La oratoria de los políticos

La oratoria se ha vuelto a poner de moda. Nos creíamos que el arte de la palabra oral había pasado ya. Entendíamos que en tiempos de Pericles la oratoria estuviera a la altura de las demás bellas artes: Tucídides, Fidias, Eurípides. Pero en los últimos tiempos ningún orador se ha situado entre los que tienen capacidad de ganar el premio Nobel.

Hoy, sin embargo, la percepción ha cambiado. Los discursos de los políticos están siempre presentes en Internet. Podemos oírlos y contemplarlos todas las veces que queramos. ¿Qué calidad tiene la oratoria en estos momentos? ¿Tiene la palabra de nuestros políticos semejante atractivo como el de Napoleón dirigiéndose cautivadoramente a sus soldados de Egipto: “Desde lo alto de las pirámides os contemplan 3.000 años de historia”?

Todas las realidades humanas que tienen una dimensión artística logran una repercusión de grandes vuelos. La ropa del trabajo cotidiano no pasa del mercadillo de los jueves. La moda creativa ha abierto una nueva ruta de la seda: Singapur, Dubái, Mónaco. Tienen dimensión artística creativa la cocina, el diseño, la canción, la fotografía... Carecen de dicho atractivo la mecánica o la gimnasia de mantenimiento. ¿Dónde colocamos a la oratoria política hoy? ¿En un mercadillo de pueblo? ¿En un gimnasio para la tercera edad? ¿La colocaremos por el contrario en las salas de fotografía que Sebastião Salgado llena de público en cualquier ciudad del mundo? Después de oír detenidamente a Mariano Rajoy, a María Dolores de Cospedal, a Susana Díaz, a Íñigo Errejón... tengo que decir que me da miedo contestar. ¿Somos incapaces de llenar nuestra oratoria de arte?

Un excelso modelo de oratoria académica —que también puede ser política— supo ofrecernos Gerardo Diego en el que ha sido considerado el mejor soneto de la lengua castellana: El ciprés de Silos. Al igual que la masa necesita agolparse ante el líder político esperando iluminación para poderle votar, el caminante desnortado de las riberas del Arlanza, “peregrino al andar mi alma sin dueño”, descubre un ciprés que se le ofrece como símbolo del maestro al candidato a discípulo. Dicho símbolo lleva consigo una gran capacidad de trabajo: “devanado a sí mismo en loco empeño”. Una presencia majestuosa: “a las estrellas casi alcanza”. Una capacidad de acción arrolladora: “acongojas al cielo con tu lanza”. Y una honda pedagogía: “señero, dulce, firme”. Señero por estar siempre disponible. Dulce por el gran atractivo que tiene la dulzura. Firme porque sin firmeza no puede haber convicción.

Con tan grandes cualidades oratorias el candoroso caminante se transforma poderosamente en su interior: “qué ansiedades sentí de diluirme”. Qué ansiedades sentí de “ascender”. ¿Qué tipo de ascenso quisieran las masas agolpadas en los mítines o dispersas frente a la televisión? Un ascenso “como tú”. Un como tú que el poeta repite dos veces dándonos a entender que es el núcleo del poema. Un como tú que hace del orador a nivel consciente el referente. Y a nivel inconsciente, la identificación.

Para que los políticos actuales arrastren como modelos de referencia y de identificación, nos han de ofrecer diversas formas de nivel artístico como el esmero de la lentitud, como la plasticidad, como la densidad. Lentitud como la del ya fallecido Santiago Carrillo o como la académica televisiva Elsa Punset. Precisamente por hablar despacio sabe suscitar los silencios, construir la brevedad y manejar las tecnologías. Ojalá supieran sustituir Pedro Sánchez la desmesura de la fuerza y Esperanza Aguirre la de la provocación por la pausa de la modulación equilibrada.

Plasticidad como la de Pablo Iglesias evocando en una intervención en el Parlamento Europeo a los tanques españoles que en agosto de 1944 liberaron París. O diciendo ante el público que se necesita “cambio y no recambio”. Y contagiando a todos con su “tic, tac, tic, tac...”. Ojalá a unas expresiones tan selectas se uniera un contenido más seguro y realista.

Densidad de valores como la del rap que aparece en el vídeo electoral de Monago: “Diálogo, confianza, responsabilidad, trabajo, inteligencia, confianza y humildad”. Aunque dadas las cosas que se cuentan, el contenido de la pieza no resulta demasiado creíble. Una verdadera lástima que hace decaer el arte. No es la densidad ni la exactitud de Kafka de cuya Metamorfosis celebramos su centenario.

Estamos en un año muy electoral. Por ello tendría que ser un año muy artístico. Los oradores políticos no pueden dejar a la masa sumida en la incultura como si el arte literario no tuviera que ver con ellos. Ojalá lo asimilen con duro y pertinaz esfuerzo como lo consiguió Nuria Espert estudiando arte dramático. Y hagan de nuestro ambiente algo parecido al del siglo de Pericles, que vino a ser desde el máximo respeto a los ciudadanos, desde el Partenón y Edipo-Rey, el siglo de una política universal.

Santiago Petschen es catedrático emérito de universidad; autor del libro El arte de dar las clases.

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