El Buen Samaritano, un ministerio episcopal de Texas, presta sus servicios a la comunidad en el lado este de Austin, el más pobre de la ciudad, dividida por la Interestatal 35. Allí hay menos servicios públicos, y muchos barrios no tienen un centro de salud. La población se compone principalmente de personas de color y la lengua materna de muchas de ellas es el español. Es un tipo de población con bajas tasas de vacunación contra la COVID-19.
Sin embargo, El Buen Samaritano ha podido demostrar que, dentro de lo que cabe en Austin, el problema no es el temor a la vacuna en sí. “Todo tiene que ver con el acceso”, me dijo Luis Garcia, director de tecnología y analítica de El Buen Samaritano. Su banco de alimentos recibe unas 200 visitas cada día de apertura, y muchas familias vuelven una semana tras otra. Cada vez que van a por alimentos, el personal de El Buen Samaritano tiene la oportunidad de hablar con ellos sobre la vacuna; Garcia les habla en español mientras les entrega bolsas de comida y sandías. La organización también hace difusión en las redes sociales, ha hecho anuncios de radio en español y ha puesto carteles en otros bancos de alimentos.
Cada mes, El Buen Samaritano organiza un día de vacunación. En otros lugares pueden pedir un documento de identidad o una póliza médica, y suelen funcionar con cita previa, lo que requiere acceso a internet y a menudo una computadora, cosas que muchas veces no tienen en esta comunidad. El Buen Samaritano los vacuna sobre la marcha, sin hacer preguntas.
Aunque la vacunación del mes de septiembre de El Buen Samaritano no empezaba hasta las 3 p. m., ya había una fila de unas 200 personas a las 1:30 p. m., y los coches avanzaban en caravana por la tranquila calle residencial donde se encuentra, desde una autopista de seis carriles a medio kilómetro de distancia. Una persona esperó en la fila una hora, y a las 7 p. m. Garcia le dijo que volviera al día siguiente. El Buen Samaritano vacunó a 324 personas ese día.
Para alrededor del 20 por ciento de los que acuden a vacunarse, todavía es su primera dosis, pero El Buen Samaritano también está administrando las nuevas dosis de refuerzo que protegen contra las variantes de la ómicron y vacunando a los niños de 6 meses o más. Lo que está haciendo El Buen Samaritano “demuestra que el problema no es la indecisión”, dijo García. “Lo que demuestra es que no pudieron hacerlo antes”.
Cuando se pudo disponer del primer lote de vacunas contra la COVID-19, se manifestó enseguida la disparidad de ingresos en relación con las tasas de vacunación. A mediados de 2021, el gobierno de Joe Biden se quejó de que la gente no se vacunaba por “falta de interés o convencimiento” y, en vez de tratar de buscar soluciones para el problema, básicamente advirtió que era responsabilidad personal de cada estadounidense buscar el modo de vacunarse. Sin embargo, en aquel momento el 75 por ciento de los adultos no vacunados vivían en hogares con ingresos inferiores a los 75.000 dólares, y muchos decían que querían vacunarse.
Ahora hay nuevas dosis de refuerzo que prometen la protección contra las variantes que se están extendiendo en la actualidad, además de la cepa original. Es bastante probable que eviten el contagio de muchas personas, y que ayuden a reducir su propagación, incluso durante el repunte invernal de los casos. Reducirán considerablemente el riesgo de enfermedad grave y de muerte entre los contagiados, y podrían hacerlo también cuando nos enfrentemos a nuevas variantes en el futuro.
Sin embargo, esta vez nos estamos esforzando todavía menos por administrar estas fantásticas dosis a los menos favorecidos. “Las barreras son exactamente las mismas. Las hemos identificado en todo momento”, me dijo Rhea Boyd, pediatra y defensora de la salud pública. Los demócratas recortaron los fondos para la COVID-19 de un paquete de gasto de marzo en respuesta a la oposición de los republicanos, y la actual falta de recursos financieros se traduce en que hay menos medios para conseguir que las vacunas tengan un mayor alcance y que la gente pueda acceder a ellas de forma fácil y asequible.
Eso conlleva menos puntos de vacunación, menos alcance y, desde luego, menos soluciones creativas para generar conciencia y aumentar el acceso a las vacunas. Hay 550 millones de dólares para la campaña de vacunación de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés), frente a los 8500 millones de dólares del año pasado. Han desaparecido los fondos para crear puntos de vacunación temporales en las comunidades, facilitar el transporte de ida y vuelta a sus citas para vacunarse, el cuidado de los hijos gratuito o la vacunación a domicilio.
En lugar de que las personas puedan caminar a una clínica de vacunación móvil cercana, es el sistema sanitario el que ha absorbido los trabajos de vacunación y “todas las barreras, el transporte y los costos que lleva aparejados”, dijo Boyd. Muchas personas de bajos ingresos no cuentan con un profesional de la atención primaria que pueda hablarles sobre las vacunas y administrárselas. Puede que carezcan de seguro para visitar al médico con regularidad o de un medio de transporte para llegar allí.
En una encuesta de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, casi el 75 por ciento de los estadounidenses dijo que era probable que se pusiera la nueva dosis de refuerzo. Sin embargo, hasta la fecha se la ha puesto solo alrededor del 7 por ciento de la población que cumple los requisitos.
Las tasas tienen todavía lucen peor cuando se desglosan por niveles de ingresos. Según la Encuesta sobre el Pulso de los Hogares de la Oficina del Censo de Estados Unidos, las personas que menos ganan también son las menos propensas a ponerse la vacuna o la dosis de refuerzo. El 6 por ciento de los integrantes de hogares que ingresan 200.000 dólares anuales o más no está vacunado, y el 12 por ciento no se ha puesto la dosis de refuerzo, sea la bivalente u otra. En cambio, 1 de cada 5 miembros de hogares que ingresan menos de 50.000 dólares anuales no se ha vacunado, y otro 28 por ciento no se ha puesto la dosis de refuerzo. En una encuesta de julio realizada por la Kaiser Family Foundation, alrededor de un tercio de las personas que se había puesto la vacuna, pero no la dosis de refuerzo, dijo que el motivo había sido la falta de tiempo, mientras que al 15 por ciento le preocupaba ausentarse del trabajo.
“Las personas con bajos ingresos tenían la voluntad de vacunarse, pero no lo han hecho aún, y lo que eso demuestra es que se necesita una mayor distribución”, dijo Julia Raifman, profesora adjunta de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Boston.
Eso quiere decir que también son los más propensos a acarrear con unas mayores tasas de enfermedad y muerte. También sufren otros costos, como faltar al trabajo cuando enferman de COVID-19. Los trabajadores con bajos ingresos fueron los más afectados por el aumento de las bajas laborales no remuneradas durante los primeros dos años de la pandemia; la probabilidad de faltar al trabajo sin cobrar fue más de tres veces mayor entre los integrantes de hogares con ingresos inferiores a los 25.000 dólares anuales que entre los que perciben 100.000 dólares o más. Las personas que se ponen la dosis de refuerzo son menos propensas a faltar al trabajo a causa de la COVID-19 que las personas que no se las ponen.
Sin duda hay personas en cada tramo de ingresos ideológicamente contrarias a la vacuna, o mal informadas respecto a sus riesgos. Un reciente estudio reveló que, tras el despliegue de las vacunas, los republicanos fueron mucho más propensos a morir de COVID-19. Lo que no nos dice este estudio es si se sometió a la población a unas tasas de vacunación más bajas debido a la composición partidista del liderazgo político estatal y local responsable. En otro estudio se descubrió que la presencia de un punto de vacunación se traduce en un aumento del 26 por ciento de las dosis administradas, lo que a su vez reduce los casos de COVID-19, las hospitalizaciones y las muertes.
A otras personas les preocupan los efectos secundarios. Esto es comprensible en el caso de los estadounidenses con ingresos bajos que no se pueden permitir una baja no remunerada para recuperarse. Aunque en un principio el Plan de Rescate del gobierno de Biden incluía la desgravación fiscal para las empresas que concedieran a sus empleados permisos remunerados para vacunarse, la medida terminó hace un año. En su lugar, el gobierno les está pidiendo a los empleados que lo hagan voluntariamente, pero sabemos que los trabajadores con bajos ingresos ya son quienes tienen menos probabilidad a obtener la baja médica remunerada en sus trabajos.
“Todo esto es un problema que tiene solución”, dijo Boyd.
