Los iraníes moderados, como el expresidente Hasán Rohaní, trataron durante años de lograr un acuerdo con Occidente... y fracasaron. Ahora la línea dura está a cargo. ¿La elección del presidente Ebrahim Raisí será el fin de lo que el líder supremo Alí Jamenei alguna vez llamó la «flexibilidad heroica» de Irán en sus tratos con Occidente? Con Afganistán en manos de los talibanes, la cuestión se ha vuelto aún más importante.
La respuesta es «sí y no». Raisí no asumirá la responsabilidad de un intento de reconciliación con Occidente. La confrontación ideológica con Estados Unidos es central para la identidad fundamentalista de la República Islámica.
Más aún, tanto los iraníes moderados como los radicales siguen viendo a la estrategia de construir un «imperio» iraní subsidiario en Oriente Medio —planteada por el fallecido comandante militar Qasem Soleimani, quien fue asesinado por EE. UU. el año pasado— como fundamental para mantener y promover el propósito de la Revolución Islámica. Un verdadero acercamiento entre Occidente e Irán no es factible, especialmente ahora que la línea dura está totalmente a cargo.
También vale la pena destacar que la «flexibilidad heroica» nunca se aplicó a los tratos de Irán con Israel, otra pesadilla fundamental. El gobierno de Raisí seguramente mantendrá la guerra entre sombras contra la «entidad sionista».
Hubo quienes percibieron que el reciente ataque iraní a un buque de carga gestionado por Israel cerca de Omán, en el mar Arábigo, constituyó una suerte de cambio estratégico —o, al menos, una escalada— ya que representa una violación descarada de la libertad de navegación en aguas internacionales. Pero, en realidad, es simplemente la continuación de la guerra en la que tanto Irán como Israel nunca mostraron demasiado respeto por las normas internacionales.
Israel supuso que si evitaba usar su propia flota mercante —el 99 % de su comercio exterior se lleva a cabo con buques internacionales— podría evitar esos ataques. Pero, así como la fuerzas iraníes en Siria son vulnerables a los ataques israelíes, las entidades vinculadas con Israel en el mar Arábigo —un espacio a miles de kilómetros de la costa de su país, pero cercano al territorio iraní— son vulnerables a los ataques iraníes.
Irán no renunciará a las oportunidades que esto representa, no solo para imponer costos directos a Israel, sino también para debilitar los Acuerdos de Abraham, que establecen relaciones diplomáticas entre Israel y cuatro estados árabes, y son percibidos por Irán como un revés estratégico. Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita ya están vinculándose con Irán porque les preocupa que la política exterior del gobierno del presidente estadounidense Joe Biden no protegerá sus intereses.
Pero nada de esto significa que Irán se esté preparando para un enfrentamiento directo con Occidente. Raisí heredó una economía en estado crítico. La pandemia de la COVID-19 y las sanciones de Occidente le costaron a Irán aproximadamente 1,5 millones de puestos de trabajo. Además, los ingresos por exportaciones de petróleo y gas se desplomaron, la inflación anual llegó casi al 50 % y el costo de los productos alimenticios básicos se disparó casi un 60 %.
Claramente, la visión de 2011 de Jamenei de una «economía de resistencia» iraní autosuficiente nunca se materializó... y tampoco lo hará. Más aún, con Raisí como presidente, la línea dura de Irán ya no puede culpar a los moderados pro-Occidente por las penurias económicas iraníes. Para conjurar el posible descontento, el gobierno iraní debe persuadir a la comunidad internacional para que reduzca las sanciones y así poner freno a la caída de la economía, lo que requerirá cierto tipo de acuerdo con EE. UU. por el programa nuclear.
Es cierto, Rusia y China son aliados más naturales de Irán, pero ninguno de esos países le brindará los recursos que necesita para continuar con sus costosas guerras subsidiarias o revertir el deterioro de su economía. China, en especial, percibe a Irán como un peón en la partida de ajedrez más amplia que juega contra EE. UU., un peón que estaría dispuesta a sacrificar a cambio de, por ejemplo, un acuerdo sobre cuestiones comerciales fundamentales.
Un imperio iraní en Oriente Medio sencillamente no es una prioridad estratégica para China. Al mismo tiempo, los fundamentalistas iraníes no pueden estar demasiado contentos con la ofensiva de su aliado chino contra su población musulmana uigur. La relación bilateral no representa para Irán una salida de sus problemas actuales.
Un nuevo acuerdo nuclear, entonces, es un imperativo existencial para Irán. Y, sin importar cuanto le desagrade la idea de un acuerdo con EE. UU., Jamenei lo entiende. Mantenerse al borde de un logro nuclear —una posición que alcanzó después de la salida de EE. UU. del Plan de Acción Integral Conjunto en 2018 (JCPOA, por su sigla en inglés)—, pero sin cruzar esa línea, puede constituir la postura actual de Irán para la negociación. Tal vez esto es lo que haya querido decir Raisí cuando, antes de su elección, confirmó la necesidad de que Irán vuelva al JCPOA a cambio del levantamiento de las sanciones.
Pero la verdadera manzana de la discordia no reside en la voluntad de los países para volver al JCPOA anterior, sino en los términos en que Irán aceptaría las exigencias estadounidenses para un acuerdo nuevo y a largo plazo cuando venza el existente. El secretario de estado de EE. UU., Antony Blinken, hizo un llamado poco realista a un acuerdo «más prolongado y sólido», que impida a Irán acumular material nuclear durante generaciones, ponga freno a sus pruebas de misiles y fin a su apoyo a los grupos terroristas.
Lo que queda claro es que EE. UU. debiera hacer todo lo posible por alentar la «flexibilidad heroica» iraní. Después de la desastrosa retirada estadounidense de Afganistán, lo último que necesita EE. UU. es un caos aún mayor en Oriente Medio. De igual modo, la victoria de los talibanes suníes en Afganistán —acérrimos enemigos ideológicos del Irán chiita— fortalecería el compromiso iraní para evitar la profundización del conflicto con Occidente. Es posible que esta sea la mejor oportunidad de EE. UU. para lograr un acuerdo nuclear duradero con Irán.
Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción al español por Ant-Translation.