La parálisis migratoria de Europa

Durante muchos siglos, Europa fue un continente plagado de guerras, hambrunas y pobreza. Millones de europeos se vieron obligados a emigrar por una privación económica y social. Cruzaron el Atlántico en barco hasta Norteamérica y Sudamérica, y llegaron a lugares tan lejanos como Australia, huyendo de la miseria y buscando una vida mejor para ellos y para sus hijos.

Todos ellos, según la terminología del actual debate sobre inmigración y refugiados, eran "migrantes económicos". Durante el siglo XX, la persecución racial, la opresión política y los estragos de dos guerras mundiales se volvieron causas predominantes de la huida.

Hoy, la Unión Europea es una de las regiones económicas más ricas del mundo. Durante décadas, una mayoría abrumadora de europeos ha vivido en estados democráticos pacíficos que defienden sus derechos fundamentales. La propia miseria y migración de Europa se han vuelto un recuerdo distante (si no completamente olvidado).

Y, sin embargo, muchos europeos se sienten amenazados una vez más, no por Rusia, que presiona para expandirse a costa de sus vecinos, sino por los refugiados y los inmigrantes -las personas más pobres del mundo-. En tanto cientos de personas se ahogaron en embarcaciones en el Mar Mediterráneo este verano (boreal), se empezaron a escuchar voces en casi todos los rincones de Europa, 26 años después de la caída de la Cortina de Hierro, que reclaman aislamiento, deportaciones masivas y la construcción de nuevos muros y cercos. En toda Europa, la xenofobia y el racismo declarado están avanzando descontroladamente, y los partidos nacionalistas, inclusive de extrema derecha, están ganando terreno.

Al mismo tiempo, éste es sólo el comienzo de la crisis, porque las condiciones que llevan a la gente a huir de su tierra natal no harán más que empeorar. Y la UE, muchos de cuyos miembros tienen los sistemas de bienestar social más grandes y mejor equipados del mundo, parece sentirse abrumada por esta crisis -políticamente, moralmente y administrativamente.

Esta parálisis crea un riesgo significativo para la UE. Nadie cree seriamente que los estados miembro individuales -particularmente Italia y Grecia, los dos países más afectados- puedan superar por sí solos los desafíos a largo plazo planteados por la migración en gran escala. Pero muchos estados miembro rechazan un esfuerzo europeo común, una postura que amenaza con acelerar la erosión de la solidaridad al interior de la UE y reforzar la tendencia actual hacia la desintegración.

Existen tres causas distintas detrás de la migración actual a Europa: el continuo malestar económico de los Balcanes occidentales; la agitación en el gran Oriente Medio, y las guerras civiles y conflictos de África. La intensificación o expansión de la guerra en el este de Ucrania rápidamente podría convertirse en una cuarta causa de fuga.

En otras palabras, toda la inmigración que Europa enfrenta hoy en día está arraigada en las crisis agudas de su propio vecindario. Y, sin embargo, es poco lo que la UE puede hacer para abordar cualquiera de ellas. Resulta evidente que la UE debe fortalecer sustancialmente su Política Exterior y de Seguridad Común, incluida la Política Europea de Vecindad, para encarar de manera más efectiva las causas de la migración en su origen. Tal vez el único fracaso más notorio que la reticencia de los estados miembro a respaldar estas reformas sea su propio fracaso a la hora de actuar, en particular porque ha creado un vacío de legitimidad que hoy están llenando los populistas xenófobos.

Dada su debilidad en materia de política exterior, Europa sólo puede tener un impacto menor en las guerras y conflictos que asolan a África y Oriente Medio (aunque su influencia, por más pequeña que sea, debería utilizarse y desarrollarse). Los Balcanes occidentales, en cambio, son una historia diferente. Croacia ya es miembro de la UE; Montenegro y Serbia han comenzado las negociaciones para serlo; Albania y Macedonia son candidatos de accesión; y tanto Bosnia y Herzegovina como Kosovo son candidatos potenciales. Aquí, la UE tiene una influencia considerable.

Por qué la UE no se ha involucrado más en los Balcanes occidentales -una región donde puede marcar la diferencia respaldando la modernización económica y administrativa así como proyectos de infraestructura para vincular a la región con los centros industriales de la Unión- sigue siendo el secreto de la Comisión Europea y los estados miembro. El resultado absurdo, sin embargo, es que los ciudadanos de los países candidatos de la UE son objeto de procedimientos de asilo, porque no existe para ellos ninguna posibilidad de una inmigración legal a la UE.

Un caso especial es el de los roma, una minoría importante en los Balcanes occidentales cuyos miembros suelen ser víctimas de una discriminación violenta. Este es un problema paneuropeo. Los roma sufrieron desproporcionadamente después del colapso del comunismo en 1989, ya que trabajaban sobre todo en empleos industriales no calificados que fueron los primeros en recortarse. En verdad, muchos de ellos -ciudadanos europeos actuales o futuros- han vuelto a caer en una profunda pobreza. La discriminación continua contra ellos representa un escándalo a nivel europeo, y la UE, sus estados miembro y los países candidatos necesitan resolverlo.

La crisis de refugiados de este verano resalta otro problema estructural -y mucho mayor- en Europa: la demografía. En tanto las poblaciones europeas envejecen y se achican, el continente necesita urgentemente de la inmigración. Sin embargo, muchos en Europa se oponen férreamente a la inmigración, porque también implica un cambio social.

A la larga, los responsables de las políticas tendrán que explicarle a su pueblo que no se puede tener prosperidad económica, un alto nivel de seguridad social y una población en la que los pensionados representan una carga cada vez mayor para la población económicamente activa. La fuerza laboral de Europa debe crecer, apenas una razón por la cual los europeos deberían dejar de tratar a los inmigrantes como una amenaza y empezar a verlos como una oportunidad.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades.

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