La ocasión perdida

Por Albert Boadella, autor teatral y fundador de Els Joglars (EL MUNDO, 27/11/06):

El fallo definitivo del concurso para la adjudicación de la Plaza de las Ventas de Madrid es una mala noticia para la tauromaquia en general. Nada que objetar sobre la empresa a la que le ha sido adjudicada la gestión de la plaza, la cual tiene demostrada su larga solvencia en este terreno. Sin embargo, la eliminación de Simón Casas y su proyecto renovador, revela un serio contratiempo hacia la consecución de un cambio de imagen de la tauromaquia en España. Ello viene a significar que quienes elaboraron las condiciones del pliego que ha impedido el acceso a nuevas perspectivas innovadoras estaban decididos a no tomar en consideración el progresivo declive que sufren los toros en nuestro país. ¿Rutina o falta de percepción futura? No deberíamos pensar en otras cosas.

Hasta finales de los 60 del pasado siglo XX, la fiesta taurina se había desarrollado en España como algo que formaba parte de la cotidianidad, y por consiguiente, nada hacía prever un retroceso en su sólida inserción. La enorme irradiación de la tauromaquia, esparcida entre la simbología y el lenguaje corriente, así como la exaltación de la mitomanía popular derivada hacia las figuras del toreo, constituían el fiel reflejo del arraigo social y su indiscutible primacía como festejo nacional. Todas las ciudades españolas sin excepción, mantenían altos índices de audiencia en sus plazas, mientras los medios de comunicación públicos y privados destinaban amplios espacios a los toros. En definitiva, ningún ciudadano español sentía el mínimo complejo por declararse aficionado a la corrida, y más bien lo contrario podía suponer una rareza.

La enorme implantación social era el resultado de casi dos siglos, en que el mundo de la cultura y las artes había elegido los toros como uno de los temas preferenciales en sus distintas expresiones. Consecuencia directa de ello, es la imagen taurina que monopolizó la mirada extranjera como síntesis tópica de lo más hispano.

Esta poderosa dinámica empieza a perder empuje a finales de los 60, como resultante de una substancial transformación en la sociedad española, cuya mayor permeabilidad ante las corrientes progresistas europeas condiciona la mirada sobre los toros, vinculando la fiesta a un anacronismo social (la España mísera) y político (la dictadura). La nueva percepción, posiblemente superficial pero mayoritaria, encajó la tauromaquia en el modelo de una España asilvestrada y antagónica con el concepto de modernidad. Desde entonces, nada se ha hecho para corregir una visión tan sesgada de la corrida. Todo lo contrario, la decisión final que toman los responsables de Las Ventas es una prueba más del automatismo que provoca la rutina decadente. Ni la catastrófica temporada pasada ha sido suficiente para romper la inercia e inducir a un cambio de rumbo. Dicen, que lo que ha primado en la selección ha sido la experiencia y el dinero, o sea, más de lo mismo, y por lo tanto, la inhibición ante los retos del futuro.

Cualquier actividad que proviene de un pasado espléndido y penetra en un nuevo contexto menos favorable, tiende a encubrir, bajo la inercia derivada de los tiempos boyantes, su rechazo al análisis de las causas, y por consecuencia, se adapta dificultosamente a la nueva situación, estableciendo su defensa en el inmovilismo. El conjunto de la estructura taurina española se halla hoy bajo este influjo.

Resulta obvio que en nuestra sociedad no sólo ha decrecido el protagonismo de la fiesta, sino que su propia permanencia es puesta en tela de juicio por determinados sectores culturales claramente contrarios. Es indudable que a lo largo de la historia la polémica acompaña siempre los ritos taurinos, pero en los últimos tiempos, el auge de las nuevas doctrinas animalísticas hace sentir con mayor fuerza el rechazo. Si a ello sumamos algunas iniciativas políticas en esta dirección, podemos concluir que el clima vigente no es el más propicio para un desenvolvimiento cómodo y natural de las actividades taurinas, tal como ocurría hace escasas décadas.

A diferencia del pasado inmediato, los jóvenes espectadores frecuentan poco las plazas, y una parte substancial del mundo artístico-cultural, o bien es contrario a la corrida, o si le agrada, prefiere no expresar la opinión en público, pues intuye que puede influir negativamente en su propia audiencia. En definitiva, debemos admitir que la afición a los toros no es en la actualidad un valor en alza, muy especialmente en los medios culturales.

Este hecho, resulta determinante para comprender la tibieza con que numerosas administraciones políticas tratan los temas taurinos, y al mismo tiempo, atestigua el desinterés mayoritario de los medios de comunicación. Resulta incuestionable que hoy los toros han dejado de ser una materia refrendada por el prestigio del mundo cultural. Ello nos sitúa ante un panorama general que evidencia un impasse, donde las acciones en contra no son aún taxativas, pero todo se desenvuelve entre un clima de condescendencia o tolerancia del hecho, muy poco esperanzador.

De aquí, la gran responsabilidad de lo que ocurre en La Plaza de las Ventas, pues todavía representa la máxima jerarquía en la difusión del arte taurino. Esta situación tan relevante, y alcanzada por un espléndido historial, la sitúa como lugar idóneo desde donde establecer las pautas que actualmente puedan regir la tauromaquia mundial. La falta de una institución que aglutine y fomente la variedad de componentes que hacen posible la fiesta de los toros, delega en una plaza tan carismática esta función implícita, que además de España, se extiende a Portugal, Francia y Latinoamérica.

En este sentido, no le corresponde actuar como una plaza más que busca, por encima de todo, el supremo objetivo de la rentabilidad. Aquí está el gran error de sus gestores, los cuales deberían aceptar la trascendental responsabilidad de esta plaza en la difusión de un nuevo estilo que sitúe los toros fuera de lo anacrónico. Ello les obliga a plantear las mejores condiciones para facilitar esta clase de política empresarial.

La opción presentada por Simón Casas pretendía crear una nueva divulgación didáctica de la fiesta que hiciera posible restablecer la conexión entre el mundo de la cultura y la tauromaquia, tal como ocurría hace escasas décadas. Como empresario de la plaza de Nimes, Simón Casas viene demostrando desde hace muchos años que es posible un nuevo estilo. Nimes es hoy la feria del mundo más abierta a la sociedad, a la juventud, a la cultura y al arte. Posee el mejor público taurino que he conocido. Culto y respetuoso, enardecido y tolerante.

En definitiva, Nimes debiera ser el sueño y ejemplo de nuestras ferias. Pero de nada ha servido este modelo, el mejor embajador del arte español en el extranjero se ha quedado por tercera vez proscrito en sus anhelos de barrer la caspa que rige buena parte de nuestro mundo taurino. No volveremos a tener una ocasión tan propicia.

Al igual que en la dictadura, en cuestiones artísticas y culturales siempre nos quedará el recurso de Francia. De momento, una de las máximas figuras del toreo actual ya nos llega del país vecino, y muy pronto, no se sorprendan si alguna plaza francesa acaba tomando el protagonismo al que viene renunciando tan irresponsablemente la plaza de Las Ventas.