La ocurrencia derrotista de López Obrador

El presidente de México ante el monumento de Abraham Lincoln. Credit Presidencia de México/Vía Reuters
El presidente de México ante el monumento de Abraham Lincoln. Credit Presidencia de México/Vía Reuters

El panteón de los héroes de México debe estar sacudido. Si las imágenes hablan, la fotografía de la visita de Andrés Manuel López Obrador al mausoleo de Abraham Lincoln muestra una sola cosa: un hombre empequeñecido por las circunstancias políticas y en soledad ante la Historia.

La imagen desoladora de López Obrador frente a Lincoln no fue el único símbolo del viaje del presidente de México a Washington para reunirse con Donald Trump. En la presentación conjunta, Trump le dijo a AMLO que, como él, piensa primero en su país y en su pueblo. Trump vio lo que muchos no quieren ver: ambos comparten demagogia populista y aislacionismo.

López Obrador fue todavía más determinante en su discurso. En cada línea exhibió su poco gananciosa ocurrencia diplomática de ofrecer siempre la mejilla. Lisonja: “Nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”. Puerilidad: “Hemos recibido de usted, comprensión y respeto”. Genuflexión: “Quise estar aquí para agradecerle al pueblo de Estados Unidos, a su gobierno y a usted, presidente Trump, por ser cada vez más respetuosos con nuestros paisanos mexicanos”. De un manotazo, López Obrador borró el historial de agravios de Trump hacia México y, tal como hizo con la Cuarta Transformación, decretó que la Historia inicia con él. “Usted no ha pretendido tratarnos como colonia”, le dijo.

En los años noventa, un canciller argentino calificó la diplomacia obsecuente de su país con Estados Unidos como “relaciones carnales”. AMLO ha asumido el mismo kamasutra diplomático como variante internacional de su promesa doméstica de “abrazos, no balazos”.

La perdedora estrategia del apaciguamiento supone que hacer concesiones a un adversario agresivo evitará mayores conflictos. AMLO piensa que la obsecuencia a Trump beneficiará en algún momento a México. Pero Trump demanda pleitesía permanente y lealtad absoluta, y eso es inviable entre dos países con una frontera común que produce conflictos inocultables bajo la alfombra.

Los hechos niegan la efectividad de elogiar. La Guardia Nacional creada por AMLO hace de policía de fronteras de Estados Unidos y detiene migrantes centroamericanos en el sur de México. López Obrador también aceptó una reescritura agresiva del T-MEC, intimidado por el amago de Trump de abandonar el tratado comercial. Trump además se guardó una amenaza adicional: incrementar el arancel a cualquier exportación mexicana que sea una amenaza para la seguridad estadounidense. Ni siquiera el respaldo de Estados Unidos a México a la negociación internacional por el precio del petróleo será gratuito: el país deberá pagar por la ayuda de Trump.

¿Qué ha obtenido México a cambio? Nada. O muy poco. Trump ha separado familias, enjaulado niños que cruzan a Estados Unidos sin documentos y no ha dejado de deportar mexicanos. Si no fuera por la Corte Suprema, habría desmantelado el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), que beneficia a miles de jóvenes nacidos al otro lado de la frontera. Jamás se disculpó por insultar a sus vecinos.

El esfuerzo amistoso en el que AMLO pone tanta fe no reditúa. En una situación normal, Estados Unidos puede imponer condiciones por el peso su economía. Pero la asimetría que existe entre ambas naciones aumenta con Trump, que ve las negociaciones como actos de dominación y abuso de la debilidad ajena. Ahora, con López Obrador de regreso a México, el presidente de Estados Unidos ya piensa a sus espaldas cómo sacar provecho electoral a la reunión.

No lo duden: Trump volverá a la bravuconería si le es útil para su reelección. Y eso es serio. Que las relaciones entre ambas naciones dependan de líderes personalistas es un retroceso grave, y mucho mayor para México. Porque Trump no ayuda a México: Trump favorece a AMLO. Y si en los “abrazos, no balazos” con Trump hay beneficios, serán para él, no para el país.

Su último gesto cordial llegó durante la visita a Washington: la detención en Miami del exgobernador de Chihuahua, el priista César Duarte, acusado de desvío de dinero. Es un acto minúsculo para Trump, pero una bomba de profundidad para la política interna mexicana. La economía se hunde y el gobierno fracasa conteniendo el avance del coronavirus, pero al menos AMLO no vuelve a México con las manos vacías: el futuro es un desastre, pero él será implacable con el pasado.

López Obrador embarca a México en una trampa política. Más se esfuerza por apaciguar, más lo pinchará Trump: aprovecharse es la única lógica que conoce. Dos días antes de la visita, Trump subió cuatro fotos a su cuenta de Twitter, de pie ante una elevadísima sección de la valla de metal que construye en un tramo de la frontera en Arizona. Se le nota orondo ante el ominoso muro que sintetiza su discurso de exclusión, segregación y xenofobia.

Ni antes del viaje, ni en Washington, AMLO protestó esa nueva provocación. Tampoco las humillaciones pasadas. Al contrario, ensalzó repetidamente al presidente que maltrata a los mexicanos que él debe proteger. ¿Quién hablará por ellos cuando Trump siga deportando trabajadores y permitiendo el racismo abierto entre sus seguidores? La visita y el discurso claudicante de AMLO es una venia tácita para profundizar el amedrentamiento.

¿Es AMLO capaz de mostrar la fortaleza de los héroes históricos que dice admirar, como el propio Lincoln? Es difícil. Ha decidido que apaciguamiento y abrazos son el camino. Parece haber asumido a México como un ratón ante un león.

Toda estrategia tiene un costado utilitario y otro moral, y en ninguno gana México. Si Trump obtiene la reelección a cuya campaña ha contribuido López Obrador al ir a Estados Unidos, la eficacia del apaciguamiento seguirá en entredicho. El presidente de México convivirá con las demandas crecientes de un bully antidemocrático y quedará en la historia como el nacionalista que no defendió a los suyos del bravucón.

No hay dos símbolos más precisos para significar el viaje que Trump ancho ante la imperialidad de su muro en Arizona y AMLO disminuido frente a la imponente estatua de Lincoln. Uno ataca, el otro dice que no es colonia.

Diego Fonseca es colaborador regular de The New York Times y director del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur, su nuevo libro de perfiles, se publicará en octubre en España.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *