La paciencia

En primera instancia, la marcha definitiva de Zapatero ha conseguido dos cosas: un respiro para los socialistas y sus votantes, que son millones, y la esperanza de una mejoría de las relaciones de España con «los mercados». Seguro que los candidatos que más suenan para la presidencia en los entornos periodísticos son los más cualificados en un PSOE que se ha ido quedando sin primeras figuras y al que Zapatero ha sometido a un dominio excesivo y lamentable. «En todas las clases sociales, el deterioro ejerce su dominio», escribió hace ya muchos años el poeta peruano Carlos Germán Belli. En la democracia española y en sus partidos políticos también. El PSOE se derrumba en Andalucía: mucho tiempo en el poder genera un «régimen» de clientelismos innegable. Que jurídicamente tengan escapatoria todas las trampas que estamos viendo no significa que el PSOE no vaya a pagar, al menos desde el punto de vista político, los intereses de estas actitudes deleznables de los que ha hecho gala como costumbre e impunidad. En cuanto al PP, contra lo que dicen los socialistas, entre sus mandos rige una paciencia esperanzada, lo que no quiere decir que los ciudadanos no sepamos que en Valencia también cuecen habas. Ya lo escribió César Moro, hace también muchos años: «En todas partes cueces habas, pero en el Perú sólo se cuecen habas». ¿Sólo se cuecen habas en la Comunidad valenciana para el PP? Tengo para mí que el exceso de poder es tan malo como el pésimo resultado que da estar arriba y no saber, porque se pierde la memoria del mundo, estar abajo por una temporada. Camps y los suyos parece que cuecen todas las habas de su Comunidad, al margen de todo lo demás. Si le preguntan a Rajoy, estoy seguro de que dirá lo mismo que piensan muchos: hay que tener mucha paciencia.

En cuanto a los candidatos hipotéticos del PSOE, y aunque se haya dado la orden general de no hablar del asunto antes de finales de mayo, la tinta corre antes que la sangre, pero nadie está dispuesto a dejarse la piel en el silencio y en la santa paciencia que se les pide: todos hablan y mienten más que hablan. Le pregunté el otro día a un socialista de raza, de los de toda la vida de verdad, con el que quedo para tenidas y diálogos largos y vespertinos, qué le había parecido la marcha de Zapatero. «Una felicidad», me dijo de inmediato y con todo regocijo. Añadió que todo podía ser un desastre para los candidatos del futuro inmediato y que él no veía por qué no se hablaba ya, se debatía ya, aunque no se fuera a las primarias, lo que más convenía al PSOE para las generales; que si el ciudadano sospechara ya quién iba a ser su candidato por el PSOE, seguramente se atendría a esa hipótesis. «Antes, cuando se pensaba que Zapatero iba a quedarse, bueno», me dijo, «el voto futuro ya veía con malos ojos al candidato. Ahora, por el contrario, tendría que verlo, no a Zapatero, sino al nuevo y definitivo, con buenos ojos». Y, entonces, le pregunté, ¿por qué no se hace? «Hay que tener paciencia», me contestó con una sonrisa.

Mi viejo amigo socialista se decantó después por Rubalcaba. Tiene más peso, más contundencia que ningún otro, es verdad, más firmeza y astucia. Todavía no sé si es tan inteligente como dicen. Debe serlo, aunque esté inmerso en la memoria de algunas canalladas de Estado que sonrojan a quienes todavía pensamos que democracia y moral deben ir unidas de la mano y hasta más allá del final. Pero, según parece, la memoria del votante español no tiene mucha consistencia, no abarca mucho tiempo más que para levantar esa barricada inútil que es la ley de la memoria histórica, donde se ha gastado mucho dinero para nada y donde ha librado una batalla que la Transición, santa o no tanto, había dado por cerrada. Lo decía Francisco Ayala hace ya bastantes años: no hay dos españas, hay sólo una. Digamos que tuvo algo de razón el viejo escritor al que tantos seguimos admirando, pero la realidad es que, de un lado y de otro (ya no sé si desde la izquierda y la derecha; tampoco si desde los republicanos o los monárquicos, que ya no son los de antes), se empeñan unos en borrar del todo lo que pasó, como si no hubiera pasado nada, y otros en actualizar aquellos horrores como si hubiera sucedido el martes pasado. En el medio, un paisaje de sombras que no cuentan mirando asombrados el espectáculo nacional, nada insólito desgraciadamente. Con razón cuando unos y otros vinieron a preguntarle a Ortega qué iba a hacer él, en vísperas de la triste y terrible contienda civil española, el sabio filósofo contestó con un sentido común que todavía está en vigor: «No sé lo que harán ustedes, pero yo voy a hacer las maletas». Y se marchó a París, con todas sus consecuencias y circunstancias.

Más paciencia que los candidatos, que están a la espera cada uno por su lado del cielo que se tienen prometido, han de tener esos millones de ciudadanos encerrados con el único juguete de dos partidos políticos que se empeñan en jugar más de la cuenta a reproducir demasiados elementos del pasado terrible de España. No volver a aquello exige también una paciencia ciudadana que recala en una educación que no se da y en un respeto por la Historia y las reglas del juego democrático que brillan por su ausencia dentro del espectáculo de Monipodio al que nos vemos condenados. ¿Hasta cuándo, Catilinas (en plural), van ustedes a abusar de la paciencia de los ciudadanos? Un día no tan lejano le dije a una alta jerarquía del Estado que el problema en realidad estaba en la calle: que cuando la calle, los parados y todo lo demás, perdiera la paciencia de la que hacía gala y a la que se había acostumbrado, todo estaría perdido. «La calle está sometida, no es problema», me dijo sin rasgarse un gesto de la cara el prohombre de Estado.

Cierto: la paciencia de los candidatos, a la espera de sus fechas, es una, y la paciencia de los ciudadanos es otra. Mucha gente, mucha España se ha distanciado de los políticos porque se le ha agotado la paciencia y desprecia el espectáculo cotidiano de la cháchara política y la nada en la que trabajan nuestros representantes. Seguro que nuestra democracia está corriendo un riesgo innecesario; que la paciencia es, sin duda, una virtud ciudadana, pero todo se agota en esta vida, sobre todo cuando los beneficios de los que nos hablan, dentro y fuera de la campaña electoral, no se cumplen en su mayoría. Y cuando los problemas que dicen venir a resolver nuestros representantes se multiplican por mil y nunca jamás acaban de ser eliminados de nuestra vida pública. Paciencia, diría el resignado a perderlo todo. Indignaos, dicen incluso los viejos sabios que no se someten al dictado de la costumbre nefasta de pensar en ir siempre, como borregos, por la senda que ordenan los flautistas de nuestra política.

J. J. Armas Marcelo, escritor y director del Foro Literario "Vargas LLosa"

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