La paradoja de Andalucía

Hace no demasiados meses, puede que años, la Comunidad Autónoma de Andalucía representaba la resistencia heroica del socialismo a dejarse avasallar por la corriente de voto que dio mayoría al centro-derecha español en prácticamente todas las administraciones. Andalucía venía a ser una suerte de refugio para los que veían con horror cómo se desmoronaba el edificio zapaterista como consecuencia de su propia inoperancia y, también, del signo cíclico de los tiempos políticos. Ahora, recuperada la izquierda y -si hacemos caso a la última carga de intención del CIS- lanzada a la mayoría total y a la presencia en la mayoría de comunidades, la situación ha tornado y ha creado una paradoja particularmente curiosa: Andalucía vuelve a ser un refugio, sólo que al revés: ahora, los liberales y conservadores españoles tienen puesta su mirada en un nuevo gobierno que ha venido a sustituir el gastado, y a lo que se va viendo, tan poco operativo como viciado método de gobernar socialista.

Andalucía es, a poco rigor que se quiera aplicar al paradigma, la comunidad autónoma española de mayor potencial. Varias razones me invitan a afirmar algo tan categórico y que no necesariamente ha de ser compartido por todos. La andaluza es una tierra que posee, por ejemplo, 1.500 kilómetros de costa debidamente abrigados por temperaturas de acogida que hacen de la estancia una experiencia placentera la mayoría de meses del año. Pero hay diversos atractivos empresariales, culturales, sociales y ambientales que la hacen más que sugerente: uno de los tres puertos más importantes de España y del Mediterráneo es el de Algeciras; reservas de la biosfera, parques naturales y la joya medioambiental de Doñana; la agricultura innovadora más importante del continente en Almería; un sector pesquero de alcance esencial; ciudades de leyenda en el mundo, Sevilla, Granada, Córdoba; la pujanza industrial y turística de la museística Málaga; masa crítica de ocho millones de personas y un territorio semejante al de Portugal. Y algo más: Andalucía es el lugar al que todos quieren venir alguna vez y en el que a muchos les gustaría vivir. Incluso me atrevo a decir del que a muchos les gustaría ser, obviando su primera patria. Por demás: no conozco ningún rico que haya emigrado al norte; sí al contrario.

Con mimbres estructurales, naturales y tradicionales de estas dimensiones, ¿cómo ha sido posible que Andalucía, más allá de revoluciones industriales que le fueron negadas en su momento, encabece todos los registros negativos habidos y por haber, desde el paro hasta la eficacia educativa, después del chorro de millones que ha llegado en forma de fondos de cohesión? Hay una respuesta simple y tendenciosa que, en muchas ocasiones, surge de forma automática: los andaluces sois unos indolentes y no obtenéis fruto de vuestra potencialidad. Pregúntenle a los catalanes por los andaluces que fueron allí a trabajar y por el resultado de su colaboración en el crecimiento de esa comunidad. Dejémonos de convicciones absurdas y gastadas y convengamos algo cierto: una densa parte del censo andaluz ha sucumbido ante el atractivo letal del clientelismo; pero hagámoslo también en un hecho incontrovertible: la gobernanza lenta, plomiza, de poca operatividad de los casi cuarenta años de socialismo andaluz tiene mucho que ver en el hecho estupefaciente de que Andalucía, por ejemplo, reciba menos inversión extranjera que comunidades mucho menores como la asturiana, por ejemplo.

Así ahora, un nuevo gobierno no sujeto a ese indisimulado aburrimiento institucional y ejecutivo que lucieron los anteriores, ha puesto en marcha algunas medidas interesantes que empiezan a mostrar algún signo de eficacia. La alternancia política, siempre aconsejable cuando se producen muestras claras de abotargamiento en la gestión, permite contrastar métodos y resultados, los cuales, en buena lógica, han de ser vistos con luces largas y valorados con el paso de algunos años. No obstante, con unos primeros gestos y algunas decisiones políticas inéditas en Andalucía, los recién llegados han comenzado a ver un asomo de mejora que podríamos comparar al que experimentan los cuerpos más o menos sanos ante la aplicación de tratamientos acertados. Bajar los impuestos, en la medida en la que pueden hacerlo las comunidades autónomas, y solventar medianamente algunas injusticias como Sucesiones y Patrimonio, es una forma de lanzar un mensaje a aquellos que quieran emprender sin necesidad de enfrentarse a sacamantecas socialdemócratas, sean del PSOE o del PP. En virtud de un clima menos viciado que el anterior y al sencillo gesto de abrir ventanas y simplificar las cosas, se están viendo unas evoluciones que se resumen en determinados datos: la exportación andaluza ha alcanzado el mayor superávit comercial de su historia en el periodo enero-mayo; el índice de confianza empresarial ha crecido en el primer trimestre muy por encima de la media nacional: de hecho, el tejido industrial andaluz ha mostrado mayor dinamismo que el del resto de España en virtud del número de empresas creadas y el correspondiente aumento de puestos de trabajo, que ha crecido más que en otras comunidades. La llegada de turistas internacionales ha aumentado el doble de la media y la salida de andaluces también. Andalucía triplica la media española en el crecimiento de viviendas visadas en los cuatro primeros meses del año, ve crecer el número de hipotecas solicitadas y el del capital prestado. La producción industrial, en un contexto de estancamiento nacional, ha crecido por encima del 2,3%, al igual que su cifra de negocios. Un indicador que siempre orienta acerca del dinamismo de una economía o del estancamiento de la misma es el consumo de productos petrolíferos, que nos orienta acerca de la demanda interna: evidentemente, ha crecido por encima de la media. Pero el índice de confianza de los mercados y de todo tipo de observadores particulares se mide en la capacidad que tienen las administraciones de financiarse: a ti te dejarán dinero si tienen confianza en recuperarlo con el correspondiente beneficio. Cuando comunidades de trascendencia industrial indiscutible como Cataluña han visto cerrados todos los mercados financieros -superando ese contratiempo gracias al «funesto» gobierno de España-, Andalucía ha alcanzado en cinco meses casi el total de la financiación programada para 2019, lo que supone obtener la confianza de inversores, tal como ha vaticinado JP Morgan, en cifras muy superiores a las precedentes. El déficit público andaluz ha sido reducido de forma asombrosa y, consecuentemente, también su deuda. Y así.

Son sólo indicios, muestras de recuperación de un enfermo inexplicable al que, por el momento, se le ha aplicado una terapia nutrida, fundamentalmente, de sentido común. Andalucía contempla como posible un crecimiento del PIB esperanzador para el próximo ejercicio y, si ningún obstáculo se cruza en forma de crisis motivada por errores ajenos o políticas decimonónicas y caducas a nivel estatal, el despertar de letargos inducidos puede ser una realidad repleta de oportunidades para todos.

Para hacer que esa paradoja del sur se convierta, en realidad, en una metáfora andaluza. Esa que haga que la Esperanza, por fin, ya tenga qué ponerse.

Carlos Herrera, periodista.

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