue enterrado el dictador Francisco Franco, rodeado por varias criptas con los huesos entremezclados de miles de sus víctimas. En las próximas semanas, 44 años después de su muerte, sus restos momificados dejarán ese lugar. Es una victoria para la democracia.

Este mausoleo se llama El Valle de los Caídos y fue construido por la dictadura franquista a lo largo de casi dos décadas. Las obras empezaron en 1940, al finalizar la Guerra Civil española (1936-1939). El propio Franco quiso construir un monumento funerario en honor a los “caídos en la gloriosa cruzada nacional” —el eufemismo con el que la dictadura denominaba a esa guerra—. Gran parte de la obra se realizó con mano de obra esclava, con prisioneros políticos y perdedores de la guerra que “redimían” sus condenas con trabajos forzados.

El conjunto se compone de un monasterio benedictino, con monjes que celebran rezos diarios por las almas de “los caídos”; una enorme basílica de 266 metros de largo —la de San Pedro, en el Vaticano, mide 193— y que llega a tener 41 metros de alto; la gigantesca cruz de hormigón, que se levanta sobre enormes esculturas en piedra de los cuatro evangelistas; y una inmensa fosa común.

La tumba de Franco, en el centro de la basílica y frente al altar, ocupa el lugar de honor que el derecho canónico reserva para los sepulcros de papas y obispos. Allí le acompaña la tumba de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, el partido fascista español. Y en los laterales de la basílica, en unas criptas tras los muros, se mezclan los huesos de casi 34 000 cadáveres de los cuales 12 000 están sin identificar.

Estos son solo una parte de las numerosas víctimas de la Guerra Civil que el propio general Franco provocó con su golpe de Estado militar contra la II República Española. Gran parte de esos cadáveres fueron trasladados allí sin el permiso de sus familiares. Algunos de ellos han reclamado —aún sin éxito— poder sacar los restos de sus parientes de allí.

Además de los fallecidos de ambos bandos en la guerra, están también algunas de las víctimas de la represión franquista: un genocidio cometido contra personas sospechosas de ser “rojos”, estar afiliados a sindicatos o a partidos políticos, o de simpatizar con la República.

Según el historiador Paul Preston en su libro El holocausto español, la represión franquista asesinó al menos a 150 000 personas: tres veces más que las víctimas en la zona republicana. Otro historiador británico, Antony Beevor, en su libro La Guerra Civil española, eleva la cifra hasta “alrededor de 200 000”. La mayoría de esos cuerpos siguen en fosas comunes por toda España, otros han sido exhumados por asociaciones de familiares de las víctimas y muchos más fueron trasladados durante la dictadura al Valle de los Caídos, donde aún descansa el tirano que les asesinó.

¿Se imaginan un equivalente similar? Hitler enterrado con honores con miles de cadáveres de soldados nazis, y también con las víctimas de los campos de concentración. Mussolini rodeado de los cadáveres de los asesinados por el fascismo italiano. La tumba de Pinochet sobre los huesos de sus víctimas chilenas.

En ningún otro país democrático existe un mausoleo así, que además se ha convertido en un lugar de peregrinación del fascismo mundial. Es una tumba megalómana en honor a un dictador cuyos referentes más próximos son la de Mao Zedong, en China, o la de Kim il-Sung, en Corea del Norte.

En las próximas semanas, los restos de Franco serán trasladados a un cementerio más discreto en las afueras de Madrid, después de que el Parlamento español lo aprobara por mayoría hace dos años. En aquel momento, el presidente de España era el conservador Mariano Rajoy, quien ignoró esa votación. Tras la llegada del socialista Pedro Sánchez, el traslado se reactivó.

Ha sido un proceso lento, debido a la oposición de la familia del dictador, que apeló la decisión ante los juzgados y ha retrasado más de un año la exhumación. Pero el Tribunal Supremo ha dictado sentencia a favor del Gobierno.

“La democracia ha sido generosa con los Franco”, aseguró hace unos meses el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. No le falta razón. No solo por las décadas en las que se ha mantenido ese mausoleo, una humillación democrática, sino también por el enorme patrimonio robado por Franco —y que la familia aún conserva—, que algunos estudios calculan en 400 millones de euros.

Tras la muerte del anciano dictador, en 1975, llegó un equilibrio entre las fuerzas democráticas, incapaces de imponer una ruptura con el régimen, y las fuerzas franquistas, incapaces de mantener por más tiempo una dictadura en Europa occidental. El empate desembocó en una transición que en su momento se elogió como “sin vencedores ni vencidos”, pero que perpetuó la impunidad de los crímenes del franquismo y olvidó a sus víctimas. Una desmemoria que solo cuatro décadas después se empieza a resquebrajar.

Ignacio Escolar es director de eldiario.es y analista político en radio y televisión.

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