La pareidolia: ¿por qué vemos caras donde no las hay?

¿Cara o pareidolia? Fotografía de Tomás Castelazo
¿Cara o pareidolia? Fotografía de Tomás Castelazo

¿Cómo explicamos nuestra capacidad para ver cosas que en realidad no están ahí? Una cara de hombre en la Luna, un rostro sonriente en la tapa de la alcantarilla, una parrilla de coche amenazante. Estas ilusiones forman parte de una gama más amplia de falsos patrones de reconocimiento conocidos como pareidolias, que no son más que fallos neuronales. Sabemos que no hay una cara en la tapa de la alcantarilla. Pero, sin embargo, la identificamos al instante. Es más, sus ojos parecen seguirnos con la mirada mientras caminamos. ¿Por qué ocurre esto?

Los humanos estamos equipados para reconocer un rostro donde únicamente existe la apariencia de uno. Según un estudio reciente publicado en la revista de biología Proceeding of the Royal Society B, esto se debe a que, hace eones, nuestra supervivencia dependía de esta clase de trucos.

Milenios después, el cerebro humano sigue utilizando estos atajos neuronales para medir el nivel de amenaza que representa otra persona en un escenario desconocido para nosotros. “Tienes que reconocer a los demás de inmediato para saber si son amigos o enemigos. Y tienes que saberlo cuanto antes” afirma David Alais, profesor de Psicología en la Universidad de Sídney, donde se realizó el estudio.

“Si hay dos ojos, una nariz y una boca, nuestro cerebro responde”, añade Alais. “El cerebro puede jugar una mala pasada y confundir cualquier cosa con una cara, incluso cuando sabe que esa cosa es un rallador de queso. Nuestro cerebro cuenta con un área de reconocimiento facial porque somos la especie más social del planeta”.

Las pareidolias no entienden únicamente de rostros. También entienden de figuras de animales, identificadas en las nubes o en las pruebas de Rorschach. Pero estos no son más que patrones imaginarios que surgen de un lento proceso de interpretación cognitiva, y no de un proceso de reconocimiento ultrarrápido disparado por un patrón facial clásico.

Dos colegas del profesor Alais publicaron un estudio el año pasado que sostiene que observar pareidolias activa la misma región cerebral que observar un rostro humano. La región en cuestión, llamada giro fusiforme, une la base de los lóbulos occipital y temporal y está especializada en el reconocimiento facial.

La mencionada región del cerebro recibe un breve estímulo como respuesta a una imagen irreal. Y, en 250 milisegundos, ese estímulo viaja a otra parte del cerebro, indicando a su vez que nuestra percepción se ha mudado a otra área cerebral. Dejamos de ver una cara, pues, y comenzamos a ver la parrilla del coche o el mocho de la fregona.

“No parece que el cerebro reconozca que ha cometido un error” explica el profesor Alais. “Imagina que alguien aparece en tu campo de visión y tienes que descubrir sus intenciones. Resulta más útil adaptarse a un falso positivo que ignorar el rostro amenazante de alguien que podría atacarte”.

De modo que tiene sentido que percibamos emociones en las pareidolias faciales. En el estudio de la Royal Society pidieron a 17 estudiantes que calificaran las emociones expresadas en una serie aleatoria de 800 imágenes. Imágenes que incluían toda una variedad de rostros humanos entremezclados con rostros ilusorios: en bolsos, en láminas de pepino, en la espuma del capuchino, en jarras de plástico y en mochos de fregona. Y los resultados fueron consistentes.

Recibió prácticamente la misma puntuación un rostro “muy enfadado” que un bolso “muy enfadado”.

Los investigadores también reconocieron un sesgo cognitivo llamado dependencia en serie positiva. Esto es, que las características de un rostro alteran la percepción de la siguiente figura en la serie. En el estudio, la felicidad percibida en un rostro humano provocó que la pareidolia que seguía a continuación pareciera más feliz, y viceversa. La cara enfadada de la tapa de alcantarilla hizo que la siguiente cara (humana) pareciese también enojada.

Así que el cerebro humano interpreta objetos del día a día como rostros humanos con sentimientos. Juega con nosotros y nos hace creer que son caras reales, al menos por un instante. Son como los emoticonos y los emojis que usamos al chatear. En definitiva, dice el profesor Alais, transmiten una cosa muy humana: sus emociones.

Susan Pinker es psicóloga. Este artículo apareció publicado por primera vez en la edición impresa del Wall Street Journal del 15 de julio de 2021.

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