La oposición siria, en la encrucijada

La oposición siria se aproxima a una encrucijada. Si la perseverancia de las Naciones Unidas y la Liga Árabe propicia al fin el inicio del “diálogo político integral” requerido de acuerdo con el plan de paz propuesto por el enviado especial, Kofi Annan, es posible que la muy fragmentada oposición siria haya de hacer frente a más escisiones en el curso de inevitables negociaciones plagadas de polémicos compromisos y soluciones a medias alcanzadas con el régimen de Bashar el Asad. A la inversa, el fracaso de Annan planteará a las coaliciones opositoras existentes un desafío de no menores proporciones consistente en demostrar un efectivo control sobre las fuerzas y procesos en marcha en suelo sirio que a su vez parecen también empezar a provocar más fragmentación y luchas entre figuras locales por hacerse con el liderazgo político y militar.

Sea exitoso o fracase el plan de paz de Annan, está claro de momento que las instancias externas capaces de expulsar del poder al presidente Bashar el Asad por medios militares no irán más allá, desde luego mientras la oposición permanezca desunida. La secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, se refirió en la reunión de los Amigos de Siria el 19 de abril en París, a la “necesidad de actuar de forma vigorosa en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para proponer la aplicación de la resolución sobre sanciones contenida en el capítulo siete” y manifestó que Turquía podría invocar el artículo cuatro del tratado del Atlántico Norte, medidas ambas susceptibles de dar pie a una respuesta militar común a las amenazas contra la paz internacional o contra la seguridad de los países miembros. No obstante, Rusia sigue oponiéndose enérgicamente a la primera opción –que Gran Bretaña, asimismo, ha calificado de “prematura”– y Turquía no ha empezado siquiera a aplicar ninguna de las medidas prácticas que pondrían de manifiesto la intención inminente de desarrollar la segunda.

En cambio, cuando el secretario general de la Liga Árabe, Nabil el Araby, invitó a las divididas facciones y grupos de la oposición sirias a reunirse en El Cairo a mediados de este mes, asoció el propósito de unificarlos a la esperanza de que, dado el caso, “negocien en un solo bloque con el Gobierno sirio”. Esto da a entender que las instancias externas no van de momento más allá de un endurecimiento de las sanciones económicas contra el régimen sirio, aun en el caso de que el proceso diplomático permanezca eclipsado por la violencia y ofrezca escasas esperanzas creíbles de una solución de la crisis.

Estas realidades imprimieron su huella en el consejo de ministros de Asuntos Exteriores de la Liga Árabe, que el 26 de abril hicieron un llamamiento para que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas actúe a fin de acabar con las matanzas de civiles en Siria de acuerdo con el texto del capítulo siete. Sin embargo, el Consejo retiró rápidamente su declaración inicial y emitió una declaración revisada sin referencia alguna al capítulo siete reafirmando el plan de actuación árabe del 22 de enero, que pedía a El Asad que cediera el poder a una presidencia interina. El hecho de que tal solicitud no se incluya en el plan de paz de Annan, que sigue aprobando la Liga Árabe, indica la existencia de notables divergencias e incertidumbre sobre la forma de proceder.

En tales circunstancias, el régimen sirio conserva cierto margen de maniobra para conseguir que la oposición y las fuerzas exteriores permanezcan divididas. No ha habido rostros o partidos auténticamente nuevos en liza en las elecciones del pasado 7 de mayo; se ha dicho que El Asad sigue barajando la idea de permitir la participación de la oposición en un nuevo gobierno. Se ha dicho también que el régimen piensa en la posibilidad de recuperar el “comité de diálogo nacional” bajo los auspicios del Gobierno; previsiblemente, esto incluiría la presencia de supuestos partidos de la oposición cuidadosamente seleccionados, si no creados, por el régimen, y la exclusión de los principales movimientos que rechazan el diálogo con el régimen sin una plena aplicación de las condiciones contenidas en el plan Annan. Es improbable que las propuestas del régimen ganen terreno entre la oposición o entre sus defensores en la región o en la escena internacional, pero es posible que Rusia y países árabes como Iraq y Egipto las presenten como oportunidades de que prosigan las negociaciones.

Entre tanto, quienes buscan la salida incondicional de El Asad han seguido insistiendo en la búsqueda de “puntos de inflexión” en los que protagonistas institucionales o bases sociales clave en Siria avancen con determinación contra el régimen. Una expectativa común entre las instancias externas estriba en que los altos mandos militares alauíes eliminen a El Asad, ya que el precio para su comunidad en términos de vidas y medios de sustento crece continuamente y además aumenta la conciencia de que el régimen no puede ganar a largo plazo. Otra es que las sanciones cada vez más estrictas económica y financieramente incitarán a los empresarios del país y a la amplia clase media a desafiar abiertamente al régimen, aportando la masa crítica necesaria para asegurar su caída.

Estas expectativas sólo ponen de relieve la notoria falta de estrategia política capaz de generar y ampliar estas ansiadas fracturas en las filas del régimen o de convencer a la clase media siria, a la que no gusta el régimen pero que está preocupada por una eventual alternativa y se ve disuadida por el alto coste personal en caso de incorporarse a la oposición abierta, de que es vital emplearse en ello. Tal estrategia debe responder a las preguntas más difíciles y potencialmente causantes de división para la mayoría de la oposición: ¿están dispuestos a contemplar algún tipo de reparto de poder? En caso afirmativo, ¿en qué términos? Y, si no, ¿cómo piensan tratar con los altos funcionarios gubernamentales y funcionarios públicos o con el partido Baas en la nueva Siria que persiguen? Deben ser contestadas no para persuadir al régimen, sino a audiencias más amplias.

Este es un problema para la oposición en su conjunto, pero plantea un problema especial al Consejo Nacional Sirio. Fuentes internas revelan que sus principales patrocinadores occidentales y árabes, que lo reconocieron el 1 de abril como “organización paraguas bajo la que se congregan los grupos de oposición sirios”, no creen que esté a la altura de las expectativas. Algunos, en privado, esperan la aparición de nuevos líderes y movimientos en el seno de Siria que demuestren una mayor coherencia política y organizativa. Pero esto exigirá tiempo. Hasta entonces, los movimientos de oposición existentes hacen frente a la perspectiva de entrar en un diálogo formal con el régimen sin tener las propuestas de fondo susceptibles de aumentar su credibilidad entre los diversos sectores dentro de Siria que esperan con impaciencia el resultado.

Yezid Sayigh, investigador asociado del Centro Carnegie sobre Oriente Medio, Beirut. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *