La paradoja contemporánea

¿Kosovo? Un pequeño paradigma de los desajustes generados en el sistema mundial contemporáneo desde la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, y un claro ejemplo de algunas de las paradojas que ello ha suscitado entre la opinión pública europea (y por extensión, mundial). Ahora casi todo el mundo ha oído hablar de Kosovo. Antes de 1989, entre nosotros tan sólo algunos especialistas podrían haber opinado al respecto. Durante las guerras en la antigua Yugoslavia, que empiezan en Eslovenia en julio de 1991, Kosovo empezó a darse a conocer fuera de sus fronteras, pero la ferocidad de la guerra en Croacia y, sobre todo, la masacre que los radicales serbios perpetraron en Bosnia-Herzegovina lo colocaron en un segundo término. Ha ido apareciendo y desapareciendo de las primeras páginas de lo periódicos. Una de las últimas veces, con motivo del reciente viaje del presidente Bush a varios países europeos. En Albania se descolgó con una contundente declaración en dos tiempos: la aplicación del plan de paz Ahtisaari no puede esperar y, a continuación, si el Consejo de Seguridad no toma esa decisión (por la amenaza del veto de Rusia), EE. UU. podría considerar un reconocimiento unilateral de la independencia de Kosovo.

En estas breves líneas está todo el meollo del problema en su última versión. El nacionalismo serbio, uno de los fenómenos más extraños que se han visto en Europa en este cambio de siglo, ha considerado siempre Kosovo la cuna de su identidad, de su espiritualidad, de su Historia con mayúscula. Pero como suele suceder, esto es una narrativa, un relato basado en varios mitos construidos deliberadamente sobre algunos hechos históricos reformateados, y sobre el olvido de otros hechos históricos. Mala suerte para el mito, Kosovo tiene una población mayoritariamente albanokosovar (92%) y una minoría serbia, pero a diferencia de, por ejemplo, Bosnia-Herzegovina, donde hasta la guerra la mezcla entre comunidades era - incluso con parentesco de primer grado: esposa, marido, padre, hijo, etcétera- muy frecuente, en Kosovo nunca se mezclaron, nunca socializaron sus vidas.

Hacia mediados de junio, hubo en la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (Fride-Madrid) un seminario sobre el futuro de Serbia, con la presencia de varios expertos, un diplomático serbio y un académico de la Universidad de Belgrado. El tema era el futuro de Serbia como proyecto democrático y su agenda de ingreso en la UE, pero se habló sobre todo de Kosovo. Insistían en que si se aplicaba el plan Ahtisaari, que con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU concedía a Kosovo un estatuto de independencia supervisada por la comunidad internacional, se desencadenaría en Europa y otros lugares una cadena de secesiones y desestabilizaciones que sería terrible. Y citaban con insistencia el caso de Chechenia, Catalunya y Euskadi. Hubo que recordarles que este argumento tenía un aire de déjà vu algo rancio, porque tal cosa, justamente gracias en parte al nacionalismo radical serbio, ya había sucedido en varios sitios en los últimos quince años, y no parece que vaya a suceder en otros. Montenegro se acaba de separar de Serbia, pero de ello no se deduce nada más que exactamente esto. Con lo que se cierra un ciclo, una especie de bucle histórico, que desencadenó con toda su energía el propio Milosevic. Para que no caiga en el olvido, vale la pena recordar algunos de sus hitos.

Ahora sabemos que con la desaparición de Tito en 1980, desapareció prácticamente el poder federador de la Yugoslavia federal, y los intentos de mantenerla a través de una presidencia colegiada formada por ocho miembros, uno por cada uno de los territorios yugoslavos (pero Serbia controlaba los cuatro votos de Serbia, Montenegro, Voivodina y Kosovo), duraron sólo unos pocos años. Ya en 1986 apareció el (después) famoso memorando de la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes, en el que se explica que los serbios nunca han estado más amenazados en su identidad y su futuro que en aquel momento. Se dice en el documento que la situación nunca ha sido peor desde la derrota ante los turcos en 1804 y, en concreto, que la situación de los serbios en Kosovo es, desde 1981, la de un genocidio político, cultural, jurídico y físico. Tal cual. En 1987 y en 1989, Milosevic construye su ascenso al poder dentro de Serbia a través de sendos discursos justamente en Kosovo. En 1989, con motivo del aniversario de la derrota serbia en el Campo de los Mirlos ante el sultán Murad, Milosevic dijo aquello de "nadie volverá a levantar la mano contra un serbio" y "Serbia es donde haya una tumba serbia". Siempre en Kosovo. Y en marzo de 1989, meses antes de la caída del muro de Berlín, y dos años antes de la independencia de Eslovenia y Croacia, Milosevic suspendió unilateralmente el estatuto de autonomía de Kosovo dentro de Serbia. Sin más.

El resto es bien conocido, la resistencia pasiva liderada por Rugova, la aparición de grupos armados kosovares a partir de 1997-1998, el aumento de la represión en la provincia, sobre todo durante 1998. Y al final, las negociaciones de Rambouillet, que los kosovares aceptaron y Milosevic no, y la consiguiente intervención de la OTAN y el despliegue posterior de la misión de la ONU conocida como Unmik - por cierto, acordada con Rusia- hasta la actualidad.

El plan Ahtisaari, en suma, es el proyecto que el Consejo de Seguridad encargó a este prestigioso diplomático finlandés a finales del 2005 y que su autor entregó a primeros del 2007. Prevé que para verano del 2007 - es decir, ya- el Consejo de Seguridad apruebe el plan de independencia tutelada internacionalmente. Subsisten incógnitas, la principal de ellas, la amenaza de veto de Rusia. Otra es si los kosovares sabrán gestionar su futuro, de viabilidad relativamente incierta. La UE, presente junto a Unmik en Kosovo desde 1999, habrá de tener un papel esencial en la Oficina Civil Internacional que gestionará el proyecto. Pero lo más triste para el serbio medio es que la herencia de Milosevic es una Serbia reducida a su mínima expresión en siglos.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona.