La OTAN contra el terrorismo islamista

José María Aznar, ex presidente del Gobierno (ABC, 01/12/05).

LA OTAN fue creada en 1949 para salvaguardar la libertad, el patrimonio común y la civilización de las naciones occidentales. Fue erigida sobre los principios de la democracia, la libertad individual y el Estado de Derecho, y como tal es igualmente indispensable hoy en día. La Alianza fue capaz de proteger nuestra libertad de la amenaza soviética. Ahora es fundamental que nos defendamos de la amenaza del terrorismo islamista. Es cierto que la OTAN se reinventó en los años noventa y que dejó su programa de la Guerra Fría y pasó a convertirse en una especie de organización «exportadora de estabilidad», un resultado conveniente si tenemos en cuenta los conflictos de los Balcanes. Sin embargo, los años noventa fueron una década de vacaciones estratégicas -en la que todos celebramos la desaparición de la amenaza existencial que representaba la URSS- y de confianza en que éramos tan poderosos que podíamos intervenir y poner fin a todo conflicto civil y étnico en la periferia de la OTAN.

Pecamos de exceso de confianza: los años noventa también fueron la década en la que un nuevo enemigo se preparaba para atacarnos. El 11 de septiembre de 2001 descubrimos que no estábamos viviendo en un entorno benigno, y que nos volvíaa desafiar otra amenaza mortal. No sólo porque el terrorismo se convirtió en terrorismo de masas, sino porque el terrorismo islamista tiene una clara visión que es incompatible con nuestras democracias liberales, con nuestra forma de vida. El 11-S significó también una revolución estratégica para la OTAN. Conceptos tradicionales como contención y disuasión ya no eran viables ante el yihadismo global; recurrir a una defensa pasiva o reactiva, como hizo la OTAN durante más de cuatro décadas, implicaba, en realidad, poner en peligro la vida de nuestros ciudadanos. Sin embargo, el tomar la ofensiva o adoptar medidas preventivas contra el terrorismo islamista no era algo que la OTAN estuviera preparada para hacer, ni siquiera después de haber activado sus disposiciones de defensa colectiva. Nunca lo había hecho; nunca lo había necesitado. Pero ha llegado el momento de cambiar. El terrorismo islamista ya ha golpeado a muchos de nosotros: EE.UU., España, Turquía, Reino Unido o Rusia, por nombrar sólo a los países miembros de la OTAN o que están vinculados a ella.

La OTAN ha puesto en marcha un proceso de transformación internacional para hacer más efectiva a la organización. La cumbre de finales de 2006 abordará los cambios e ilustrará qué clase de OTAN desean sus miembros para los próximos quince años. La Alianza sigue atascada en la agenda de los años noventa. Por ello, si la OTAN quiere ser tan relevante para sus miembros como lo era en el pasado, tiene que dar un salto audaz. Ésta es mi Hoja de Ruta:

- Primero, reconocer que compartimos una nueva amenaza existencial encarnada por el terrorismo islamista. Esta amenaza es global y polifacética; su eliminación exige un esfuerzo colectivo. La OTAN debe recuperar su orientación original de defensa colectiva y ayudar a preservar la seguridad de nuestro pueblo, nuestros valores y nuestros intereses. El yihadismo ha sustituido al comunismo, al igual que el comunismo sustituyó al nazismo, como un peligro mortal, así que la OTAN debe situar la defensa contra el terrorismo islamista en el centro de su estrategia.

- Segundo, debemos aceptar que es imposible trazar una línea clara entre la seguridad internacional y la nacional. Los límites artificiales, nacidos de la tradición administrativa, nos están volviendo más vulnerables. Creo que la OTAN debe desarrollar una dimensión de seguridad nacional si pretende seguir siendo relevante para las exigencias estratégicas de nuestro tiempo. Propongo que los ministros de Interior y de Seguridad Nacional se reúnan en el ámbito del Consejo del Atlántico Norte, junto con sus homólogos de Asuntos Exteriores y Defensa. La OTAN debe convertirse en el punto de encuentro de los responsables de nuestra seguridad, independientemente de la cartera que ocupen. Además de eso, los aliados deberían plantearse la creación de un mando funcional que se encargara específicamente del antiterrorismo.

- Tercero, si reconocemos que la OTAN es una congregación de democracias liberales, deberíamos invitar a unirse a la organización a aquellos países que compartan sus valores y sistemas y que estén en primera fila de la lucha contra el terrorismo. Ampliar la base geográfica de la Alianza es la mejor forma de derrotar al terrorismo islamista. La OTAN debería invitar a Japón, Australia e Israel a que se convirtieran en miembros de pleno derecho, y ofrecer también una asociación estratégica a Colombia e India. Los socios regionales aportarán los conocimientos necesarios para combatir a un enemigo global. Además, la OTAN debería transformar su Diálogo Mediterráneo en una Sociedad por la Libertad, en la que la cooperación esté vinculada al fomento de la libertad política, la liberalización económica y la tolerancia religiosa en el Norte de África y Oriente Próximo.

- Finalmente, deben producirse ciertos cambios en el funcionamiento interno de la Alianza. Durante años, hemos estado debatiendo la dificultad de hacer frente al constante aumento del número de miembros. Es hora de ir más allá de la unanimidad y el consenso en la toma de decisiones. La OTAN debería adoptar el concepto de abstención constructiva de la Unión Europea y permitir el avance cuando una mayoría de países así lo decida.

Existen numerosas medidas prácticas para mejorar las operaciones de la OTAN. Y, a mi entender, el actual secretario general, Jaap de Hoop Scheffer, va por buen camino. Secundo la idea de crear un fondo común para financiar las operaciones de la OTAN. Pero el valor esencial de la OTAN es el de incrementar la seguridad de sus miembros. Si no pueden contar con la OTAN para preservar su seguridad, la Alianza se verá en grandes apuros. Hoy en día, su razón de ser es la de derrotar al terrorismo islamista. Por eso la OTAN debe transformarse en una Alianza por la Libertad, que quiera y pueda garantizar colectivamente nuestras libertades y democracias antes de que sea demasiado tarde.