La obsesión por formar maestros

La ministra de Educación, Mercedes Cabrera, ha anunciado recientemente que las universidades podrán empezar a adaptar las titulaciones al proceso de Bolonia a partir del curso 2008-2009. Este anuncio, que una semana antes reclamé públicamente en una conferencia en el aula magna de la Universitat de Barcelona, abre la puerta para que este país afronte con posibilidades de éxito una asignatura que tenemos pendiente desde hace muchos años: la formación inicial de maestros y profesores.

Una asignatura que tenemos pendiente por falta de liderazgo de la Administración, que nunca ha reclamado diálogo y reacción suficiente a las universidades. Ha habido un desinterés manifiesto por parte de la Administración. La principal empleadora de maestros y profesores nunca ha liderado el cambio. Sorprendente y lamentablemente.

Solo a mediados de los años 90, y durante unos meses, una comisión formada por el Departament d'Educació y las universidades trabajó para crear el Certificat de Qualificació Pedagògica (CQP). Un certificado para ejercer de profesor en los IES que se obtiene después de 600 horas de formación, 100 de ellas realizando el prácticum en los institutos catalanes. Aquella comisión se extinguió porque la Administración consideró entonces que no tenía nada de qué hablar con la universidad sobre la formación de maestros y profesores.

El CQP no eliminó el Curso de Aptitud Pedagógica (CAP), que con 300 horas y una treintena de paso por los institutos es suficiente para ejercer de profesor en los centros. El pasado curso, 3.600 personas cursaron el CAP; 60, el CQP. El próximo año será el último para estas dos certificaciones.

Sorprende que hablemos de formación de los maestros y profesores como de una asignatura pendiente en un país que ha sido una referencia en el capítulo de la formación: durante la República, con la Escuela Normal, de rango universitario, con las escuelas de verano de Rosa Sensat, que este año llegan a la 42ª edición, con la formación en lengua catalana que realizaron miles y miles de maestros durante los años 80 para recuperar la escuela catalana y aplicar los métodos de inmersión, y con tantos y tantos otros ejemplos.

Los maestros y profesores de Catalunya han entrado en las escuelas e institutos y la gran mayoría, por profesionalidad, se han dado cuenta de que la formación permanente era la única vía para adaptarse a unas aulas en las que ha ido creciendo la diversidad. Y digámoslo todo: los profesionales han hecho bien su trabajo. Muy bien. Sostengo que sin la labor de maestros y profesores, este país tendría escenarios muy similares a los de las banlieues de París. La escuela está ejerciendo la función integradora. En ocasiones desbordando su función principal: la educadora. La formación permanente ha venido a suplir las carencias de una formación inicial que, como he podido constatar en las reuniones con los decanos de las facultades de Educación y de Formación del Profesorado, todo el mundo admite que hay que actualizar y adaptar a las necesidades de los centros.

Hoy, un maestro joven recién licenciado entra en la educación primaria habiendo realizado prácticas de tres meses. Un profesor joven entra en un aula habiendo pasado entre 10 y 30 horas en un centro, y seguramente en solitario habrá dado una hora de clase. Esta es la formación inicial hoy. La misma que hace 20 o 30 años. Con unas aulas absolutamente diferentes.

Urge, pues, la reforma de la formación inicial de los maestros y profesores. Se necesitan, en la primaria, maestros más generalistas que especialistas. Se necesita más prácticum. Se precisan maestros que sigan haciendo formación permanente para reciclar y mejorar. Pero no para aprender lo que la formación inicial no les ofreció.

Y urge también que las universidades se pongan de acuerdo para implantar en el curso 2008-2009 el nuevo máster del Profesorado, de un año completo de duración, que proporcione instrumentos pedagógicos a los licenciados que deseen ejercer de profesores en la ESO. Saber enseñar lo que uno sabe, saber entender y hacerse entender por chavales que tienen hasta 18 años y en todo tipo de situaciones, también las complejas derivadas de la diversidad, y a la vez capaces de las mejores prestaciones académicas.

Todo con un objetivo: retornar el prestigio social al oficio. No es preciso decir que solo la reforma no completa los objetivos. Pero ser maestro o profesor hoy no es exclusivamente una salida laboral, tiene que ser una opción personal, un compromiso. Los docentes tienen que ser los mejores. No solo con los años, sino de entrada, con todos los instrumentos pedagógicos, las prácticas suficientes y el compromiso de enseñar conocimientos. Pero, principalmente, para despertar competencias en los alumnos para que se apasionen por los conocimientos. Pasar de un modelo pedagógico clásico, donde el conocimiento lo es prácticamente todo, a un modelo donde los conocimientos y las competencias tengan la misma importancia.

Después de años de ignorancia mutua y siempre respetando la autonomía universitaria, al fin Administración y universidades tienen voluntad, instrumentos legales y visión estratégica para satisfacer con una nueva carrera y un nuevo máster aquella "obsesión por formar maestros" que Marta Mata dibujaba cuando describía la Escola Normal de la República.

Ernest Maragall, conseller de Educació.