La opción nuclear de Israel en el Irán

Según revela en sus recién publicadas memorias, el ex Presidente George W. Bush rechazó una petición israelí de destruir el reactor nuclear secreto de Siria en la primavera de 2007. Si bien esa revelación puede parecer una simple nota a pie de página de la Historia, en un nivel más profundo crea una nueva incertidumbre sobre si piensa ahora Israel que puede confiar en los Estados Unidos para que apliquen la fuerza militar a fin de detener el programa nuclear del Irán, en caso de que la diplomacia fracase. Como el episodio sirio sugiere que no, Israel podría decidir actuar solo una vez más, en ese caso para eliminar las instalaciones nucleares del Irán.

Sin embargo, si lo hiciera, Israel afrontaría un enigma. A diferencia del ataque a la instalación nuclear de Siria, la potencia armada de Israel no tiene capacidad para destruir las instalaciones sospechosas del Irán. Algunas secciones del programa nuclear del Irán pueden estar profundamente bunquerizadas, dispersas u ocultas, lo que plantea la cuestión de si la repetida cantinela de Israel de que “todas las opciones están sobre la mesa” quiere decir que incluso un ataque nuclear es posible. La historia nuclear de Israel no brinda una respuesta clara, pero el futuro puede acelerar las cosas.

Israel nunca ha reconocido que cuente con armas nucleares, por no hablar del tamaño y el alcance de su arsenal. Las autoridades israelíes se niegan a hablar de ese asunto. El Parlamento de Israel, el Knesset, nunca examina el programa ni consigna fondos para él. Los censores militares acallan el debate público al respecto.

Sin embargo, los servicios de inteligencia americanos y de otros países y los institutos de investigaciones estratégicas de todo el mundo coinciden en que Israel cuenta con armas nucleares. Difieren sobre cuántas son, por lo que los cálculos abarcan cifras muy dispares, desde 40 hasta más de 400 ojivas.

La renuncia de Israel a jactarse de su arsenal nuclear, incluso en circunstancias acuciantes, contribuye al misterio. En la guerra de Yom Kippur, cuando las fuerzas sirias amenazaban con romper las líneas defensivas del país, los encargados israelíes de adoptar decisiones se abstuvieron incluso de amenazar con recurrir a las armas nucleares.

Mientras que Israel conserva sus bombas en el sótano, tiene una larga historia de intervenciones para detener a sus adversarios. Cuando Iraq estaba acabando el reactor de Osirak a comienzos del decenio de 1980, Israel aplicó presiones diplomáticas y acciones contra los vendedores extranjeros de material nuclear, saboteó las exportaciones atómicas y asesinó a científicos iraquíes, antes de asestar por fin en junio de 1981 el ataque aéreo a las instalaciones. En el caso sirio, Israel decidió, con una salvedad, prescindir de los preliminares y simplemente destruir el reactor.

La salvedad consiste en un ruego que Israel hizo a los Estados Unidos. Según las memorias de Bush, en la primavera de 2007, el Primer Ministro Ehud Omert formuló una solicitud a las claras al Presidente de los EE.UU. sobre el reactor de Siria: “George, le pido que bombardee esas instalaciones”.

Después de consultar a los miembros de su equipo de gobierno, Bush respondió que, en vista de que no había instalaciones para la extracción de plutonio, los servicios de inteligencia de los EE.UU. no podían confirmar que contaran con un programa de armamento nuclear. “Le dije [a Omert] que se había inclinado por una opción diplomática respaldada por la fuerza” para detener a Siria, escribe Bush. Un Omert receloso respondió: “Debo ser sincero con usted. Su estrategia me estaba inquietando mucho”.

Al cabo de unos meses, Israel atacó. Un año después, completó la operación asesinando a Mohammed Suleiman, el general sirio encargado de resucitar la empresa nuclear.

En vista de las medidas que ha adoptado para parar un ataque, el Irán representa un blanco mucho más difícil para Israel que el Iraq y Siria. A consecuencia de ello, Israel cedió a los EE.UU. y otros la responsabilidad de sacar de su senda actual al régimen iraní.

Desde 2002, los EE.UU. han aplicado un método múltiple. Presionaron al Organismo Internacional de Energía Atómica para que hiciera inspecciones más estrictas. Consiguieron que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acordara imponer sanciones económicas cada vez más onerosas... y convencieron a sus aliados para que aplicasen sanciones aún más duras. Adulteraron las exportaciones de material nuclear procedentes de vendedores europeos para que funcionaran deficientemente. Puede que incluyeran gusanos informáticos en la infraestructura atómica del Irán.

El resultado de todas esas medidas ha sido el de aminorar, pero no detener, los avances nucleares del Irán y, precisamente cuando los EE.UU. y sus aliados intentan contener al Irán, su régimen sigue aguijoneando a Israel, al pedir su exterminio y exportar material militar a sus adversarios del Libano y de Gaza.

En mayo de 2010, Israel respondió con un nuevo truco. Filtró al Sunday Times de Londres la noticia de que había situado submarinos con armamento nuclear frente a las costas del Irán. En los meses anteriores y posteriores, siguió haciendo prácticas de combates y de ataques aéreos contra el Irán y formuló repetidas veces la amenaza de que todas las “opciones” estaban sobre la mesa. Irán sigue sin inmutarse.

Preocupado por que el Presidente Barack Obama esté menos dispuesto que Bush a recurrir a la fuerza para detener al Irán, Israel podría ahora plantearse sus próximos pasos, en caso de que la diplomacia siga estancada. Una opción sería la de aplicar una política de “opacidad y algo más”: levantar un poco más el velo que cubre su arsenal nuclear para avisar a los gobernantes del Irán sobre las posibles consecuencias de sus acciones.

Otra opción sería la de sacar del todo del sótano el arsenal nuclear del país. Entonces podría imitar a otros Estados que cuentan con armas nucleares haciendo una demostración de su capacidad mediante un anuncio y un despliegue nuclear transparente por tierra y por mar, con lo que fomentaría la disuasión.

Pero, en el caso de un país que ha tenido tan poca fe en la disuasión en materia de amenazas existenciales nucleares, confiar en ella ahora sería una nueva e incómoda apuesta.

De ese modo sólo queda la nuclear como opción final, pero un ataque nuclear entraña una pesada carga. En vista de que los emplazamientos estratégicos del Irán están en centros de población o cerca de ellos, las numerosas víctimas mortales resultantes mancharían para siempre la reputación de Israel.

La única mácula peor para Israel sería la de que los supervivientes de un ataque nuclear iraní lamentaran que, si su país hubiera adoptado una actitud proactiva, se podría haber evitado “la tercera destrucción del Templo”: el fin del Estado judío.

Esas perspectivas que han de hacer reflexionar deberían mover a todos los interesados a buscar una resolución pacífica. El tiempo está acabándose.

Por Bennett Ramberg. Prestó servicio en la Oficina de Asuntos Político-militares en el gobierno de George H. W. Bush y es autor de varios libros sobre la seguridad internacional. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *