La ofensa de Trump contra los latinos

Inmigrantes en una protesta contra Trump el Día del Trabajo en Los Ángeles. Credit Mark Ralston/Agence France-Presse — Getty Images
Inmigrantes en una protesta contra Trump el Día del Trabajo en Los Ángeles. Credit Mark Ralston/Agence France-Presse — Getty Images

Cuando estaba creciendo en Los Ángeles a finales de los sesenta y principios de los setenta, una de mis posesiones más preciadas era el libro de texto de la historia de Estados Unidos de mi padre.

Mi padre solo terminó la primaria en Guatemala y luego, cuando llegó a Los Ángeles a los 21 años, obtuvo un título técnico en un centro de formación profesional. De ahí viene el libro de texto que todavía conservo: un tomo con tapas rojas sobre los peregrinos, los fundadores, el Destino Manifiesto, la Guerra Civil y el sufragio de las mujeres.

Cada elección estaba ilustrada con un mapa de los resultados del Colegio Electoral. Adams vencía a Jefferson. Lincoln vencía a McClellan. Entonces creía que la historia de los Estados Unidos de América me pertenecía, a pesar de la ausencia de latinos en esos libros de texto, a pesar de que en mi casa se hablaba español y a pesar de la historia de las fronteras que cruzaron mis familiares.

Pronto escribiremos un nuevo nombre en los libros de historia: Donald Trump, el magnate de los bienes raíces y figura del mundo del entretenimiento que comenzó su campaña con una extensa diatriba contra los inmigrantes latinoamericanos, y quien ganó popularidad mientras prometía a los estadounidenses que cerraría las puertas del país a México.

La nominación de Trump por parte del Partido Republicano permanecerá en la memoria de los latinos en este país durante muchas generaciones. Nuestros historiadores del futuro escribirán sobre la campaña de Trump y la furia nacionalista que desencadenó con el mismo dolor que sienten los afroamericanos cuando ven las atrocidades que en el pasado cometió Jim Crow, el mismo que los estadounidenses de origen asiático sienten cuando recuerdan la injusticia de la Ley de Exclusión de Chinos.

La Convención Republicana que comenzó el lunes en Cleveland con una hora de testimonios sobre la sangre de inocentes derramada por “inmigrantes ilegales” solo hizo más profundo el insulto. Cada orador amplificó aún más las palabras que Trump pronunció hace un año, cuando anunció su candidatura en la Trump Tower de Nueva York: “Cuando México envía a su gente, no envían a los mejores”, dijo. “Están trayendo drogas. Están trayendo crímenes. Son violadores”.

“Solo Trump menciona a los estadounidenses asesinados por ilegales”, dijo uno de los oradores de la convención, Jamiel Shaw Sr., cuyo hijo fue asesinado por un inmigrante en Los Ángeles en 2008. “Dios envió a Trump”.

Unas 11 millones de personas viven en Estados Unidos como inmigrantes indocumentados. Muchos hablan inglés como idioma principal, y casi todos pagan impuestos locales y federales. Pero según la visión que ofreció el Partido Republicano esta semana, son criminales que asesinan a los oficiales de la Patrulla Fronteriza o conductores sin licencia que beben en exceso y matan a ciudadanos estadounidenses.

“Antes de Donald Trump nadie nos escuchaba”, dijo otra oradora, Sabine Durden, cuyo hijo murió en un choque carretero en 2012 en el que estuvo involucrado un conductor inmigrante. “Hay que construir el muro y los estadounidenses debemos ser la prioridad”.

En contraste con estos crímenes y calamidades, consideremos los ritmos de la vida cotidiana en Estados Unidos. El trabajo de los latinos es una parte esencial de ella: desde la crianza de los hijos hasta la construcción de hogares y la defensa del país, los latinos son fundamentales en laboratorios, campos de lechuga y salas de conferencias.

La ambición y la diligencia estadounidenses se remontan, en mayor medida, a personas que han cruzado una frontera, a los hombres y mujeres que tomaron riesgos para venir a este país, con documentos o sin ellos.

La convención de Trump comenzó difamando una generación entera de inmigrantes. Cuando por fin ofreció un reconocimiento a la experiencia inmigrante, provino de un actor italiano naturalizado estadounidense: Antonio Sabato Jr. Sabato, cuyo físico musculoso alguna vez le permitió trabajar como modelo de ropa interior para Calvin Klein, criticó a quienes no son capaces de seguir sus pasos. “Los que quieran venir a Estados Unidos deben seguir las mismas reglas”, declaró.

En el 2000, cuando la reforma migratoria parecía inminente, la Convención Republicana en Filadelfia ofreció una visión multicultural de un Estados Unidos “más amable, más gentil”. Yo cubrí el evento para Los Angeles Times y, mientras caminaba por el auditorio de la convención, me encontré a Rosario Marín, una inmigrante mexicana y concejal republicana proveniente de un suburbio de Los Ángeles, Huntington Park.

“Hola, Héctor,” dijo en español, y me dio un abrazo.

Como presidente, George W. Bush asignó a Marín como tesorera de Estados Unidos. Aún se puede ver su firma en millones de billetes de dólares, cada una con una tilde gramáticamente correcta en español sobre la “’i” de su apellido. Marín ha asistido a cada convención republicana desde 1996, pero le dijo a Fox News Latino que no asistiría a la reunión de esta semana.

“Me ha insultado”, dijo acerca de Trump, “la gente que amo, la comunidad que represento”. También juró jamás votar por “el pequeño hombre naranja”.

“Estoy de luto”, dijo Marín. “Ha sido muy doloroso”.

Millones de estadounidenses con orígenes latinos, como Rosario Marín, recordarán esta ofensa en la cabina de voto. También la recordarán mucho después de eso, cuando envíen a sus hijos a la escuela y les digan que estudien con más empeño a causa de Trump y todo lo que representa. Un día, esos niños podrían añadir su propio capítulo a los futuros libros de texto de la historia estadounidense.

Héctor Tobar el autor de “Deep Down Dark: The Untold Stories of 33 Men Buried in a Chilean Mine, and the Miracle That Set Them Free”, enseña redacción en la Universidad de Oregon y es un escritor de opinión de The New York Times.

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