La paradoja navarra

Por Carlos Martínez Gorriarán. Profesor de Filosofía. Universidad del País Vasco (ABC, 10/04/06):

DURANTE muchos años, los escritores y folkloristas buscaron en Navarra las manifestaciones más genuinas de la llamada, con mucha bobaliconería tardorromántica, «misteriosa cultura vasca». Los falsos akelarres de Zugarramurdi o las leyendas de San Miguel de Aralar o Roncesvalles parecían la quintaesencia de lo éuskaro, término en desuso inventado, por cierto, por navarros. Los vasquistas o vascomaníacos navarros -gente como Navarro Villoslada o Arturo Campión- casi se adelantan a vizcaínos y guipuzcoanos en la tarea de formular un nacionalismo vasco desgajado del carlismo y del fuerismo, y sólo el éxito incomparable de Sabino Arana -lógico, pues era de Bilbao- evitó que los primeros registraran antes la patente. Pero la raíz vizcainista (bizkaitarra) del nacionalismo de Sabino, su tufillo expansionista bilbaíno, tuvo la inesperada virtud de enajenarse el apoyo de los vasquistas navarros, y finalmente el de Navarra en general. El PNV nunca ha conseguido allí un peso respetable porque la parte alícuota de herencia carlista se la quedó ETA-Batasuna. Y así siguen las cosas.

Al comienzo de la transición subsistía en Navarra un difuso vasquismo, una vindicación de lo vasco-navarro compartida por fueristas liberales, los socialistas clericales (la reinvención del PSOE navarro se encomendó a una curiosa nómina de curas y frailes recién secularizados, como Arbeloa, y cleptómanos, como Urralburu), la potente izquierda maoísta y el extraño carlismo autogestionario de Carlos Hugo (sendas peculiaridades navarras ya olvidadas). Un mitómano esencial del abertzalismo, el escultor Jorge Oteiza, se encontraba tan a sus anchas en ese desquiciado bullicio ideológico que en 1976 trasladó su última residencia a Alzuza, dejando su obra en herencia al «pueblo navarro»; su casa acoge una fundación-museo, pagada por las instituciones forales, donde se rinde culto al escultor, y de paso a su delirante nacionalismo. La animosidad hacia lo que suene a vasco, la pretensión no menos artificiosamente nacionalista de definir una Navarra desvasquizada, era casi exclusiva de los carlistas que apoyaron a Franco y en 1976 tirotearon a sus rivales «autogestionarios» en Montejurra. La extensión de ese rechazo hay que agradecerlo a ETA y a la arrogante agresividad del PNV de la vecina Comunidad Autónoma Vasca.

Para gobernar, a UPN (cuyo reconocimiento como socio a la bávara por el PP es otra expresión del poderoso particularismo navarro) le ha bastado con explotar el Concierto Económico tanto o más que el PNV, mentar los sagrados Fueros del Viejo Reyno, y denunciar los apetitos expansivos de «los vascos» (subvencionados muchas veces en materia lingüística, cosa harto contradictoria). Y poco más. En Navarra no hemos asistido a un rechazo activo del terrorismo más intenso y comprometido que en Guipúzcoa y Vizcaya, a pesar de ser objetivamente mucho más fácil gracias al apoyo de las instituciones forales, mientras que en la CAV combatir a ETA implica oponerse, también, al nacionalismo gobernante. Lo demuestra, por ejemplo, el calvario de 25 años padecido por los Ulayar en Etxarri Aranaz, municipio navarro (como Leiza, Lesaka y tantos otros) tan férreamente dominado por la banda como Oyarzun u Ondárroa, sin que los gobiernos de UPN se hayan dado por enterados. Según los usos de la derecha española en general, también la navarra prefiere volcarse en los gestos simbólicos grandilocuentes, abandonando la gestión cotidiana de lo concreto.

El PNV nunca ha podido seducir a los navarros por una sencilla razón: les ofrece lo mismo que éstos ya tienen en casa, con la añadidura indigerible de una mitología impuesta. Gestos como celebrar actos políticos muy señalados en Pamplona, convertida en capital simbólica, o elegir al navarro Garaikoetxea como primer lehendakari de la democracia, no sirven ni servirán para convencer. Las palabras «vasco» y «navarro» han perdido sentido cultural o histórico para designar simples parcelas de poder. La naturalidad con la que los Baroja, desde Pío a Julio Caro, escribían sobre lo vasco en su casa navarra de Vera de Bidasoa es ahora irreproducible. Itzea ya es parte de un pasado sin retorno.

Ahora, tras la petición etarra de alto el fuego, muchos temen que Navarra sea moneda de cambio para negociar con los terroristas: Navarra en compensación sustitutiva de una autodeterminación imposible. Pero es muy improbable que el gobierno haya prometido nada en este sentido. En todo caso, habrá repetido el mantra de que «sin violencia todo es posible», incluso algún tipo de asociación entre la CAV y Navarra. Naturalmente, sólo si la mayoría de los navarros estuvieran de acuerdo, porque otra cosa es inconcebible.

¿Qué ocurriría si la opinión pública navarra aceptara un arreglo de ese tipo? Para el nacionalismo vasco equivaldría a una victoria pírrica. Es cierto que el sueño abertzale estará eternamente inconcluso mientras no domine Navarra, pero resulta que esa unión conllevaría muy probablemente perder la hegemonía en el nuevo ente vasco-navarro. Porque, de no producirse un vuelco ideológico revolucionario, los resultados electorales invertirían la relación entre nacionalistas y constitucionalistas.

En las elecciones municipales y forales de 2003, donde los nacionalistas consiguen sus mejores resultados, éstos consiguieron 737.291 votos en la CAV, casi un 60 por ciento, pero en Navarra solamente 54.321, el 17 por ciento. En total, 791.612 votos, menos del 50 por ciento de los 1.588.157 votos emitidos conjuntamente. En las elecciones generales, las mejores para los constitucionalistas, PNV, EA, Aralar y Nafarroa Bai sumaron en ambas comunidades 601.490 votos, pero la suma de PSOE y PP-UPN ascendió a 817.095. Por partidos, el PSOE consiguió 453.657 votos «vasco-navarros», PNV 429.980, y PP-UPN 363.438. Es transparente por qué los socialistas no hacen ascos a la remota posibilidad de reunir ambas comunidades en una sola. Incluso en gobiernos de coalición, el nacionalismo debería moderar sus aspiraciones para no provocar la ruptura del improbable ente vasco-navarro, con ese toque austro-húngaro de sociedad con dos lenguas y dobles instituciones.

Curiosa paradoja que aconseja a todos dejar las cosas como están, salvo a socialistas e ilegalizados batasunos, únicos que incrementarían su peso político a costa de los conservadores PP-UPN y PNV. Paradoja que convierte esa unificación en un sueño o pesadilla, según se mire. Improbable, pero no imposible.