La mayoría de los análisis sobre las próximas elecciones italianas han puesto el acento sobre el retorno de Silvio Berlusconi. Sin embargo, la idea de retorno no se ajusta demasiado a la realidad cuando hablamos de la carrera política de Berlusconi. El magnate milanés nunca ha abandonado la política, a pesar de haber sido expulsado del Senado en 2013 y no poder presentarse como candidato en las próximas elecciones. Al contrario, Berlusconi nunca ha renunciado a condicionar la vida política italiana y ha seguido ejerciendo su influencia gracias al control total que ejerce sobre su partido, Forza Italia. A modo de ejemplo, ni los éxitos ni los fracasos del Gobierno Renzi, véase el caso del referéndum constitucional, se entienden sin el concurso, a favor o en contra, de Forza Italia.
Lo cierto es que la figura de Silvio Berlusconi ha dominado la política italiana los últimos 20 años. Hasta el punto de que, como ha escrito el profesor Angelo Panebianco, el antiberlusconismo ha sido la identidad política más reconocible de la izquierda italiana desde la desaparición del PCI. Este dominio se explica, en parte, por las características de la competición política instaurada en Italia tras la implosión del sistema de partidos en el periodo 1992-1994, como consecuencia del proceso judicial Manos Limpias. Se trataba de una competición bipolar entre dos grandes coaliciones cuya dinámica de agregación traducía la dialéctica derecha-izquierda en una lucha cerrada entre berlusconismo y antiberlusconismo. Sin embargo, este sistema bipolar en el que el berlusconismo encontró su máxima expresión y mejor rendimiento saltó por los aires en las elecciones de 2013 con la irrupción del Movimiento Cinco Estrellas.
En uno de los libros más inteligentes que se ha publicado sobre el fenómeno Berlusconi, Il berlusconismo nella storia d’Italia, el historiador Giovanni Orsina define el berlusconismo como emulsión entre el liberalismo y el populismo. Y aquí el término emulsión dice mucho, porque señala la tensión irresoluble entre dos elementos irrenunciables de la retórica de Berlusconi. El liberalismo haría referencia al discurso orientado a la disminución del Estado, la reducción de la administración pública y la mitificación de la sociedad civil. El populismo, en cambio, se haría cargo de la pulsión antipolítica que atraviesa el berlusconismo. Una pulsión de rechazo hacia la clase política profesional que en su versión más sofisticada se tradujo en la mitificación del empresario como nuevo modelo del político y de la gestión empresarial como paradigma de la nueva política. Mientras la competición política fue bipolar y el adversario político la izquierda poscomunista, ambos elementos permitieron a Berlusconi cohesionar un electorado fiel desde el centro hasta la extrema derecha dando vida a una suerte de nueva guerra fría a la italiana. Pues en el imaginario berlusconiano los herederos del PCI representaban a la perfección aquello que Forza Italia atacaba de raíz: una vanguardia de políticos profesionales iliberales que buscaban educar y moralizar a los italianos a través del Estado.
El discurso de Forza Italia ha perdido personalidad. Y a pesar de promesas como el tipo fijo de impuestos del 23%, la retórica de Berlusconi se desdibuja progresivamente, acomodándose al discurso de sus socios de coalición: la Lega y los Hermanos de Italia. El mejor ejemplo del cambio operado en el discurso de Berlusconi es la idea de nombrar candidato de la coalición del centro derecha al general de los carabinieri Leonardo Gallitelli. Propuesta sin posibilidades de realización, pero importante porque señala que la pulsión antipolítica del berlusconismo se mantiene viva, la política debe ser cosa de profesionales ajenos a la política, pero ya no va de la mano de la “revolución liberal” como a finales de los años noventa, sino asociado a las ideas de seguridad, control, protección y un Estado fuerte.
Berlusconi volverá a ser decisivo para la gobernabilidad de Italia, pues casi cualquier resultado hará que el apoyo de Forza Italia al nuevo Gobierno sea indispensable. Sin embargo, la paradoja del berlusconismo reside en que a pesar del éxito que supone continuar siendo un actor clave para la gobernabilidad del país, este hecho se produce en un momento en el que la identidad del berlusconismo pasa por sus horas más bajas.
Jorge del Palacio Martín es Profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad Rey Juan Carlos.