La oportunidad de la IA

La inteligencia artificial (IA) se compara a menudo con la revolución que generó la electricidad. Es una tecnología, o un conjunto de tecnologías, transversal, que afecta a casi todo, crítica para la economía digital y la analógica, por lo que su disponibilidad o carencia incidirá sobre el bienestar, la prosperidad e igualdad de la sociedad española.

Ya dijo Putin en 2017 que quien la dominara, dominaría el mundo. Y en este momento de la historia la dominan Estados Unidos y China, “las superpotencias de IA”, como las llama Kai-Fu Lee. Europa se ha quedado atrás en este campo. Y España con ella, pese a tener algunos centros de excelencia y algunos nichos que debe saber aprovechar. La Unión Europea está avanzando hacia una estrategia propia al respecto, y ha pedido a todos los Estados miembros que presenten, a más tardar, este verano sus planes nacionales.

España está elaborando la suya. Hay que empezar por poner a trabajar juntos el mundo académico, el empresarial y el de las administraciones públicas, es decir, construir un ecosistema español efectivo de inteligencia artificial, y ponerlo en relación con el sistema productivo. Un ecosistema aglutina a quienes deciden, desarrollan, conocen o facilitan la IA. Los articula en una red inclusiva, abierta a quienes añaden valor, inductiva y distribuida, pues reparte ese valor entre todos los que participan, y es flexible.

La IA necesita talento. España dispone de mucho y bueno, pero necesita organizarlo y sostenerlo. Ahora bien, de poco sirve disponer de capacidades significativas como las existentes de investigación básica en IA si no se aplican al desarrollo de productos, públicos o privados, que multipliquen el valor añadido a la sociedad.

Este y otros objetivos no se lograrán si no se aumentan las inversiones públicas y privadas en IA. La IA necesita dinero, y España podría disponer de suficientes recursos públicos y privados si se planifican y sostienen a largo plazo y se concentran en las prioridades adecuadas. El sector privado debe participar en el esfuerzo inversor, porque no puede esperar que el sector público invierta en la IA que necesitan sus intereses de negocio; al igual que el sector público no puede esperar que el sector privado atienda intereses que estén fuera del mercado. La corresponsabilidad en el ecosistema es esencial. La Comisión Europea pide que se concreten presupuestos, y propone 9.200 millones anuales (públicos y privados) para la IA en la UE desde 2021 hasta 2027. España debería adoptar un compromiso de llegar en un plazo de tres a cinco años a una inversión pública y privada en torno, como mínimo, a 200 millones anuales en IA.

España tiene que saber elegir los nichos propios, como en sanidad, turismo, finanzas, lenguaje natural, o el sector agroalimentario, entre otros. Y los aliados: una dimensión europea comunitaria, sin duda es esencial para avanzar en capacidades y en autonomía. Pero no podemos prescindir de la colaboración con las empresas más avanzadas en este campo, esencialmente de EE UU, pero también de China, si lo permite una situación geopolítica que hay que conquistar desde Europa.

La articulación del ecosistema debería iniciarse por la creación de un hub de IA en el que el sector privado, sobre todo las grandes empresas, debería aportar financiación suficiente para consolidar una masa crítica de investigadores de alto nivel enfocado hacia la competitividad industrial, al que se deberían sumar las administraciones públicas.

El liderazgo debe partir de la propia Presidencia del Gobierno, en donde parece que, ahora sí, hay un gran interés al respecto. El ecosistema debe contar con un nivel estratégico potente, con un Alto Comisionado o similar y un consejo de autoridades públicas y privadas. Ello contribuiría a la elaboración de un relato que permita conocer la trascendencia de la IA para la prosperidad y el bienestar de la sociedad, sin esconder los problemas que también puede generar. Este relato debe completarse con la construcción de una reputación solvente de marca-país, articulando la capacidad científica del ecosistema con una gestión eficaz, ese liderazgo claro y un indispensable respaldo político y social.

El ecosistema debe impulsar una transformación radical en materia educativa a todos los niveles de la sociedad y en todas las etapas de la vida. Debe ser inclusivo, también en materia social y de género, y transparente. La transparencia es imprescindible cuando la IA afecta a derechos, libertades y expectativas de vida de gran parte de la población. Siendo inclusivo y transparente, el ecosistema puede intermediar en el diálogo social incorporando disciplinas no asociadas a la IA que enriquezcan el debate ético, moral y social, y facilitando la explicabilidad de esta tecnología. Disponemos de muchas bazas si se saben utilizar. De lo que no disponemos es de tiempo, porque vamos con mucho retraso, y si no ocupamos algunas posiciones muy pronto, otros lo harán por nosotros.

Andrés Ortega es investigador sénior asociado y Félix Arteaga es investigador principal en el Real Instituto Elcano.

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