La osadía de Osorio

Pudiera figurarse que osadía presenta una connotación negativa por la cual alguien hace o propone algo que resulta improcedente o, al menos, inoportuno. Pero esta impresión es falsa. Osadía es también sinónimo de coraje, valor o arrojo, y este es el sentido al que me voy a referir. Estas simples reflexiones semánticas se agolparon en mi intelecto y sentimiento cuando leía, con estupor y emoción, la osada propuesta de nuestro arzobispo de Madrid a los jóvenes.

Parecía que había ya finalizado su homilía, cuando pide permiso para dirigirse a unos destinatarios especialmente próximos: «Permitidme que me dirija a los jóvenes...». Y los define así: «Vosotros, que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y esperanzas…». Y les pide la rebeldía propia de su edad, al exigirles: «Rebelaos contra la civilización del egoísmo y del descarte...». Y entonces, por sorpresa, les anuncia su imprevisible convocatoria: «Os veré pronto; mantendré encuentros con vosotros los primeros viernes de cada mes a las 10 de la noche en la catedral». Y como si le hablase a un pequeño grupo que conoce y trata, les dice al oído: «Os comunicaré cuándo comenzaremos». Y les conmina y les urge para que hagan llegar su convocatoria a aquellos que no le oyen: «Os invito a… que invitéis a otros jóvenes...». No quiere siempre a los mismos, sino a todos. Al final, toca su corazón y mendiga su cariño: «Os quiero y os necesito para anunciar a Jesucristo».

Me propongo expresar algunas reflexiones y, para ello, me auxilio del Diccionario de la RAE. Y comienzo afirmando: solo quien posee las cualidades con las que el Diccionario define «osadía» –«atrevimiento, audacia, resolución»– es capaz de proclamar tal intrépido emplazamiento. Atrevimiento por la propia cita en sí misma; audacia, por el día y la hora de la citación; y resolución por la particular forma de citar, aunando exigencia y delicadeza.

Comienzo con el atrevimiento. Si «osar» es «emprender algo con audacia», el arzobispo Osoro ha tenido la valentía de empeñarse en un llamamiento que resulta, de primeras, peligroso por la incertidumbre de la respuesta. Se lo exigían su experiencia como Pastor –«desde que fui ordenado presbítero he estado siempre sirviendo con una dedicación especial a los jóvenes»– y su disposición de ocuparse de la Diócesis recién confiada: «Cuando… llegaba por la noche conduciendo mi coche hasta Madrid… veía las luces de la gran ciudad, y me preguntaba a mí mismo: Señor, ¡enséñame, ayúdame a ser tú en medio de esta ciudad!».

Y ha convocado, además, con audacia. Se ha atrevido con ese día, un viernes; y a esa hora, al caer la tarde, en que para millares de jóvenes comienzan a volar sus luciérnagas. Esos miles de haces de luz que deslumbran a la «muchachada» con centelleantes ilusiones, muchas efímeras, que prometen hacerles felices. Es audaz pedirles reunirse ese día y hora. Sería menos comprometida una plácida tarde de domingo cuando los jóvenes están de vuelta de su fin de semana. ¡Pero no! Don Carlos asume el riesgo y fija su convocatoria a las diez de la noche.

Define el Diccionario «noche» como «tiempo que falta sobre el horizonte la claridad del sol». La noche sirve para dormir, si bien todos, y más la juventud, la emplean también en divertirse y disfrutar. Y el arzobispo sabe que muchos jóvenes no lo hacen con moderación. Comprende también que en los años juveniles es difícil vivir la prudencia. Intuye que, en más ocasiones de las deseables, la diversión nocturna inhabilita al día siguiente para trabajar o estudiar.

Y recuerda, quizás, ese célebre pasaje de nuestro inmortal Don Quijote en el que para dar noticia de la falta de clarividencia del inefable caballero se dice que «pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio», al leer novelas de caballerías que le distraían de su deber cotidiano y lo alejaban de la vida real.

Imagino también al arzobispo preocupado por los que pierden la vida –a veces en sentido literal, y otras en sentido existencial– en un frenético ejercicio de pasarlo bien, a costa de lo que sea. Consciente de todo esto, y convencido de que a los jóvenes se les puede exigir sin límites cuando se les ofrece la felicidad, les convoca para reunirse no con él, sino con Aquel del que san Agustín, después de degustar todos los placeres, dice: «Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

Así, los convoca con firme resolución, seguro de hacerlo «a osadas», que, como dice el Diccionario, equivale a «ciertamente, en verdad». Una llamada «a rebato», desde la consistencia segura de la fe y la alegría contagiosa de la esperanza.

Federico Fernández de Buján, catedrático de Derecho Romano.

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