En primer lugar, el gobierno tiene que difundir las grandes ventajas de las dosis de refuerzo bivalentes, aunque te hayas contagiado ya, aunque seas joven y goces de buena salud. “Resulta que muy poca gente sabe siquiera que ya están disponibles”, señaló Boyd. Sin embargo, hay poco dinero para darlas a conocer. Peor aún, el presidente Biden mandó el mensaje contrario hace poco al afirmar que “la pandemia ha terminado”. Lo que podría habernos dicho es que, si todo el mundo se pone las nuevas dosis de refuerzo bivalentes, conseguiremos lo que todos queremos: una vuelta completa a la vida normal.
Si los legisladores están dispuestos a ser creativos y a abordar las necesidades de la población, podrían llevar a cabo una campaña de vacunación exitosa que llegue a muchas más personas. Podrían designar un día festivo a nivel nacional para la vacunación, con puntos de fácil acceso para que todos se pongan la primera vacuna o la dosis de refuerzo. Podrían llevar las vacunas a los lugares de trabajo, sobre todo para los trabajadores esenciales. Podrían financiar departamentos de salud a nivel local para administrar dosis de refuerzo bivalente puerta por puerta, como hicieron con la primera ronda de vacunaciones. Podrían publicitarlas con campañas en las que colaboren estrellas del cine, la música y el deporte. En los anuncios podrían aparecer personas que hayan experimentado las consecuencias negativas de no haberse vacunado, en especial las que representan a grupos con tasas de vacunación bajas, como los agentes de policía o los profesionales de los cuidados de larga duración. Este es “el momento de revitalizarlo”, dijo Raifman.
Todos estos pasos pueden ayudar a que las vacunas contra la COVID-19 lleguen a un grupo más amplio de personas. Sin embargo, también son medidas que pueden contribuir a muchos otros objetivos de la salud pública, tan rutinarios como la vacuna anual contra la gripe, la cual tampoco se puede calificar de caso de éxito. El año pasado se vacunó alrededor de la mitad de los adultos. Las vacunas antigripales, como otras inmunizaciones, se consideran cuidados preventivos que las aseguradoras médicas deben cubrir sin costo dentro de la red. Sin embargo, muchas personas han afirmado este año que, a pesar de estar aseguradas, tuvieron que abonar un copago alto para vacunarse.
Se debería recuperar y reproducir el modelo de distribución de vacunas contra la COVID-19 anterior, y hacer que las vacunas y el asesoramiento sobre cómo obtenerlas sean gratuitos. Esa es una solución “al alcance de nuestra mano”, dijo Boyd. Después se integra en el sistema, y en la cultura, para cuando haya que desplegar otras vacunas para futuros brotes o pandemias, como, por ejemplo, la viruela del mono o la polio.
También necesitamos un mejor sistema para dar mayor salida a las vacunas. “Los repartos sistematizados requieren una inversión en infraestructura y departamentos de salud pública”, dijo Raifman. Buena parte de los fondos para las vacunas fueron destinados a los contratistas, no a las instituciones locales de salud pública. El dinero, en todo caso, debe ir a esas organizaciones con experiencia. El gobierno debería financiar campañas de vacunación móviles a largo plazo y dotarlas de personal, no solo para las vacunas contra la COVID-19, sino también para otras, sean rutinarias o de urgencia. “Disponer de una respuesta rápida en la salud pública significa asegurarse de que la gente obtenga ahora mismo sus vacunas contra la COVID-19 y la gripe”, dijo Raifman. Cuando surja otra variante, o se produzca otro brote, “es una muy buena base para poder actuar con rapidez”.
A veces hay intervenciones eficaces que no son tan complicadas. El evento “B Healthy Back to School Vaccination” (Vacunación para una vuelta sana al colegio) se celebró en un centro deportivo de Boston un sábado de mediados de septiembre. Las personas que se vacunaron recibieron tarjetas de regalo Visa por valor de 75 dólares y material escolar para el nuevo curso. La familia de Dorothy Stringer destinó ese dinero a la compra de alimentos en estos momentos de alta inflación. “Estoy muy orgullosa. Ya tengo a toda la familia vacunada”, declaró a CBS News en Boston. Ese día se vacunaron más de 600 personas. Cuando la ciudad celebró un segundo evento en octubre, se vacunaron 780 personas.
Sin embargo, esas iniciativas ya son escasas y esporádicas. “Podemos hacerlo mucho mejor, y, sí, hace falta cierta estandarización e inversión”, dijo Raifman. “Pero eso hace una sociedad más habitable para todos, y ¿acaso no es esa la función del gobierno?”.
Bryce Covert es periodista especializada en economía y, en particular, en las políticas que afectan a los trabajadores y las familias.