La otra vida de Olov Enquist

¿Qué es un escritor? Llevo muchos años haciéndome la misma pregunta. Yo nací a la escritura en una época en la que decir Gironella y Un millón de muertos, era tanto como saber lo que era un escritor, algo parecido a Soldados de Salamina y Cercas. O el galeno Santiago Lorén, el gafe Zunzunegui, la arrogancia de Camilo (Cela), la discreción de un puñado, Víctor Alperi, Martín Vigil, paisanos que vivían de la literatura, o por mejor decir, de la edición de sus libros en editoriales que semejaban encargadas de las extracciones de sangre. ¡Qué contratos! Un día le preguntó el misógino Pío Baroja al irresistible Lara, padrino de la saga, “¿de verdad usted cree que mis libros dan para cumplir un contrato tan beneficioso como el que usted me ofrece?”. “Don Pío, no sabe que ahora leen las mujeres”. “Ah, en ese caso,” respondió inseguro el Baroja que vivía de artículos y una panadería.

Me sentí generosamente divertido cuando el último premio Nobel, Modiano, un escritor distinguido y discreto, recibió a los periodistas culturales españoles más notables para explicarles, es un decir, la última novela recién publicada en España. Sospecho que con el minutaje controlado, los responsables editoriales ávidos del tiempo concedido, y la entrada estelar del autor apenas abrió la puerta y fue a atendiendo a la selecta tropa cultural de uno en uno. ¿Media hora? ¿Quince minutos? El maestro decide con un gesto y los edecanes controlan los tiempos de concesión a partir de un guiño acordado con el gran hombre. ¡Divertido ese chaval, que parece haberme leído entero y a galope! ¿De dónde habrán sacado a ese mediocre que no sabe nada de mi historia? Frente al Parque de Luxemburgo, un piso señorial con paredes que aguantan todas las bibliotecas del mundo francés.

Per Olov Enquist no tiene apenas que ver con lo que estamos contando. Autor sueco cuyo último libro, que yo sepa, aparecido en castellano Otra vida (Destino) es el relato autobiográfico más conmovedor y hasta diría espectacular que se ha publicado en España en mucho tiempo. Pocos textos te dejan esa sensación de autenticidad, a partir de elementos muy sencillos: una infancia de huérfano –ese padre inquietante que muere cuando él no ha cumplido ni siquiera un año–, un hogar en el culo del mundo sueco, que ya es mucho decir, conviviendo con una madre obsesa de la religión. La otra Iglesia, que no es la que sufrimos nosotros, la protestante, evangélica o pietista, llámenla como quieran pero cuyas formas, presiones, represiones y obsesiones son tan similares a las que vivimos nosotros. Ahora sí se puede decir que somos hermanos de raza y religión, o lo que es lo mismo, de la maldición de una raza que sobrevive al hambre en condiciones paupérrimas y que vive en el ámbito de una concepción religiosa plagada de obsesiones que proceden de nuestras mismas raíces, la Biblia y los Evangelios.

La verdad es que cuando uno escribe sobre Per Olov Enquist tiene una especie de vergüenza paleta. Porque estamos hablando de uno de los autores más importantes de la literatura de nuestra época y lo hacemos como si mostramos al público la gran novedad de estos tiempos culturales tan inclinados al descubrimiento de nórdicos y nórdicas; da igual que sean islandeses, noruegos o fineses.

No hay probablemente ninguna obra de teatro sueco tan representada por el mundo –excluida España– como La noche de las tríbadas (1973), (editada aquí por Nórdica, en traducción de Paco Ruiz). Una autopsia sobre el escenario del genial escritor y perverso personaje que fue Strindberg. Tampoco sería fácil encontrar un libro tan conmovedor como La biblioteca del capitán Nemo, recién publicado también por Nórdica. Cuando alguien le pregunte qué es literatura, olvídese de la mediocridad y diga La biblioteca del capitán Nemo, de Per Olov Enquist. Es uno de esos textos que arrasan con la basura pseudoliteraria que nos anega. Es difícil contar las infancias, porque no tenemos una sola infancia, felizmente varias, y ahí están todas para gozo del lector.

Acerquémonos al personaje real de Otra vida, Per Olov Enquist. Un deportista de élite, que se diría hoy, casi dos metros de estatura, campeón de saltos de altura en grandes competiciones. Periodista deportivo y gran reportero. Pronto un escritor que trabaja en el teatro de Brooklyn, o para el cine de Bergman, o para la sociedad sueca, o danesa o finesa o islandesa, donde vivirá su calvario, el alcoholismo. Las páginas dedicadas al mundo desde Nueva York a Berlín, están escritas de una manera que no sabes cómo abordar: si como lector perplejo ante su sinceridad o como espectador de viejas películas de época, en blanco y negro.

Les animo a leer los libros de Enquist y muy especialmente esa especie de memorial que es Otra vida, y si lo hago es porque no tiene nada que ver con esa prosa fofa y pegajosa que se lee como quien mastica un chicle; esa misma que anima a la estupidez social de una frase para veladas nocturnas: ¡qué libro más interesante! Tonterías encadenadas para llegar a las 250 páginas. Porque la literatura es, o era, otra cosa. Un esfuerzo en el que uno se puede dejar la vida que ha sufrido. La evocación que hace Enquist en este memorial del desconsuelo y la frustración sobre la imposible Novena Sinfonía de Sibelius. Final de la historia. Cuando se caía, literalmente, debajo de la mesa incapaz de escribir un compás, ahíto de alcohol, es algo que ni existe en nuestra literatura, ni prosística ni musical –aún estamos porque alguien nos cuente cómo murió el gran Ataúlfo Argenta a los 44 años de 1958 metido en un coche y acompañado–.

Porque esas cosas que la gente mediocre considera desdeñables e indignas de un genio son las que construyen una literatura; saber contar, narrar, describir aquellas verdades –auténticas o imaginadas– que dieron pie a nuestra poca feliz historia. Enquist lo borda porque lo ha sufrido, y relata esos éxitos de gran deportista de élite con la misma irónica parsimonia que las mujeres que se cruzaron en su vida, las traiciones y mentiras que rellenaron una trayectoria de un hombre nacido para ganar y que se para cuando está a punto de llegar a la meta, como aquel protagonista de La soledad del corredor de fondo, de Tony Richardson.

Ahí se para y escribe para quien quiera leerlo. Quién de nosotros hubiera sido capaz de relatar la historia de su propio país y de su familia; “Tenía 42 primos. Era normal: los caminos entre los pueblos habían estado en malas condiciones durante siglos y nadie tuvo fuerzas ni ganas de ir muy lejos para buscarse una moza, por lo que se contrajeron muchos matrimonios consanguíneos y se decía que hubo bastante casos de endogamia que dieron como resultados unos cuantos tontos de pueblo y una cantidad asombrosa de escritores”. Hay una diferencia quizá fundamental, que dejo a los eruditos, entre las literaturas del sur, que son las nuestras, y las nórdicas, hay una diferencia de raíz difícil de precisar pero muy trascendente a la hora de analizar lo que leemos. Para nuestra cultura lo capital son los Evangelios, para ellos la Biblia. No esquematicemos y recurramos a Lutero y la Inquisición, porque es algo más profundo. Está en el valor de la luz, del sol, de las cosechas, del hambre, que siendo siempre hambre no es lo mismo con frío que con calor. Ese es el valor de la gran literatura. Les puedo asegurar una cosa, cuando nuestros ilustres académicos de la prosa y el pescado –lo digo porque no hay nada que se pudra tan rápidamente como el pescado, y empieza por la cabeza– estén ambicionando una calle, una plaza, una placa, autores como Per Olov Enquist tendrán su lugar sin necesidad de concesiones del Ayuntamiento. Por cierto, fue comunista, radical, anarquista y alcohólico profundo. No lo ha ocultado nunca. Otra vida es una joya memorialística; La biblioteca del capitán Nemo, una joya literaria. No sigo por no ponerme pedante.

Gregorio Morán

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