Las recientes predicciones del secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, de que el futuro de la OTAN es oscuro y sombrío han generado un amplio debate, pero que podría ser muy optimista. Resulta que junio marca otro hito en el camino incierto de la alianza: la duración de sus operaciones en Libia ya supera a la de las de Kosovo de hace doce años. En 1999, Slobodan Milosevic se rindió en Serbia después de 78 días, mientras que el general libio Muammar el-Kaddafi aún no entiende el mensaje – y de hecho tal vez lo esté malinterpretando.
Para los que participamos en las operaciones durante la crisis de Kosovo, la intervención en Libia parece un déjà vu. En los cielos de Serbia y Kosovo, los aviones de la OTAN atacaban objetivo tras objetivo pero no para contribuir a la liberación del territorio o como parte de una campaña de bombardeos estratégicos sino para hacer cambiar de postura a Milosevic. Sin duda, negar a Milosevic los medios para emprender una “limpieza étnica” fue otra razón que se sumó en los días posteriores al inicio de la campaña, pero el propósito verdadero era convencerlo de que tenía que dejar entrar a las fuerzas de la OTAN en Kosovo. Fue un clásico desajuste de la política y la estrategia.
No hay guerra que no tenga su lista de supuestos falsos, y la campaña de Kosovo tuvo los suyos. Tal vez el más importante fue la memorable – pero equívoca– creencia de que Milosevic se rendiría después de algunos días de bombardeos. En cambio, como muchos líderes en esas circunstancias, se encerró en un bunker, literal y figurativamente, y permaneció ahí con escasas comunicaciones. Mientras tanto, los estrategas de la OTAN buscaban afanosamente identificar objetivos que le negaran los medios de llevar a cabo una limpieza étnica o, más a menudo, que lo alentaran a reconsiderar su posición.
En la intervención hubo momentos malos, y tal vez ninguno peor que el bombardeo de la embajada china, que se identificó erróneamente como una instalación en la que había activos de seguridad serbios – instrumentos de represión contra Kosovo. También hubo momentos de gran preocupación sobre si los aliados estarían dispuestos a mantenerse firmes a medida que pasaban los días, las semanas y los meses sin un final a la vista. Sin duda quienes participan actualmente en Libia están sintiendo presiones similares.
En marzo de 1999, pocos líderes de la OTAN ponían en duda que expulsar a Milosevic de Kosovo por la fuerza era lo correcto. Tampoco había muchas dudas de que los líderes de Europa y los Estados Unidos habían hecho esfuerzos de buena fe para convencer a Milosevic con negociaciones y medios pacíficos. La guerra era el último recurso.
En efecto, en marzo de 1999 se consideró que la decisión de emprender la guerra era correcta porque se habían agotado todas las demás posibilidades. Con (demasiada) frecuencia se cita el aforismo del teórico militar prusiano del siglo XIX, Carl von Clausewitz, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pero en esos días decisivos se recordó otro pensamiento suyo, más pertinente: la guerra es un medio serio para lograr objetivos serios.
Ninguno de los participantes en las operaciones de Kosovo pensaba de modo distinto, y a nadie se le ocurría que la OTAN pudiera darse por vencida. Por eso la OTAN empezó a formar un grupo de tierra. A fin de cuentas las tropas de tierra resultaron innecesarias, pero el fracaso no era una opción que se pudiera considerar.
Tampoco puede serlo actualmente. En Libia también hay un desajuste de la política y la estrategia. La política es sacar a Kaddafi del poder. La estrategia –es decir, el mandato para el uso de los medios– es proteger a los civiles. Este último no garantiza el éxito de lo primero.
La brecha comienza a cerrarse a medida que la OTAN comienza a utilizar activos como los helicópteros de combate, enfocados de manera más directa y audaz al objetivo real de derrocar a Kaddafi. No obstante, se debe hacer mucho más para asegurar el éxito. Las quejas sobre la ineficacia de los rebeldes no ayudarán. La oposición Libia es lo que es.
Gates se ha centrado adecuadamente en la cuestión de la sostenibilidad financiera de la OTAN. Es fácil ver por qué planteó la cuestión, dado que los líderes militares europeos que participan en la operación hablan en público sobre las limitaciones de sus presupuestos. (Nota para los líderes militares europeos: por favor no le den a entender a Kaddafi que se les están acabando las bombas.)
Pero Gates señaló un punto mucho más grave: la falta de voluntad política. Algunos países que tienen recursos que se necesitan no los han facilitado y otros ni siquiera han dado apoyo político. La OTAN siempre ha funcionado con este enfoque a la carta. Lo nuevo es la posibilidad de que la OTAN fracase. Mientras se mantienen al margen, los guerreros reacios de la alianza deben considerar ese riesgo.
Estos son días difíciles para la OTAN, como ha señalado Gates, que está en el ocaso de su brillante ejercicio. Se tomó una decisión de intervenir militarmente en una situación que se puede decir que era de interés marginal, pero ahora los aliados deben comprender que están utilizando medios serios para lograr un objetivo serio. Todos los países que tomaron la decisión de intervenir en Libia, incluidos los Estados Unidos, deben conducirse con un renovado vigor y con la idea de que la OTAN —independientemente de sus deficiencias—debe triunfar.
Christopher R. Hill, ex secretario de Estado asistente de los Estados Unidos para el Asia oriental. Fue embajador en Iraq, Corea del Sur, Macedonia y Polonia, enviado especial de los Estados Unidos en Kosovo, negociador de los Acuerdos de Dayton y negociador en jefe con Corea del Norte de 2005 a 2009. Actualmente es decano de la Escuela Korbel de Estudios Internacionales de la Universidad de Denver. Traducción de Kena Nequiz.