La paradoja africana

A principios de febrero comenzó en París el juicio de Pascal Simbikangwa, acusado de complicidad en el genocidio de Ruanda, en el que 800.000 personas fueron asesinadas entre abril y julio de 1994. Desafortunadamente, los asesinatos masivos continúan en África. En Sudán del Sur, el estado más nuevo de África, todavía tienen lugar masacres de civiles, particularmente alrededor de la ciudad de Bor. Y la intervención militar francesa en la República Centroafricana no puso fin a la violencia intercomunal severa que se produce allí.

Sin embargo, paradójicamente, incluso cuando este tipo de episodios siguen ocurriendo en África, quizás en una escala mayor que en cualquier otra parte del mundo, el continente también se ha convertido en un faro de esperanza. De hecho, la perpetuación de la extrema violencia contrasta marcadamente con el perfil demográfico favorable de África y su progreso económico -y hasta político y social­- en los últimos años.

Una manera de analizar esta paradoja es en términos del cierre de un paréntesis de cuatro siglos. Desde el siglo XVII, África ha sido principalmente un objeto de la historia. Su pueblo primero fue tratado por el comercio de esclavos como una simple mercancía, necesaria para el crecimiento económico en otras partes. Luego las potencias coloniales se repartieron el continente artificial y arbitrariamente, ocultando su ambición detrás de objetivos supuestamente nobles: la suya era una misión "civilizadora".

Más tarde, durante la primera mitad del siglo XX, África ofreció la sangre de sus habitantes y luego acceso a sus territorios a un continente europeo en los estertores de dos guerras mundiales. Y, en la segunda mitad del siglo XX, después de una brutal lucha anticolonial, los países recientemente independizados de África se convirtieron en campos de batalla sustitutos en la Guerra Fría.

Hoy, en cambio, África está en el proceso de regresar como sujeto de la historia. Con más de mil millones de habitantes, que representan el 18% de la población mundial, África está recuperando el lugar que ocupaba a comienzos del siglo XVI. Entonces, con 100 millones de habitantes, representaba el 20% de la población del mundo. Para mediados del siglo XIX, después de más de 200 años de colonialismo y esclavitud, la población de África había caído a 95 millones de habitantes -apenas 9% del total mundial- mientras que otros continentes habían experimentado un importante incremento demográfico en el mismo período.

En términos económicos, el África subsahariana ha experimentado una década de crecimiento anual promedio del PBI del 5-6%. En Tanzania, el crecimiento este año debería rondar el 7%. En un momento en el que las principales economías emergentes -con excepción de China- enfrentan una marcada desaceleración, África, con sus recursos energéticos aún inexplorados y sus materias primas preciosas, entre ellas minerales de tierras raras, naturalmente se transformó en el foco de atención de los inversores.

Sin embargo, aunque se puede describir a África como el continente de la esperanza, es poco probable que se convierta en la "nueva Asia" -es decir, un dínamo de crecimiento global de largo plazo- por una combinación de razones culturales, políticas, geopolíticas y tal vez psicológicas.

Asia ha experimentado la continuidad histórica de los grandes imperios. China es la mejor ilustración de este fenómeno. Es una potencia reemergente, no emergente, un factor decisivo que explica la confianza china.

La larga historia de rivalidad y competencia de Asia entre sus varias potencias también ha sido un factor importante en su reciente éxito económico. La dinámica de competencia y emulación entre China, Japón y Corea del Sur no ha existido en la Europa pacíficamente reconciliada de después de la Segunda Guerra Mundial; y tampoco existe nada parecido en África.

Nigeria no es el equivalente africano de lo que China es para Asia. Y la Sudáfrica post-apartheid, a pesar de todo su progreso, no ha cumplido con las expectativas depositadas en ella, y sigue siendo poco probable que se convierta en el gendarme del continente.

El colonialismo y el comercio de esclavos constituyeron una ruptura histórica para África. Más allá de las bajas humanas -que incluyen 10-15 millones de víctimas directas- la subyugación absoluta engendró una pérdida única de confianza. ¿Quién hoy puede nombrar grandes imperios y reinos de África? ¿Quién conoce de dónde provino el oro del mundo antes de su descubrimiento en América Latina en el siglo XVI?

África debe encontrar la confianza que tanto necesita en la manera en que otros la ven. El problema es que los otros son abismalmente ignorantes sobre el pasado pre-colonial del continente. Uno puede criticar el cinismo de los chinos, pero China fue quien contribuyó más que ningún otro país a la transformación de la imagen que África tiene de sí misma.

Hoy, los propios africanos son los que tienen el futuro del continente en sus manos. Y, mientras África regresa como un sujeto, y no como un objeto, de la historia mundial, parece encarnar todos los miedos y esperanzas de la humanidad. Todo está allí en una forma extrema: desertificación, movimientos masivos de poblaciones y, sí, violencia genocida -pero también la esperanza de nuevas formas de crecimiento económico, si no de nuevos modos de gobernancia.

Dominique Moisi is Senior Adviser at The French Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at L'Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po). He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are Reshaping the World.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *