La paradoja de Obama

¿En qué país los candidatos de la izquierda se desmarcan del presidente de la izquierda? La respuesta espontánea es: ¡en Francia! El presidente Hollande es tan impopular en estos momentos que los futuros candidatos socialistas reciben invitaciones para enrolarse al servicio de otros líderes. Pero hay otra campaña que ilustra este proceso de una forma aún más espectacular: las midterm estadounidenses, unas elecciones que se celebran a mediados del mandato presidencial e implican la renovación de una parte de la Cámara de Representantes y del Senado. Sin embargo, solo un candidato demócrata ha dado un paso al frente para reivindicar la gestión del presidente Obama. Los demás hacen como Pedro en el patio de Caifás: ni saben nada ni conocen a su presidente; eso cuando no mantienen discursos cercanos a las temáticas de la oposición republicana.

Por chocante que parezca, esta situación no es tan sorprendente. En primer lugar porque Obama no puede volver a presentarse a la reelección y, por tanto, todo el mundo tiene ya la mirada puesta en las próximas presidenciales. En segundo lugar, porque él también es impopular. Y esto pese a una economía que ha recuperado el dinamismo, que crea empleos y que está reactivando el sector inmobiliario, pues las parejas jóvenes están siendo incitadas, como si no hubiera habido crisis, a endeudarse para adquirir una vivienda.

La valoración política de Barack Obama es paradójica. El presidente había prometido que los Estados Unidos saldrían de la crisis, y han salido de la crisis. La paradoja es que él no ha disfrutado en absoluto de los réditos de este éxito objetivo. Pues a una parte de la izquierda no le salen las cuentas y unas veces le reprocha no haber cerrado la prisión de Guantánamo, como había prometido, otras haber silenciado las intrusiones de la NSA, e incluso ser el hombre que hace la guerra a base de drones... En cambio, el sector más centrista de la opinión pública critica insistentemente sus reformas de izquierda, especialmente la fundamental: el sistema de salud.

Y, sobre todo, a lo largo de su mandato —y en esto hay un paralelismo con Francia— ningún demócrata ha reivindicado la gestión del presidente. Eso ha permitido al partido republicano imponer la idea de una presidencia fracasada. Pero si puede hablarse de fracaso, este estaría en la cuasi parálisis institucional. En Estados Unidos, el régimen más frecuente es la cohabitación de un presidente de un signo político y un Congreso de otro. Bill Clinton, por ejemplo, presidió el país durante ocho años frente a un Congreso hostil. Pero Clinton se convirtió en un maestro en el arte del compromiso. Por su parte, Obama, pese a una mayoría demócrata en el Senado, está muy condicionado por una Cámara de Representantes con una mayoría republicana y hostil a todo compromiso. Hostilidad no exenta de racismo, dicho sea de paso. Y ahora debe prepararse para afrontar los dos años de mandato que le quedan con un Senado también mayoritariamente republicano, lo cual representa un riesgo de parálisis total.

Pues el partido republicano actual se ha radicalizado ante la presión sobre todo del Tea Party y de una profunda ola conservadora que, sin ir más lejos, ha llevado a ciertos candidatos demócratas a abrazar la vulgata republicana. Así, un viento de catastrofismo vinculado al virus del ébola recorre EE UU. Como señalaba recientemente The New York Times, el desarrollo de este virus (presente en suelo norteamericano) suscita “pánico” allí donde el riesgo de propagación puede ser controlado (especialmente Estados Unidos) y estoicismo allí donde el virus es devastador (África). Ciertos candidatos demócratas y republicanos están haciendo campaña para exigir al presidente Obama que prohíba el acceso al país de cualquier persona residente en África.

Pero esta debilidad de los demócratas ante la cita de las midterm no garantiza en absoluto una victoria republicana en las próximas presidenciales. El partido republicano se ha escorado demasiado hacia la derecha, no se interesa lo bastante por unas minorías que han llegado a ser muy fuertes (los hispanos sobre todo) y tiene dificultades para proponer personalidades convincentes, lo cual le da todas sus posibilidades a una tal Hillary Clinton...

De hecho, a través del apoyo que está prestando a los candidatos demócratas a las midterm, ya está inmersa en una precampaña presidencial. Hillary Clinton espera contar con el apoyo mayoritario de los hispanos, que, en las presidenciales de 2016, sumarán 25 millones de electores. El 63% de los jóvenes de entre 18 y 34 años de esta comunidad ya se ha pronunciado a su favor.

Pero algunos, como el movimiento de los dreamers, no han tardado en interpelarla sobre la cuestión de la inmigración, pues siguen esperando que Barack Obama pase a la acción y someta a votación un dream Act. El corazón del problema es la suerte reservada a los niños, principalmente hispanos, que entraron clandestinamente en Estados Unidos y se ven amenazados de expulsión, o efectivamente expulsados. Sin duda, la inmigración no será el principal determinante del voto, pero en este terreno como en otros, a Hillary Clinton se le va a exigir que mantenga las promesas de Barack Obama.

Jean-Marie Colombani, periodista y escritor, fue director de Le Monde. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *