La OCS: ¿cumbre multilateral o plataforma para las ambiciones de Putin y Xi?

La geopolítica eurasiática gravita estos días alrededor de Astaná. La capital kazaja acoge la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Un foro multilateral impulsado por China y que genera, con frecuencia, titulares exagerados. Pero, como ya apunté en esta misma columna hace un año, no es ni la "OTAN del Este" ni un "tigre de papel asiático".

La simple enumeración de sus miembros y magnitudes suele deslumbrar. No es para menos. Además de China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India, Pakistán e Irán son miembros plenos de la organización. A ellos se unirá durante esta cumbre, Bielorrusia que hasta ahora tenía, como Afganistán y Mongolia, condición de observador.

Y hay que sumar Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Sri Lanka, Birmania, Maldivas, Turquía, Baréin, Egipto, Kuwait, Qatar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos como "socios para el diálogo". Asimismo, el Secretario General de Naciones Unidas y representantes de organizaciones regionales como la ASEAN o la CICA asisten regularmente a las cumbres de la OCS.

Es decir, la OCS alberga casi la mitad de la población mundial y alrededor de un 30 por ciento del PIB global y sus cumbres acogen una representación importante de Oriente Medio, Eurasia y Asia. De ahí los titulares desmedidos que China, Rusia y otros miembros alimentan con declaraciones grandilocuentes sobre el orden multipolar que se está fraguando y el papel de la OCS como instrumento para quebrar la hegemonía de EEUU y sus aliados.

Sin embargo, a la OCS aún se le ven mucho las costuras y algunas grietas importantes que tienen que ver con las diferentes agendas e intereses de sus miembros y, en algunos caso, incluso profundas rivalidades y suspicacias.

La más destacada y visible es la de India con respecto a China y Pakistán, pero también la de Kazajistán y Uzbekistán con el programa nuclear de Irán o la agenda revisionista y (neo)imperial de Rusia. Con el Afganistán talibán (y el auge de la rama del ISIS en Jorasán o ISIS-K) como el gran elefante en la habitación de la cumbre de la OCS.

Como en encuentros precedentes, el mensaje más potente lo ha lanzado China. En esta ocasión, Xi Jinping ha combinado su participación en la cumbre con una visita de Estado a Kazajistán, mostrando la relevancia y preminencia que confiere Pekín a su relación con Astaná.

No en vano, Kazajistán (junto con Indonesia) fue el lugar elegido por Xi en el otoño de 2013 para anunciar su nueva ruta de la seda, conocida hoy como la Franja y la Ruta (BRI en sus siglas en inglés). Proyecto hoy algo alicaído, pero que sigue articulando la gran estrategia china para una integración sinocéntrica del espacio eurasiático de Lisboa a Shanghái.

Pese a recelos históricos persistentes en Kazajistán (y particularmente en Kirguistán) su frontera oeste es la más amigable con China y sus proyectos, con la excepción de Pakistán. Aunque en este último, la situación de seguridad es mucho más problemática y los ataques contra intereses y nacionales chinos, sobre todo en la provincia de Baluchistán alrededor del estratégico puerto de Gwadar, son relativamente frecuentes.

Las relaciones entre presidente chino y su homólogo kazajo, Kassymzhomart Tokáyev, se han reforzado significativamente en los últimos dos años. No por casualidad, desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania y el cuestionamiento explícito por parte de Moscú de las fronteras heredadas de la Unión Soviética. Aunque no sea muy explícita al respecto, el resurgir imperial de Rusia es la gran preocupación de Astaná y la comunidad estratégica kazaja en estos tiempos.

Durante su viaje a Samarcanda, en Uzbekistán, para asistir a la cumbre de la OCS en septiembre de 2022, Xi hizo una significativa parada en Astaná para reunirse con Tokáyev y reafirmar el compromiso de China con la "independencia, soberanía e integridad territorial" kazaja, así como su oposición "categórica a la interferencia de cualquier fuerza en los asuntos internos" de Kazajistán. Un mensaje implícita pero inequívocamente dirigido a Moscú.

Pequeños-grandes gestos que van perfilando una nueva Asia Central.

Desde Kazajistán, Xi viajará a Tayikistán, país que afronta un agravamiento de su "permacrisis". Particularmente por la contracción de las remesas de los emigrantes tayikos en Rusia, la principal fuente de mano de obra barata en Moscú, como resultado del cerco sobre ellos a raíz del atentado terrorista en el Crocus City Hall a finales del pasado mes de marzo, cometido por nacionales tayikos afiliados al ISIS-K.

Desde hace años, China es un salvavidas clave para Tayikistán. En 2022, por ejemplo, China representó prácticamente el 100% de la inversión extranjera en un país atractivo para Pekín por sus recursos minerales y por su estratégica ubicación.

Así, desde hace años, circulan rumores sobre una presencia militar china permanente en la zona del corredor del Wakhan, la frontera donde confluyen Tayikistán, Afganistán, Pakistán y China. Un territorio montañoso y remoto para los cuatro, pero aun así clave para su seguridad y estabilidad.

Parte de los titulares de la cumbre de este año giran en torno al ingreso de Bielorrusia como miembro pleno de la OCS, tras años como observador. Es significativo que Minsk ha agradecido públicamente a Moscú su apoyo para este ingreso.

Para Bielorrusia la OCS representa un (otro) reaseguro frente a la lenta (pero acaso inexorable) absorción por parte de Rusia. Para Rusia, Bielorrusia es otro potencial peón para equilibrar su relación con China dentro de la OCS.

Los orígenes de la OCS se encuentran en los diálogos 4+1 (es decir, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán por un lado y China por el otro) en los años 90, para resolver las disputas fronterizas irresueltas e implementar medidas de creación de confianza militar.

El clima amistoso y cooperativo de aquellos encuentros, el denominado "espíritu de Shanghái", impulsó la creación de la propia OCS en 2001, con el añadido de Uzbekistán. Desde entonces ha sido un foro privilegiado para forjar el actual alineamiento estratégico sino-ruso, limando posibles asperezas y suspicacias en Asia Central.

Pero lo cierto es que en años recientes, China ha impulsado algunos foros paralelos para abordar regionalmente la relación con los cinco estados centroasiáticos. Como, por ejemplo, el denominado Mecanismo China-Asia Central (o el C5+China), que cuenta, además, desde marzo con una Secretaría permanente en Xi'an, capital de la provincia de Shaanxi.

En este y algún otro foro, a diferencia de lo que sucede en la OCS, Rusia no participa. Esto tiene que ver más con la insatisfacción de Pekín con los resultados de las ampliaciones de la OCS (India y Pakistán ingresaron en 2017 e Irán en 2023) que con la relación con Moscú, pero no deja de ser significativo.

Para los centroasiáticos las ampliaciones también han tenido un regusto ambivalente. Fundamentalmente porque la OCS pierde su foco centroasiático prioritario y se "importan" fricciones extrarregionales a las que permanecían ajenos.

La resistencia más visible durante años fue la de Kazajistán y Uzbekistán con respecto al ingreso de Irán. Temían, por un lado, verse arrastrados a las tensiones con Occidente. Y, por otro lado, que Teherán usará el CANWZ (el Tratado que establece una zona libre de armas nucleares en Asia Central) para enmascarar su programa nuclear.

En años recientes, las fricciones más evidentes son las de India con Pakistán y China. La alianza entre estos dos últimos caracterizada con frecuencia por la diplomacia china como "más alta que los Himalayas y más profunda que el océano" y, hace pocos años, por el entonces primer ministro pakistaní, Nawaz Shariff, como "más dulce que la miel" es el principal dolor de cabeza para la India. China ofrece una potente cobertura diplomática y militar para toda la actividad hostil que despliega Pakistán contra la India.

El malestar de Delhi con la OCS se hizo muy visible el año pasado cuando, por razones nunca claramente explicadas, el gobierno indio decidió que la cumbre se celebrara de forma virtual y no presencialmente como estaba previsto. Y siguiendo con la misma tónica, el primer ministro indio, Narendra Modi, ha sido el gran ausente en la cumbre de Astaná. Delhi muestra así su disconformidad con lo que entiende es un excesivo control chino de la agenda de la OCS.

Sin embargo, Modi aterrizará el próximo lunes en Moscú para verse con Putin. A la India le interesa mantener la relación fluida con Rusia para contener, en la medida de lo posible, su alineamiento con China. Será una visita breve porque Delhi no quiere irritar más de la cuenta a sus socios occidentales, particularmente EEUU con quien está forjando una robusta relación estratégica en el Indo-Pacifico en el marco del denominado QUAD junto con Australia y Japón.

Rusia impulsó el ingreso de la India en la OCS porque le interesaba que compensara la fortaleza económica y demográfica china. Y le sigue interesando, aunque en el Indo-Pacífico (concepto que Moscú y Pekín rechazan y siguen utilizando la fórmula Asia-Pacífico) Rusia está férreamente alineada con China y, más aún, tras el reforzamiento de su relación bilateral con Corea del Norte.

La India está, claramente, perdiendo interés en la OCS. Y, como mínimo, no quiere ayudar al brillo y lustre de lo que percibe como un instrumento de consolidación de un sistema sinocéntrico en Asia Central y Occidental.

¿Significa eso que cabe esperar la retirada de la India de la Organización de Shanghái?

No. La India seguirá desplegando una política exterior compleja y ambigua (a ojos de muchos de sus socios) con vistas a mantener su autonomía estratégica y su aspiración de jugar el papel de swing state.

Nada es sencillo en el mundo de competición estratégica entre grandes potencias que se está forjando ante nuestros ojos. Tampoco, como vemos, el desarrollo de una Organización de Shanghái poco apta para simplificaciones.

Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.

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